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El piloto del independentismo

Artur Mas ha consumado su desafío al Tribunal Constitucional en el 9-N

Àngels Piñol
SCIAMMARELLA
SCIAMMARELLA

Para muchos soberanistas es el Braveheart catalán; para los unionistas, alguien que ha perdido el seny, y para independentistas de pata negra, un virtuoso de la puta i la ramoneta, que no es más que la capacidad de interpretar dos papeles a la vez, el gen ancestral de los convergentes. Pero, pese a ello, lo cierto es que Artur Mas (Barcelona, 1956) pasará a la historia como uno de los primeros políticos que ha desafiado al Tribunal Constitucional. Quizá la definición es grandilocuente porque no ha habido ni referéndum (rechazado por el Congreso) ni consulta (asumió la suspensión del alto tribunal). Pero sí que ha llevado hasta el final este proceso participativo que hoy apoyarán miles y miles de personas.

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“Se echará atrás. ¡Solo tardó seis horas tras suspenderse la primera consulta!”, se jactaban en el PP. “Hasta que no lo vea no me lo creeré”, confesaban escépticos reputados independentistas. “¿Cómo hay que decir que va en serio?”, se defendían estupefactos en CiU intentando sacudirse las sospechas alimentadas por su actuación ambivalente durante tres décadas. Tenían razón. Mas no ha pisado el freno y se ha puesto al frente del 9-N, aunque delegando parte del operativo en voluntarios, alegando que lo que pasará hoy no es una consulta y que lo que se reivindica es la defensa de la libertad de expresión. La noche del sábado ya dijo en qué colegio iba a votar.

Hijo de una familia burguesa, educado en el Liceo francés y economista de profesión, Mas inició su carrera política en la Administración al amparo de la familia Pujol, que lo eligió como delfín por ser obediente, fiel y disciplinado por encima del escurridizo Duran Lleida. Bregado en mil batallas, ganó dos veces las autonómicas (2003 y 2006) pero se quedó a las puertas de presidir la Generalitat tras la alianza del tripartito. El electorado no le perdonó que pactara un zurcido del Estatut con Zapatero, con alevosía y nocturnidad un frío día de enero en 2006 en La Moncloa, y quizá de ahí nace su irrevocable apuesta por el soberanismo tras el desenlace de esa norma en el Constitucional.

Casado, con tres hijos, católico, socio culé y de costumbres fijas —va al mismo barbero de toda la vida y pasa desde niño las vacaciones en Menorca—, Mas tenía vocación de tecnócrata y ha acabado por tener un lugar en la historia. Posiblemente, su mejor virtud fue ponerse al frente del tsunami soberanista que estalló en 2012 y surfear sobre esa ola contra viento y marea. Días después de esa gran Diada, fue a La Moncloa avisando de que rompería la baraja si no lograba el pacto fiscal. Luego convocó elecciones como un “salvador”: pasó de 62 a 50 diputados.

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La oposición se mofó de su fracaso obviando que esos escaños alimentaron a ERC y que de esas urnas nacía el “mandato democrático” de la consulta. Tras sellar la estabilidad con los republicanos, Mas pactó en 2013 con ERC, Iniciativa y la CUP la hoja de ruta del 9-N que ha cumplido como un reloj. Presionado por ERC y la Asamblea Nacional Catalana e impasible ante las voraces críticas del Gobierno, Mas ha sorteado como buen esquiador que es todos los obstáculos. Y no han sido pocos: la suspensión en marzo de la Declaración de Soberanía por el Constitucional; el sorpasso en mayo de ERC en las europeas y, en julio, por encima de todo, el colosal fraude fiscal confesado por Jordi Pujol que puso a Convergència en la picota, y eso que su sede ya está embargada por el caso Palau. La conmoción no mermó al independentismo, que en esta Diada exhibió su mejor músculo.

Con solemnidad histórica, Mas convocó el 9-N. Es bien sabido que la gente de CiU es gente de orden y se creyó que acataría la suspensión y habría elecciones. Pero no lo hizo, quizá porque sabía que las perdería en favor de ERC. Luego buscó una salida imposible con sus socios y como un mago astuto se sacó de la chistera el nuevo 9-N, primero vilipendiado y luego reivindicado por sus aliados y otra vez impugnado. Su fuerza se la darán los ciudadanos que voten. Y ahora este hombre cartesiano, frío y capaz de contestar en cuatro idiomas en una rueda de prensa debe desvelar el gran interrogante de qué hará a partir del 10-N. De entrada, enviará a Mariano Rajoy una carta pidiendo otra vez el referéndum.

“En su discurso de investidura, Mas dijo que fijaba rumbo de colisión. Y sentí escalofríos”, dice Millo, diputado del PP

Las alarmas se han disparado en ERC. Pero que nadie se llame a engaño: Mas abrió su mandato en 2010 anunciando la transición nacional y en 2012, en su investidura, fijó rumbo de colisión. “Yo, como él, también soy navegante y eso quiere decir que no te vas a mover aunque te estampes o vayas a chocar con un transatlántico. Sentí escalofríos”, cuenta Enric Millo, diputado del Partido Popular. Pero, como funambulista que es, Mas puede guardarse un as en la manga y demorar los comicios bajo la coartada de que Esquerra rechaza la lista unitaria. Eso es lo que teme ERC. O lo que piensa el PP. O una de dos: o Braveheart o la puta i la ramoneta.

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