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LA CRÓNICA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Comprender y admirar

La lista de las personas a las que se admira es sensiblemente más corta que la lista de las personas que se odia o desprecia

Las páginas del libro de Beckett en las que apareció el escrito con la pequeña reliquia.
Las páginas del libro de Beckett en las que apareció el escrito con la pequeña reliquia.

El otro día en la biblioteca Teresa Pàmies, en la calle de Urgell, fui a la sección de poesía y entre otros libros de la editorial Hiperión, que es una editorial por la que siento la más seria admiración y gratitud, encontré un ejemplar de la poesía reunida de Beckett, y me senté a leerla. Como es marca de la casa Hiperión, el texto estaba en el idioma original —en este caso dos idiomas, francés e inglés, ya que Beckett lo escribió en los dos idiomas— y además, claro, en español, aquí en la competente versión de Jenaro Talens, admirador de Beckett de hace mucho. El Beckett en verso es como en novela, pero destilado a su quintaesencia. Especialmente buenas me parecieron las “mirlitonnades”, unos poemas muy breves, que sueltos, uno por uno, no parecen gran cosa, pero cuando lees unos cuantos y te sumes en la atmósfera del autor, resultan formidables. Y lo que pasó y me parece digno de mención, es que en la página 232, junto al poema —a la “mirlitonnade”—, que dice “De pied ferme/ tout en n’attendant plus/ il se passe devant/ allant sans but”, encontré, pegado al papel, un pétalo de flor, un pequeño pétalo de color púrpura como una gota de sangre seca, y al lado escrito en mayúsculas, con lápiz: “No era mi intención manchar el libro... pero es un pétalo de la tumba de Beckett”.

Como es lógico me impresionó el casual hallazgo de una reliquia tan sutil, y su glosa, a la vez intrusiva, furtiva, reverencial y cómplice con los anónimos lectores sucesivos de ese libro. Y conmigo. ¿Quién me dejó ese mensaje? ¿Un hombre o una mujer? Niños y perros, descartados, no les gusta Beckett. Gatos, tampoco. El gesto es más bien femenino, y el aspecto físico del autor resulta atractivo para las mujeres, pero creo que sus libros son más del gusto varonil; digo esto en general, claro. Supuse que el autor del mensaje sería una mujer, y una mujer joven, dado el romanticismo un poco pueril del pétalo. Luego, pensándolo más, me ha parecido curioso lo que implica: ir a París, entrar en el cementerio de Montparnasse, visitar la tumba del escritor (con esa lápida que según leyenda él mismo encargó, pidiendo que el mármol fuese “de cualquier color, siempre que sea gris”), recoger alguna flor depositada allí por otro admirador, y luego volver a Barcelona, pedir prestado el libro en la biblioteca, llevarlo a casa, pegarle el pétalo y escribir el mensaje, devolverlo a la biblioteca… Es raro. Sospechosamente deliberado. ¿Y tienes dinero para viajar a París, pero no para comprar el libro de un autor al que admiras tanto, y te conformas con pedirlo prestado? ¡Raro! A no ser, claro, que el libro ya no estuviera disponible en las librerías cuando tú lo leíste. En cualquier caso, que sepas que ahora sí se puede comprar.

El tributo del desconocido lector o lectora a Beckett en la biblioteca Teresa Pàmies me parece admirable

Yo escribí aquí, hace algún tiempo, unas líneas sobre el desprecio, forma exsangüe del odio; sobre el tiempo del desprecio en que vivimos, en el que los políticos desprecian al pueblo, y el pueblo, a los políticos; el televisivo a los televidentes y los televidentes al televisivo, el maestro a los alumnos y viceversa, el patrón al empleado y viceversa, el policía al ciudadano y viceversa, el juez al reo y el reo al juez. Uno vuelve de la sociedad y siente que debe lavarse las manos. Propongo al lector que haga la lista de las personas a las que admira y verá que es sensiblemente más corta que la lista de las personas que odia o desprecia. (Capote enfermizamente presumía de tener “una lista de 3.000 personas despreciables”). ¡Qué examen de conciencia son esas listas! Circula tanto desprecio, que su valor es bajo, despreciable. Y, en cambio, se admira tan poco, que admirar se está volviendo admirable.

El tributo del desconocido lector o lectora a Beckett en la biblioteca Teresa Pàmies me parece admirable. He citado también aquí alguna vez esta frase de Bernhard en Maestros antiguos: “Solo el tonto admira, el inteligente no admira, sino que respeta, estima, comprende”, pero cada vez estoy más convencido de que eso es discutible y equivocado, y que son muchos los casos en que la verdadera e íntima comprensión conduce a admirar. Tan desengañado como Bernhard o más lo estaba Cioran, tan en contra del mundo, pero no se le cayeron los anillos por titular Ejercicios de admiración su libro de retratos literarios. En él, por cierto, hay dos textos sobre Beckett estupendos. Y creo que Eliade sufrió el letal ataque al corazón al leer los elogios que Cioran le tributa en Los comienzos de una amistad, en ese libro. No sé cómo pudo resistir el corazón de la hija del filósofo Mircea Vulcanescu el ditirambo a su desdichado, su admirable padre: “Él, tan abierto, tan dispuesto a comprenderlo todo, no estaba, sin embargo, predestinado por naturaleza a concebir el infierno y, menos aún, a descender a él. Lo que quisiera decirle es que, de todos los seres que he amado y admirado, ninguno me ha dejado un recuerdo tan fortalecedor como su padre: me basta con recordar su imagen, conmovedora en su claridad, para que, de repente, le encuentre un sentido a la insania de ser y me reconcilie con este mundo”.

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