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LA CRÓNICA
Columna
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Un restaurante literario

La primera vez que entré en este local me sorprendió la abigarrada decoración de sus paredes, lo impoluto de sus manteles y la excelente relación entre la calidad y el precio de su menú

La primera vez que entré en este local me sorprendió la abigarrada decoración de sus paredes, lo impoluto de sus manteles y la excelente relación entre la calidad y el precio de su menú. Desde entonces ha pasado mucho tiempo. Y Can Pitarra —en la calle de Avinyó— se ha convertido en uno de esos sitios a los que voy sin pensar ni preocuparme, convencido de que no me defraudará.

Este negocio familiar forma parte del selecto y exclusivo club de ocho restaurantes barceloneses abiertos y en funcionamiento con anterioridad a 1900. Inicialmente esta fue la relojería de Carles Hubert; al heredarla, su sobrino Pitarra habilitó la rebotica para celebrar tumultuosas tertulias donde se reunían Valentí Almirall, Conrad Roure y el mismísimo rey Alfonso XII, que visitó el lugar antes de asistir a una representación en el Romea. Corre la leyenda de que José Zorrilla imaginó su Tenorio durante los cuatro años que vivió en esta casa y que Josep Anselm Clavé escribió aquí alguna de sus canciones. Pero poco antes de la muerte de Pitarra, en 1890 el establecimiento fue traspasado; se convirtió primero en el restaurante Can Cisco y después en el restaurante Sogas. A esas alturas de la historia, el local había perdido toda referencia al conocido poeta y dramaturgo.

Jaume Roig, en el comedor del restaurante Pitarra.
Jaume Roig, en el comedor del restaurante Pitarra.MARCEL.LÍ SÀENZ

Años más tarde, en 1970, un joven viene a trabajar de camarero desde Subirats, en el Penedès. Jaume Roig era hijo de payeses y había seguido el consejo paterno: “No os dediquéis a labrar la tierra, que está muy baja”. Aquí oirá hablar del pasado literario del lugar. Y gracias al entusiasmo de clientes como Josep Postius y Josep Brangulí, empezará a soñar con devolverle su antigua personalidad. En 1987, Jaume se alía con su hermano Marc Roig, que llevaba 10 años trabajando de cocinero en el hotel Princesa Sofía, y abren el actual restaurante Can Pitarra, al que luego añadirán el local de al lado —entonces el restaurante gallego O Nabo de Lugo— para dejar el espacio tal como estaba cuando esto era la relojería pitarriana.

Fascinados por su primitivo propietario, inician una colección que irán incorporando al local. Conociendo la pasión de Pitarra por los gatos, adornan su negocio con un logotipo en el que puede verse el escudo de Barcelona coronado por uno de estos animales. Y durante muchos años, cada domingo acuden al mercado de Sant Antoni y a la plaza Reial, buscando libros, grabados y cualquier cosa relacionada con el autor. Rebuscan en librerías de viejo y en anticuarios, y llenan los comedores de cuadros y relojes antiguos. El señor Jaume Roig recuerda las viejas fotografías de las obras teatrales de Pitarra estrenadas en el teatro Romea, olvidadas en el almacén de Foto Arenas de la calle del Hospital, que pudo adquirir cuando este estudio cerró sus puertas.

Desde entonces, comer aquí supone sumergirse en un santuario de la literatura, una experiencia que no deja indiferente a nadie, como demuestran los cinco tomos de dedicatorias de los que fueron sus clientes asiduos, desde Ovidi Montllor a Joan Brossa, Carlos Cano y Manuel Vázquez Montalbán. Un lugar con su sanctasanctórum: la rebotica de Pitarra, convertida en comedor privado en el que han comido el Rey, presidentes de la Generalitat y del Parlament, alcaldes y visitantes ilustres de medio mundo; una sala en la que se han cerrado acuerdos tan trascendentales como el del regreso del presidente Tarradellas a Cataluña.

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En el centro de la ciudad, en medio de la vorágine del turismo, Can Pitarra guarda el recuerdo de uno de los autores más desenfadados y populares que ha dado el teatro catalán. Razón sobrada para augurar una buena comida y una mejor sobremesa.

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