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Delphi recibe el aval para descontaminar su planta en Sant Cugat

Generalitat, el Ayuntamiento vallesano y las compañías buscan una fecha para presentar oficialmente el acuerdo que salvará 208 empleos

Camilo S. Baquero
Planta de Delphi en Sant Cugat del Vallès.
Planta de Delphi en Sant Cugat del Vallès. Cristóbal Castro

Superado el último escollo burocrático para la reindustrialización de la planta de Delphi en Sant Cugat. La casa matriz de la compañía de componentes de automoción ya ha enviado el aval económico para hacerse cargo de la descontaminación del suelo donde está la factoría, explicaron fuentes sindicales. Se trata de un requisito indispensable para que las nuevas empresas se asentaran y ahora la Generalitat, el Ayuntamiento vallesano y las compañías buscan una fecha para presentar oficialmente el acuerdo que salvará 208 empleos.

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“Delphi ya se había comprometido con las garantías subsidiarias, pero había incompatibilidades entre las legislaciones europea y norteamericana que se tenían que revisar. Solo estamos pendientes de una nueva fecha de presentación”, explicó José Antonio Morán, presidente del comité de empresa. Hace una semana, la firma del plan se pospuso a última hora, literalmente, porque no se había aportado el documento donde se estipulaba el compromiso financiero. La larga actividad industrial de Delphi —antes Lucas y Condiesel— ha producido la acumulación de residuos en el subsuelo, proveniente principalmente de aceites industriales. La empresa norteamericana, aseguró Morán, realiza catas periódicas para verificar los niveles de contaminación pero los nuevos vecinos quieren blindarse en el caso de algún problema futuro.

La descontaminación es solo una de las piezas de un rompecabezas que la empresa de componentes, las Administraciones y las nuevas compañías han tenido que ir armando para evitar la pérdida de la actividad industrial. Delphi anunció en marzo de este año un ERE de extinción tras decidir que deslocalizaba la producción de bombas de inyección. La decisión dejó a 540 trabajadores sin empleo, que serían despedidos durante este año.

La plantilla y la Generalitat comenzaron a buscar un plan B. Tres meses después, J. Juan, Gutmar, Isee y Guilera acordaron destinar hasta 12 millones de euros para implantar en la fábrica de Sant Cugat nuevas actividades como la fabricación de frenos, el ensamblaje de componentes electrónicos y una línea de soldadura para piezas aeronáuticas. La operación permitía salvar 208 empleos. “Nunca se ha retrasado el plan”, defiende Morán. En todo este tiempo las nuevas empresas se han dedicado a adaptar las plantas y se espera que este mes termine la selección de los empleados que serán reenganchados. Es posible que las actividades de todas las empresas se solapen hasta que Delphi se vaya definitivamente.

Cuando Delphi era Condiesel

Josep Catà

Cuando, en los años setenta, la fábrica de Sant Cugat Delphi Diesel Systems era la compañía de bombas de inyección Condiesel, la vida de sus más de mil trabajadores estaba marcada por la muerte del dictador y la posibilidad que se abría de luchar por unas condiciones de trabajo más dignas. Con el fin de los sindicatos verticales franquistas, resurgía un alud de siglas (CC OO, UGT, CNT) que intentaban posicionarse en los comités de empresa. Un libro autoeditado por jubilados de la antigua Condiesel explica cómo en algunas fábricas los trabajadores optaron por organizarse en asambleas y alejarse de la burocracia de los sindicatos. La casualidad quiso que Vamos juntos: El Consejo de Fábrica de Condiesel, una historia de lucha obrera, se publicara en abril, a pocos meses de que Delphi anunciara su voluntad de cerrar la fábrica de Sant Cugat.

Desde entonces, las presentaciones que los trabajadores han hecho del libro han ido combinando los comentarios de las noticias sobre lo que puede suceder con la planta de Sant Cugat, con el repaso de una historia obrera que en los primeros años de la democracia tuvo un gran impacto social, especialmente en el Baix Llobregat y en el Vallès. "Todo lo que conquistamos se ha ido al traste, y digo conquistamos porque ningún jefe te regalará lo que conseguimos", decía Luis Prieto, uno de los colaboradores de Vamos juntos en la última presentación del libro, en el ateneo popular de Nou Barris, en Barcelona. El ERE de Delphi presentado en febrero preveía despedir a más de 500 trabajadores, aunque finalmente se quedará la mitad en una fábrica reestructurada, y los despidos se harán con las indemnizaciones pactadas en 2011, muy superiores a las que marca ahora la reforma laboral.

El libro, escrito a partir de los recuerdos de los trabajadores de Condiesel y editado por el historiador Enrique Tudela, cuenta el ambiente que había en las grandes fábricas en la transición: del miedo a la represión que todavía coleaba, a la valentía que traían los nuevos tiempos. A finales de los setenta, y tras la legalización de los principales sindicatos clandestinos, el sindicalismo tuvo un gran éxito en las elecciones a los comités de empresa: Comisiones Obreras, por ejemplo, llegó a tener 400.000 afiliados en Cataluña (en 2015 tuvo 140.000) y 402 delegados en empresas catalanas en 1985. Pero en algunas fábricas, como Condiesel, Roca Radiadores o la Editorial Bruguera, los trabajadores decidieron organizarse al margen de los sindicatos en Consejos de Fábrica y posteriormente en un sindicato propio, que atendía a las necesidades específicas de los trabajadores, el Colectivo Obrero Popular (COP) de Condiesel.

La efervescencia de este tipo de colectivos alternativos a los sindicatos fue un movimiento social de gran calado, y un reportaje en este periódico la bautizó como "El discreto encanto de la asamblea". "Nuestras reivindicaciones no se limitaban a un aumento de sueldo, que también era importante, pero intentábamos ir más allá", detalla uno de los trabajadores, José Manuel Ruiz, que aclara que los nuevos sindicatos "no eran sectarios". "Nosotros intentamos trabajar en todos los grandes sindicatos, pero tenían otros intereses, más generales", dice.

El primer logro de los trabajadores de Condiesel organizados en asambleas fue la readmisión, en 1976, de 25 trabajadores despedidos por la huelga general de 1973. Más tarde consiguieron el control de ciertos aspectos del trabajo de la fábrica: "Si la empresa proponía nuevos tiempos de producción, nosotros los testábamos para decidir si se aprobaban o no", explica Prieto. Algunos de los objetivos que también se alcanzaron era organizar actividades lúdicas para los trabajadores, o que los hijos de los obreros tuviesen colonias y campamentos de verano.

"Esa era nuestra escuela de pensamiento, todo lo que podíamos hacer juntos", explica José Portolés, que fue elegido para ir a Nicaragua durante la revolución sandinista para apoyar la autogestión de las empresas. Pero lo que más valora Portolés de esa época es el ambiente de las reuniones: "Eran tiempos de mucha ilusión, todos participábamos en las asambleas y a todos nos temblaban las piernas antes de hablar ante 600 personas", recuerda.

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Sobre la firma

Camilo S. Baquero
Reportero de la sección de Nacional, con la política catalana en el punto de mira. Antes de aterrizar en Barcelona había trabajado en diario El Tiempo (Bogotá). Estudió Comunicación Social - Periodismo en la Universidad de Antioquia y es exalumno de la Escuela UAM-EL PAÍS.

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