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Café de Madrid

Al llegar

El autor describe la sensación que envuelve al viajero al llegar a Madrid desde lejanas ciudades

Al llegar, recuerde que vuelve; quién sabe de dónde y sin importar si en realidad ha estado o no con anterioridad, pero es sabido que quien llega a Madrid, siempre vuelve. Si viene usted de la Ciudad de México, deja atrás veinticuatro razones para atascarse en tráficos infernales y contaminaciones insalvables; si viene de New York, olvídese por ahora de la mala leche de quienes no toleran el idioma español y la piel morena y asómense todos a la villa y corte donde el calor sube del asfalto que se va dorando bajo un Sol que antiguamente llamaban de Justicia y que hoy sólo ha quedado definido en la frase de ¡Cómo pega Lorenzo!, porque el Sol se llama Lorenzo y la Luna, Catalina. (Lorenzo por la parrilla de la fritanga y Catalina, por la rueda de la tortura en Siena).

Salga usted sin miedo a los asaltos en la madrugada, a menos de que acostumbre ponerse beodo en barrios de mala sombra con navaja en mano y observe la multitudinaria navegación de taxis blancos, bicicletas sin cascos, pedestres en pantalón corto y ninfas con velos asoleándose en los prados. Deténgase con compasión ante los pocos encorbatados que tienen que padecer el los calorones con tebas ligerísimas y las viejas chulaponas que no pueden dejar de portar medias que ha tiempo dejaron de ser de seda.

Observe la costumbre intemporal de llevar barras de pan en discretas bolsitas bajo la axila y el afán ancestral de no pocos lugareños al detenerse a media acera, a los pies de las escaleras eléctricas, en medio de los pasillos, justo delante del paso cualquiera simplemente para estorbar subrayando la frase ya clásica: “No soy nadie, pero estorbo” y escuche el decibelaje inconfundible con el se discute en bares y cafés sobre cualquier tema, tópico o tonto de moda; escuche también las exhortaciones que van del camarero a la cocina y de mesa en mesa que se confunden con celebraciones y con constantes avisos de que alguien se va a la sierra o a la playa o lejos de este calor infernal tan acogedor y envolvente que se va filtrando en la mirada desde que uno cruza el biombo en Barajas o las vallas en Atocha… entradas para un regreso que siempre se anhela y que siempre, absolutamente siempre, es bienvenido.

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