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POP Simple Minds

El comedimiento imposible

Los escoceses siguen sonando grandiosos en la gira acústica con la que celebran su 40 aniversario

Jim Kerr, cantante de Simple Minds, junto a KT Tunstall en el concierto del Circo Price
Jim Kerr, cantante de Simple Minds, junto a KT Tunstall en el concierto del Circo PriceRocío Sánchez

Pocos grupos invitan en principio menos al tratamiento acústico de sus clasicos que Simple Minds, una banda que siempre jugó la baza de la sonoridad épica, engolada y abrumadora. Y pocos conciertos en teoría acústicos aportan sensaciones menos desenchufadas que el ofrecido anoche por los escoceses en el Circo Price, alentados por las tres cuartas partes de un aforo en el que la edad media se aproximaba a la del propio Jim Kerr.

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Decididamente, el intimismo y el recogimiento no son los rasgos más característicos de un sexteto cuyo jefe de filas aprovecha ya la primera canción, 'New gold dream (81-82-83-84)', para darse un garbeo por toda la pista y alborotar los ánimos. Lo mejor del caso es que ya no decayeron. Puede que Simple Minds no sea a día de hoy una gran banda, pero en esta gira sabe suministrar las dosis correctas de nostalgia, empatía y compromiso.

En el actual formato desaparecen los teclados, siempre bombásticos y grandilocuentes, así que el peso de la acción recae más que nunca en la figura de Kerr. Y el de Glasgow, viejo bucanero con 40 años recién cumplidos en su hoja de servicio, se las sabe todas. Sus movimientos son más bien poco gráciles, y no digamos ya los amagos bailongos. Pero la voz sigue rezumando calidez y todo el concierto es, ante todo, una prolongada lección de carisma. Jim podría ejercer de veterano jactancioso, pero prefiere burlarse de su barriga, revelar la adicción de la banda al Toblerone o bromear sobre su relación con el guitarrista original, Charlie Burchill, que ya supera a casi cualquier matrimonio. "Claro que nosotros no dormidos juntos... por ahora", matizó entre las risas de un auditorio al que tuvo en todo momento encandilado.

Cierto es que algunas canciones resisten solo regular el ligero adelgazamiento sonoro ('Mandela day', 'Someone somewhere in summertime'), pero a cambio descubrimos el encanto melódico de un grupo que nunca potenció esta faceta y que ahora, con una segunda vocalista negra, imprime un cierto sesgo de góspel a 'Glittering prize' o 'Stand by love'. Hay epopeya en 'Waterfront', incluso sin su pomposo motivo central. Y no digamos ya con las ineludibles y eufóricas 'Don't you forget about me' y 'Sanctify yourself', que sirvieron de engañoso colofón antes de los bises.

En esas propinas llegó su mejor pieza reciente, 'Honest town', y una lectura junto a KT Tunstall de 'For what it's worth' (Buffalo Springfield), que se sumaba a otros dos tributos anteriores, 'Andy Warhol' (Bowie) y aquel 'Dancing barefoot' de Patti Smith. Curioso que una formación con tanto material propio recurra a un buen puñado de préstamos, pero con ocho lustros de bagaje cada cual puede permitirse lo que le plazca. Ejercer la generosidad, por ejemplo. O emprender una reivindicación acústica aun a sabiendas de que el comedimiento, en este caso, era misión imposible.

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