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Café de Madrid

Cuarenta años… apenas.

El autor recuerda el aniversario de la reanudación de las relaciones diplomáticas entre España y México

J. F. B.

Algunos llegaron a percibirlo. Era un raro hálito impalpable que de pronto confundía el perfil de Cádiz con los portales de Veracruz y esa media luna de Donostia con un espejo de Acapulco; hubo quienes caminando por Toledo de pronto salieron andando por un túnel en Guanajuato y no faltaron los que trastocaron los anchos campos de Castilla con los llanos alargados de Jalisco y la selva de Chiapas parecía enredarse en un bosque de Galicia, pero sobre todo, hubo quienes confundieron el Parque de El Retiro de Madrid con Chapultepec, el Paseo de la Castellana con el de la Reforma, Gran Vía con Artículo 123 o Venustiano Carranza y el Zócalo de la Ciudad de México con la Plaza Mayor.

Durante horas, el sortilegio provocó que en un café de barrio alguien pidiera un café porfavorcito y que dos cantinas de Aguascalientes se sirvieran carajillos a deshoras con tapas de boquerones; se escucharon saludos de Quihubo en Castellón y un Mecagoendiez en Querétaro, amen de una banda municipal que entretejió las notas de la marcha real de España con el sonoro rugir del himno mexicano y dicen que hay turistas que lograron fotografiar a una parvada de voladores de Papantla en una plaza de Barcelona, al filo de la Rambla de las Flores que parecía por unos instantes el Mercado de San Ángel y consta que los visitantes del Palacio de Aranjuez no se esperaban el tumulto de trajineras floreadas que sorteaban los canales como falúas en Xochimilco.

El delirio de esta semana llegó a devaluar ilusoriamente al euro como si fuera nuevamente peseta o simplemente peso y se vieron no pocos transeúntes pidiendo más tacos de lo normal justo al lado de un barquillero que giraba su fortuna sin entender la cantidad de cantinflismos que dictaba un hombre menudo, con su chipiturco como gabardina al hombro y la mímica que clonaba las llamadas telefónicas de Gila al frente de guerra y se escuchaban boleros que armonizaban con tarantos y un schotis que se bailaba como danzón y todo se arremolinaba en un oasis de colores y sabores que se comen de ambos lados del Atlántico como festín imprevisto y todo, absolutamente todo, se debía a que por estas fechas se conmemoran los 40 años de la reanudación de relaciones diplomáticas entre México y España, una hermandad sellada por el mismo idioma que nos separa y más de quinientos años desde que nos vimos las caras directamente a los ojos para sellar una estrechísima relación que va muchos más allá de la distancia, el tiempo y el delirio de tanta imaginación desatada que nos confunde y conforma.

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