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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cómo saber lo que ha pasado

Uno de los escenarios que se consideran con más probabilidades para 2017 tiene formato de elecciones autonómicas anticipadas con prioridad respecto al referéndum sobre la secesión

Escenarios antitéticos anuncian un 2017 que va a ser decisivo para lo que se ha ido virtualizando como “proceso” y que ahora mismo se centra en la celebración de un referéndum que unos días —según el propio presidente de la Generalitat— es de “o o ”, o bien pactado, con la mitad más uno de los votos como aval o bien en el reconocimiento de que no existe una mayoría lo suficientemente amplia para plantear la gran pregunta. El año se inicia con un despliegue aparatoso de antipolítica. La antipolítica es la negación de la sociedad civil, algo de lo que tanto se habla en Cataluña y que, sin embargo, anda muy diluido, desconcertado, sin lideratos. Con la tentación de negar la política se acaba desestimando el orden legal que es el sine qua non de la democracia. A falta de una política adulta, parece como si en definitiva la tesis de un referéndum para la secesión fuese una nueva ocasión para dos o tres selfies más, o para —como se ha visto— una carta a los Reyes Magos.

Uno de los aspectos más pueriles de toda la ideología del proceso secesionista habrá sido —de forma casual o deliberada— la absurda presunción de preservar Cataluña de lo que está pasando en un mundo de sinergias y disfunciones. Es como si con el ensueño catalano-céntrico, por otra parte, nada nuevo en la historia política de Cataluña, fuese posible descontaminarse de Trump, Aleppo, los mercados de deuda, la inteligencia artificial, el nuevo paisaje político español o el incipiente declive de la cocina de autor. Es como un envasado al vacío: concentrémonos en irnos de España y solucionaremos todos los problemas que nos atan al mundo real. En ese mundo real en el que los imponderables superan toda previsión racional, el secesionismo catalán ha decidido jugárselo todo al “ o ”, o eso dice, al menos. Ni el referéndum escocés ni la complejidad del Brexit parecen servir, no ya de lección, sino de elemento comparativo. Quizás es que se da por hecho que la ruptura con España mantendrá a Cataluña al margen de los conflictos de nuestro tiempo cuando, en realidad, tal ruptura puede incrementar los riesgos que genera situarse a la intemperie, sin un sistema legal consistente, con peligro de inseguridad jurídica, sin un marco de garantías razonables para la inversión, con descohesión civil. Ahí es donde se está produciendo una grieta profunda porque mientras la política secesionista vive en una nube, la sociedad catalana —la emprendedora, las clases medias, el autónomo— vive al día las dinámicas que son el shock del presente.

Si en todas partes hacen falta líderes sensatos para tiempos vertiginosos, la impresión es que el secesionismo no está en manos de la sensatez sino de la improvisación, más próximo al ilusionismo retórico que a la política de realidades. En fin, más propenso a la ilegalidad que a las responsabilidades del bien común y del Estado de derecho en una sociedad pluralista. Algún día quizás logremos explicarnos como la sociedad catalana ha llegado a este callejón sin salida. Ahora, 2017 puede significar una erosión de efectos muy duraderos. El hiperactivismo independentista se autolesiona con sus extremos caricaturescos. Como dijo Michael Oakeshott: intentar hacer algo que sea inherentemente imposible siempre es un empeño que corrompe.

Actualmente, uno de los escenarios que se consideran con más probabilidades para 2017 tiene formato de elecciones autonómicas anticipadas —una más— con prioridad respecto al referéndum sobre la secesión. Mientras Carles Puigdemont, en manos de la CUP, practica un tacticismo estrábico, la ERC de Oriol Junqueras se ha sentado a la puerta de casa para ver pasar el cadáver de Convergència. En 2017 seguirá la demagogia de fractura. Habrá que ver qué elementos baraja el gobierno de Mariano Rajoy para articular un lenguaje de cohesión entre Cataluña y el conjunto de España. Según los cálculos demoscópicos, unas elecciones anticipadas desembocan en un nuevo tripartito, con ERC al frente. ¿Qué hará el nuevo partido de Ada Colau? Aunque esté intentando abarcarlo todo, sus claves no son identitarias sino sociales. En poco tiempo tendremos robots humanoides en el ascensor de casa. Poco tiene que ver el cliché de una España depredadora de roba a Cataluña con la crisis europea o el bitcoin. Tardaremos menos en saber lo que va a pasar que en entender lo que ha pasado.

Valentí Puig es escritor.

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