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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dudas sobre el referéndum

Consultar directamente a los ciudadanos sobre una cuestión es una forma de participación de escasa calidad democráctica

Francesc de Carreras

El referéndum italiano del pasado domingo ha vuelto a poner sobre el tapete, tras el británico y el colombiano, las dudas sobre las virtudes de este instrumento de participación de los ciudadanos en el poder político. Por supuesto, no es un argumento válido sostener que el pueblo se ha equivocado porque la opción ganadora no coincide con las preferencias propias. En mi caso, si hubiera podido votar en estos tres referéndums, habría perdido en todos: ni soy partidario de que Reino Unido salga de la Unión Europea, ni de que se rechazara el plan de paz pactado en Colombia, ni de que las reformas constitucionales propuestas por Renzi en Italia salieran adelante. Una derrota en toda regla.

Pero no son estos resultados los que me inducen a pensar que los referendos no son un buen instrumento de participación política. Simplemente, deduzco de ellos que mis posiciones —y las de tantos millones de personas— no las comparten una mayoría de votantes de cada uno de estos países. Los argumentos deben ser otros, más objetivos, deducibles de una cierta idea de democracia. Vamos a exponer algunos.

Entre las muchas concepciones de la democracia política, dos de ellas son las más conocidas: la democracia directa y la democracia representativa. Como es sabido, en su sentido etimológico, democracia significa poder del pueblo, no poder de uno, ello sería autocracia, ni poder de algunos, que sería oligarquía, sino poder de todos, de todos los ciudadanos. Este sentido etimológico contiene lo esencial del significado de democracia, pero admite diversas formas muy distintas entre sí, quizás la principal es la distinción entre democracia directa y democracia representativa.

En la democracia directa, los ciudadanos participan sin intermediarios en la toma de decisiones políticas. En la democracia representativa, los ciudadanos eligen a sus representantes para que sean éstos quiénes decidan en su nombre. A primera vista, la democracia directa aparece como la forma más pura, aquella donde el poder del pueblo se manifiesta por sí mismo. Pero sólo a primera vista. Porque la democracia no es un fin sino un medio, un instrumento, para conseguir determinadas finalidades, en concreto la libertad y la igualdad de todos, la “igual libertad” a la que se refería Rawls. Si algunos métodos democráticos no sirven para ello debemos desecharlos por ineficientes e ineficaces.

Hagamos una comparación. El planteamiento táctico de un partido de fútbol no lo deciden los jugadores o los socios del club —que aparentemente sería lo más democrático— sino el entrenador que, previamente, ha sido designado por una junta directiva, elegida por los socios y responsable ante ellos. Si las cosas se tuercen, estos socios pueden destituir la directiva, o ésta al entrenador, de acuerdo con los estatutos del club. Así, la participación democrática se combina con la división de poderes y de funciones, con un sistema legal, con la responsabilidad ante los órganos superiores y la necesaria elección de buenos especialistas que sepan resolver los problemas para así alcanzar la finalidad pretendida: ganar el partido.

En un Estado democrático sucede algo parecido. Cada poder se limita a cumplir su función, previamente determinada en las leyes, es responsable ante sus órganos superiores y el conjunto de la organización está legitimada por el consentimiento democrático de los ciudadanos. En un club de fútbol las mejores decisiones no derivan de la participación directa de los jugadores (o los socios) en cómo debe plantearse un partido, sino de escoger un buen técnico que sepa adoptar las medidas adecuadas para ganarlo. Igual podríamos decir de una empresa o de tantas otras organizaciones.

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Los referendos tienen muy conocidos y variados defectos: simplifican los problemas; reducen las respuestas a un o un no, sin posiciones intermedias; los ciudadanos no suelen tener conocimientos suficientes para expresar un criterio bien fundamentado, con lo cual sus respuestas se dejan guiar más por las emociones que por la racionalidad; los políticos descargan en los ciudadanos la responsabilidad de las decisiones aprobadas por referéndum.

A todas estas conocidas críticas, hoy se suma otra muy fundamental: muchos ciudadanos, al votar, no responden a la pregunta que se les formula sino contra quién la formula. Son más instrumentos de protesta que de participación. El referéndum, como método de participación es de muy escasa calidad. La democracia representativa, aún admitiendo sus defectos, es de una calidad muy superior: la peor, sin duda, a excepción de todas las demás.

Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional.

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