_
_
_
_
_

La segunda residencia de los premios Nobel

Vicente Aleixandre y Ramón y Cajal han sido vecinos de Miraflores de la Sierra, que tuvo, en sus orígenes, uno de los nombres menos apropiados que se recuerdan

Plaza del Ayuntamiento de Miraflores de la Sierra.
Plaza del Ayuntamiento de Miraflores de la Sierra.santi burgos

Uno de los pueblos más bonitos de Madrid tuvo, durante siglos, uno de los nombres más feos que se recuerdan: Porquerizas de la Sierra. Una denominación que, si bien tenía su justificación logística, era del todo injusta con Miraflores de la Sierra. Algo de lo que se dio cuenta Isabel de Borbón. La leyenda cuenta que fue ella quien le puso este nombre a esta localidad del norte de la región. Y que lo hizo, además, de rebote. Mientras hacía un descanso en su ruta hacia el Monasterio de El Paular. Desde la cima de La Raya, y a los pies de La Najarra, la reina contempló la belleza de esta comarca. Y se maravilló del paisaje. Las crónicas de la época no se ponen de acuerdo en si dijo “mira, qué flores” o “mira, flores”. Lo que sí destacan es que al querer saber el nombre de este enclave y escuchar la respuesta -“se llama Porquerizas, majestad”-, la esposa de Felipe IV frunció el ceño.

Un pueblo bajo un árbol

El olmo de Miraflores no es solamente un árbol. La memoria sentimental de este pueblo está enraizada bajo su tronco. Se cree que fue plantado en el siglo XVIII. Y desde entonces ha sido punto de reunión. El poeta Vicente Aleixandre le dedicó un poema en 1962 que está incluido en el poemario En un vasto dominio. Según cuentan, una de sus últimas voluntades fue que le llevaran a Madrid unas hojas de este árbol. El olmo murió por una plaga de grafiosis en 1989, cinco años después de que lo hiciera Aleixandre. Julio Vías, concejal de Medio Ambiente, quiere recuperar ese simbolismo. Y para ello plantea hacer una réplica en bronce del árbol, con la ayuda de la Comunidad de Madrid.

No era para menos. Porque en Miraflores, cuyos orígenes se creen que datan del siglo XIII, había algo más que cerdos y jabalíes. Hacía falta una denominación que estuviese a la altura de esta comarca de 5.907 habitantes. Aunque en esto tampoco hay una posición común: algunos lugareños dicen que fue la propia reina quien ordenó que se cambiara el apelativo de Porquerizas. Y otros que fue el boca a boca. En cualquier caso, esta localidad tuvo el nombre que merecía a principios, por fin, del siglo XVII. Pero aquí no solamente hay flores.

Parte del término de esta comarca está ubicado dentro del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama y también del Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares -declarado en 1993 Reserva de la Biosfera por la Unesco-, y esto es algo que el visitante nota al respirar ese aire con denominación de origen. En cuanto a su flora, las flores de Miraflores son los lilos y las jaras. Todo el pueblo es una gran balconada; normal que Isabel de Borbón se maravillara. Y tampoco es de extrañar que otros personajes ilustres se enamoraran de la zona. Hay un hecho que destaca aquí y es la densidad de premios Nobel que han recalado en Miraflores.

Algunos como el médico Ramón y Cajal pasaron el verano en este pueblo. Pero el vecino más destacado fue el poeta Vicente Aleixandre, que hizo de esta zona, casi, su segunda residencia. El aire de la sierra le hacía bien para su enfermedad –sufría de nefritis tuberculosa-, pero también el paisaje le inspiró algunos de sus mejores poemas al que sería años más tarde premio Nobel de Literatura. Uno de ellos está dedicado a esta localidad. Y habla de su álamo, que es como hablar de todo Miraflores: “El árbol: un álamo negro, un negrillo. El álamo: ‘Vamos al álamo’. ‘Estamos en el álamo’. Todo es álamo”.

Esa percepción, de que todo aquí es álamo, se sigue manteniendo hoy en día a pesar de que del árbol solo queda el tronco. Lugar de reunión y centro neurálgico de esta comarca, ese olmo -porque, en realidad, es un olmo- continúa apareciendo como una parada obligada para el viajero. Bajo su sombra, se han declarado infinidad de parejas. Y algunas como la que forman Alejandro Sanz y su mujer continúan bajo ese recuerdo. Sentados en el mismo banco de entonces, este vecino de 64 años desvela el secreto de la eterna felicidad: pasear por el camino de la Fuente del Cura. Donde están las mejores vistas de Miraflores, asegura. Pero este lugareño da más pistas: la Fuente Nueva, levantada en el siglo XVIII, también es digna de visita. Y la sonrisa de su mujer parece corroborarlo. “Y la Iglesia de la Asunción de Nuestra Señora, del siglo XVI, también es muy bonita”, tercia ella. Otro vecino señala el oratorio de la Gruta de Nuestra Señora de Begoña, que, aunque es privado, “está al aire libre y el entorno es mágico”.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Se recomienda visitar el pueblo los fines de semana. Y si el viajero se queda hasta el domingo seguramente escuchará a Tomás García, el pregonero. Porque este pueblo tiene pregonero. Y antes o después habrá que comer. Nada mejor que las carnes de la zona. En el restaurante El Serranito, Montse y Jesús las tienen a buen precio. Este bar también tiene su historia. Según explican, uno de sus mejores clientes fue Antonio Vega; del que eran amigos. En la pared de este local hay colgada una pequeña cuartilla con la letra de la canción de la Chica de ayer, escrita a mano por el célebre músico. Antonio Vega compuso este himno en Valencia, mientras hacía el servicio militar. Pero la chica que jugaba con las flores, en su jardín, podía haberlo hecho, perfectamente, en Miraflores.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_