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Un tesoro al lado del mar

Sant Salvador, un lugar donde no hacer nada es sinónimo de bienestar, donde los teléfonos móviles se transforman en fijos

A Sant Salvador la arena "és fina, la onada rient la pren per joguina", escribió Apel·les Mestres.
A Sant Salvador la arena "és fina, la onada rient la pren per joguina", escribió Apel·les Mestres.ALBERT GARCIA

“El Caribe o cualquier playa paradisíaca es alucinante. Pero esto es un tesoro”. Mi sobrina expresó su “felicidad” al volver a la playa de veraneo de mi familia. Un tesoro al norte de la Costa Dorada llamado Sant Salvador.

Sube al coche y coge la autovía de Castelldefels. Garraf, Sitges, Vilanova, Cubelles, Cunit y Calafell quedan atrás cuando llegas al Pla de Mar del Baix Penedès. Aún conserva el verde de los viñedos a pesar del crecimiento urbanístico que ha sufrido esta zona vitivinícola. A la derecha, Sant Vicens de Calders y Vendrell. Al fondo, Coma-ruga y Francàs. A la izquierda, el mar, a veces gris y otras azul radiante. Y a sus pies, la playa. Respiras fuerte, el olor y el sonido del mar te dan paz.

Este barrio marítimo de Vendrell es mi espacio de libertad. Rincón al que voy cuando huyo de Barcelona. Un lugar donde el tiempo se detiene y los móviles son fijos. Donde no hacer nada es sinónimo de bienestar, de descanso. También es la población de Pau Casals y merece la pena visitar su casa-museo frente al mar. O disfrutar de los conciertos en el auditorio dedicado al músico universal en los terrenos donde estaba su finca.

MENJAR, DORMIR I VISITAR

UN LLOC PER VISITAR

La casa Museu Pau Casals.

UN LLOC PER MENJAR

Aperitiu a  Can 60.

DONDE DORMIR

Dormir o hacer la cabezada bajo de un toldo encima de la arena o encima las barcas.

Sant Salvador es la cuna del Vendrell. Una parroquia con dos iglesias se crea hacia 1038 en esta zona de la Catalunya Nova. Una de ellas es una ermita románica a 500 metros del mar rodeada de marismas, que no se eliminan hasta mediados del siglo pasado. Tierra rica en pesca, cereales, olivos, algarrobas y viñedo, pero también en mosquitos, que traen paludismo y malaria. Un lugar “áspero y desierto, yermo y poco sano”, según describió el obispo de Barcelona, que impulsa su traslado al actual núcleo de la localidad 300 años después. Pero los vendrellenses dedican el nuevo templo al mismo santo y prometen recordar sus orígenes visitando la ermita cada año en procesión. Cada 6 de agosto aún se cantan los goigs a Sant Salvador.

Playa de arena fina

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En la playa la arena és fina, la onada rient la pren per joguina, escribió Apel·les Mestres, ilustre veraneante como Àngel Guimerà. Ahora, sin embargo, ya no es blanca “com flonjo tapis por peus de sultana”. La construcción del puerto de Coma-ruga en un arenal en los setenta, ¡qué gran idea!, modificó la línea de la costa al vaciar de arena la playa, que se acumula en la vecina. Una dragadora vació a diario la bocana de levante y el puente a los muelles acabó por ser derruido porque ya no pasaba sobre el mar. Pero en vez de devolver la arena a su sitio, Fomento llenó con arenisca de otro lugar —sucia, polvorienta y marrón—, lo que había sido una maravillosa playa de arena fina y blanca. Han pasado dos décadas y la naturaleza lo va devolviendo a su estadio natural y en la orilla volvemos a disfrutar del tacto de la arena perdida, pero en distinto color.

Durante el siglo XVIII también es el tercer puerto de Cataluña en exportación de vino. A España, Europa y América. Estamos en la playa de Vendrell que fa olor mesclada de garrofa i vi novell, según Josep Carner. Los buques fondean para no encallar en el banco de arena o sacallets, que decimos en esta franja del litoral tarraconense que mira al sur. En invierno verás como el sol se levanta y se acuesta sobre el mar.

En esta playa —rica en peces, cangrejos y conchas, deliciosas tallarinas que comía de niña— conviven pescadores y boters, la otra industria de la comarca. Las botas de vino acababan en los barcos de un comercio que menguó con la llegada del ferrocarril, cuando apenas despuntaba el turismo con las primeras casetas de baño. Entonces, mi bisabuelo convenció a su mujer, pubilla de una familia de comerciantes de Vendrell, para transformar un almacén frente al mar en ocho apartamentos. Ella no lo vio claro. Y él argumentó: “Muy mal tendrá que ir el país para que los críos no jueguen en la playa”. Los niños aún chapotean en la orilla, nadan, hacen castillos, se rebozan de arena y los pescadores plantan cañas. Los profesionales desaparecieron pero recuerdo, antes de que construyeran el paseo marítimo, a Indalecio, Lola y Pilar, que vivían debajo de casa. Ellas reparando redes; él arrastrando la barca hasta las terrazas al atardecer, no sea que un temporal se la lleve mar adentro.

Estamos al lado de Les Madrigueres, los únicos 500 metros del litoral de la comarca que no han sido engullidos por el urbanismo. Un espacio protegido entre la actual y la antigua desembocadura de la riera de La Bisbal, donde anidan aves. Más allá, cerca de Calafell, se divisa el edificio racionalista del sanatorio de Sant Joan de Déu —hoy hotel Ra— construido en los años veinte para sanar a los niños tuberculosos con las propiedades curativas del sol y de las aguas yodadas de la zona.

A algunos les da por recorrer el mundo de vacaciones. Yo planto la caña en Sant Salvador. Como canta Joan Issac “si un día he d’anar-me’n, deixeu lliure una cadira, si pot ser amb el sol de cara, que jo vull quedar-me aquí”.

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