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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Unilateral o nada

El soberanismo llega siempre al mismo punto, la unilateralidad. Que es el que provoca el vértigo de sus propios promotores porque es el punto a partir del cual hay que saltar al vacío

Enric Company

Ya sea para un referéndum, para una declaración de soberanía o para lo que eufemísticamente una comisión del Parlament definió ayer como un “mecanismo de ejercicio democrático”, la cuestión es que en su recorrido hacia la independencia, la actual mayoría parlamentaria catalana llega siempre al mismo punto, la unilateralidad. Que es el que provoca el vértigo de sus propios promotores. Es el punto a partir del cual hay que saltar al vacío.

Unilateral, en los asuntos relacionados con la soberanía política, es sinónimo de ruptura. Ruptura suele ser, a su vez, sinónimo de revolución, pues a nadie le cabe duda de que la creación unilateral de un Estado catalán soberano sería un acontecimiento revolucionario en España. Consumaría y llevaría a su punto de paroxismo la crisis constitucional y de régimen apenas larvada desde la sentencia del Tribunal Constitucional de 2010 sobre el Estatuto de Cataluña.

Las revoluciones son por definición ilegales, como todo el mundo sabe. Y las hay de muchos tipos, incluso puede decirse que a lo largo de la historia no ha habido dos revoluciones iguales. Pero, a grandes rasgos, pueden dividirse en dos grupos: las que triunfan y las que fracasan. ¿En qué grupo quedaría una declaración unilateral de independencia de Cataluña protagonizada por el Parlament? Se admiten apuestas.

Que una revolución triunfe o fracase no es, en principio, una simple cuestión de legalidad o ilegalidad, sino de relación de fuerzas entre los antagonistas. Si todas son por definición ilegales, las revoluciones que fracasan suelen conllevar el castigo para sus promotores. Si triunfan, sus impulsores legalizan a posteriori el nuevo marco político y la comunidad internacional bendice la nueva situación. En Europa, el apoyo y el reconocimiento internacionales han sido decisivos para las numerosas declaraciones de soberanía triunfantes acaecidas a finales del siglo XX. Pero si los promotores fracasan, se les aplica a ellos la legislación punitiva prevista en todos los ordenamientos jurídicos para quienes osan desafiarlo. Llámese prevaricación, sedición o como se le quiera llamar, algo de esto están empezando a conocer Artur Mas y algunos de sus colaboradores, que ya han sido llevados ante la Justicia por desatender la orden del Constitucional y persistir en su intento unilateral de llevar a cabo un amago de referéndum sobre la independencia.

Evitar el recurso a la unilateralidad es la propuesta que la coalición de En Comú Podem ha llevado en su programa para las elecciones legislativas del 20-D y del 16-J y desde luego alguna contribución habrá tenido a que resultara la fuerza más votada en ambas convocatorias. Se trata de una propuesta de consulta al electorado o de referéndum sobre la forma constitucional de pertenencia de Cataluña al Estado español. Una vía que implica negociación, pacto. Esta posición había sido defendida por el PSC, pero la abandonó meses antes de las legislativas de 2015 por la presión del PSOE. Sin embargo, hace unas semanas, el PSC la ha retomado en parte para un supuesto teórico no se sabe si poco, muy o bastante improbable: el de que el electorado catalán rechazara en su día la reforma constitucional federalista que proponen los socialistas. La nueva idea del PSC no ha superado de momento la fase de las buenas intenciones, pues el propio PSOE se ha encargado de rechazarla.

El caso catalán presenta una particularidad bastante llamativa. El más pequeño de los partidos que persiguen la independencia es una coalición de grupos locales y de varios partidos algunos de los cuales proceden del libertarismo y del izquierdismo marxista y se proclaman revolucionarios. Pero los otros dos, Esquerra Republicana y el PDC, antes Convergència, son formaciones moderadas, partidos de orden, de los que no cabe esperar que se lancen al vacío ni pretendan imponerse por la fuerza.

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Los independentistas no lograron la mayoría de votos en las elecciones autonómicas de 2014, que plantearon como un plebiscito sobre su propuesta, ni en las municipales de 2015, ni en las legislativas de 2015 y 2016. El electorado está alineado sobre esta cuestión en dos bloques relativamente iguales, que oscilan en porcentajes pequeños. Es una situación bloqueada, un empate, de la que es ingenuo pensar que se saldrá mediante acciones unilaterales. Ahora sin embargo, el bloque independentista camina, empujado por la CUP, hacia un esquema que reza: o unilateral o nada. Pero todas las partes saben que lleva a una repetición, más lastimosa si cabe, de la declaración de soberanía del Parlament de enero de 2013, que quedó en nada.

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