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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una mañana en el tanatorio

El ánimo dominante daba una mezcla de provisionalidad, chasco y desaliento. Cada periodista era una conspiración y cada político una duda.

La diputada de Junts pel Si y portavoz de CDC, Marta Pascal, conversa con el diputado de la CUP, Albert Botran.
La diputada de Junts pel Si y portavoz de CDC, Marta Pascal, conversa con el diputado de la CUP, Albert Botran.Albert Garcia (EL PAÍS)

Ahora que Pedro Sánchez dice que quiere traer el Senado a Barcelona, va el Parlament y manda ocho senadores a Madrid. Así no hay quien se entienda. Dentro de lo que tiene toda la pinta de haber resultado la legislatura más breve (la XI, constituida a finales de octubre y apenas sobreviviendo a los Reyes Magos), ayer se celebró un pleno para votar los senadores que tienen que representar a la Generalitat en la Cámara Alta. Quizá por eso, porque es la alta, el Partido Popular catalán envía a García Albiol. El caso es que mientras en dos meses este Parlament se ha mostrado incapaz de realizar una sola sesión de control al President (que está pasando de serlo en funciones a serlo en defunciones) o de celebrar un solo pleno para tratar los efectos de la crisis sobre la gente, es decir, para hablar de los pobres (y las pobres), del paro, de los desahucios, de los ambulatorios con las urgencias cerradas, de los boxes destartalados de los hospitales y las camillas amontonadas en los pasillos como cartones de huevos, de todo eso que aquí dentro suena como a película antigua de terror y en la calle es sesión continua, sí que ha encontrado la ocasión de reunirse para votar una declaración universal de independencia o, esto fue ayer, para colocar a unos cuantos de los suyos en las instituciones. La política, como el agro, es de quien la trabaja.

La votación tuvo lugar en una sesión exprés, tal vez porque el clima que nos rodea se ha convertido en una olla exprés, de modo que duró menos de 7 minutos. Acto seguido, el relativamente president Artur Mas y el grupo parlamentario de Junts Pel Sí se encerraron en la Sala de Grups (el lugar donde se celebraron las más notables sesiones de la comisión anticorrupción), para debatir sobre el futuro inmediato de la legislatura y sus legisladores. Pero ya lo cantaban Loquillo y los Trogloditas en El Rompeolas: “No hables de futuro, es una ilusión cuando el rock and roll conquistó mi corazón”. (La historia del desencanto ha sido esa en nuestra generación: salimos a la conquista del pan y acabamos conquistados por la Velvet Underground). Excepto a la CUP, a todos los grupos parlamentarios les ha correspondido representación en el Senado. Cuatro para Junts Pel Sí (repartidos a partes iguales entre CDC y ERC) y uno para cada uno de los restantes. En la bancada de los social independentistas brillaron por su ausencia los diputados Antonio Baños (aún conserva el acta), Julià de Jòdar y Benet Salellas. Tampoco es que en el resto del hemiciclo brillasen muchos por su presencia.

El ánimo dominante daba una mezcla de provisionalidad, chasco y desaliento. Cada periodista era una conspiración y cada político una duda. En general fue una mañana de pasillos, ni siquiera de cafetería (acaso un diputado de C’s pidiendo un par de bocatas de fuet para llevar). La política pasillera, vamos, la de la jornada de ayer, ha recordado a la de un día en el tanatorio, donde todo el mundo anda arriba y abajo hablando animadamente, y también preocupadamente, y estirando las horas hasta que den la de sacar al muerto de esa sala a donde nadie entra (excepto los más íntimos allegados). Pero todo esto son conjeturas, pues, en realidad, con esta XI legislatura aún no se sabe si estamos ante un caso de eyaculación precoz o de coitus interruptus.

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