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Desempleo

El parado del pueblo

Once localidades de Cataluña cuentan con un solo desempleado, según el desempleo registrado el pasado mes de septiembre

Sergi Balañà y, al fondo, la localidad de Capafonts.
Sergi Balañà y, al fondo, la localidad de Capafonts.CONSUELO BAUTISTA

El desempleo en Capafonts (Baix Camp) se redujo a la mitad el pasado mes de junio. Cayó de dos a uno. En esta localidad de 115 habitantes censados —pero con unos 40 residentes de facto, según el Ayuntamiento— todos saben que se trata de Sergi Balañà, el hijo de los carniceros. Vive a la entrada de la montañosa población, a la que se accede a través de un corto camino que empieza con una estelada y acaba en una de las 53 fuentes de agua que le dan nombre. Capafonts está entre los 11 de los 948 municipios de Cataluña cuyas listas del paro del pasado mes de septiembre registraron un solo nombre.

Son localidades con entre 40 y 200 pobladores y que juntas no suman más de 1.300. Muchos de ellos, de edad avanzada. Allí, los efectos de la crisis se han notado más por la congelación de las pensiones que por la caída del empleo. Cinco se encuentran en la provincia de Barcelona: Granera (Moianès), Sant Agustí de Lluçanès (Osona), Fígols, Castell de l'Areny y Capolat (Berguedà). Tres, en Girona: Ultramort (Baix Empordà), Setcases y Pardines (Ripollès). Dos, se ubican en las montañas de Tarragona: Capafonts y Vallclara (Conca de Barberà). Y uno, en Sant Esteve de la Sarga (Pallars Jussà).

La panadería, un museo para colegios

Cuando el panadero de Capafonts se jubiló, en 1985, nadie le quiso tomar el relevo. La industria y la hostelería resultaban más atractivas para los jóvenes que pasar los días en un semisótano medieval junto a un horno de leña y una antigua máquina de amasar, de hierro y correas de piel. Así fue como la panadería que surtió al pueblo desde el siglo XIII acabó convertida en un museo que que periódicamente visitan los colegios.

“Para un desempleado en un pueblo pequeño es más fácil subsistir que para uno en Barcelona", admite Balañà, de 36 años, con acento abierto “para que se note que es catalán” y un trámite pendiente para cambiar la ñ por la grafía ny en su apellido. Está en el paro desde mayo, cuando acabó un plan ocupacional de la Diputación de Tarragona que había iniciado en noviembre. Y antes de eso, estuvo un año y medio cobrando la prestación por desempleo. “En las ciudades puede que haya más ofertas de trabajo, pero si no tienes formación, te quedas atrás. Aquí es más fácil buscarte la vida”, asegura.

Ver pasar la vida

A diferencia de muchos parados en Barcelona, a Balañà no le quita el sueño no encontrar trabajo. Busca con calma “cualquier cosa que implique estar en el monte”. No quiere volver a una fábrica, como aquella en la que pasó siete años de su juventud “viendo pasar” su vida. “Hacía muchas horas, fines de semana, comía de una fiambrera sentado en el coche… Me gustaba la faena pero me faltaba esto”, dice mientras abre los brazos para señalar las montañas. “Ahora tengo claro que, donde trabaje, tengo que estar a gusto y sentirme realizado”, concluye.

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Pasa los días a caballo entre su pueblo y Pira (Conca de Barberà), donde vive durante la semana con su mujer y sus dos niñas en una casa que compraron cuando ambos tenían empleo por la zona. Ha sido camarero, cartero, fresador y lo que más le gustó: operario de mantenimiento forestal. Ahora, ella trabaja media jornada y él cobra el subsidio de 426 euros al mes, que complementa con la venta de avellanas, setas y castañas que recoge de sus tierras y de las de algunos vecinos mayores.

“Es difícil encontrar empleo aquí porque es mínimo. Hace poco se fueron del pueblo dos parejas que no tenían nada estable. Solo el bar coge gente, pero en momentos puntuales”, comenta. Aunque añade que no se ha llegado a encontrar en una situación desesperada a raíz del paro: “Pero es verdad que eso depende de la personalidad. Tengo amigos que no están dispuestos a recoger avellanas. Por ejemplo, yo soy el único que recolecta castañas porque están en una zona más complicada de acceder y los demás no quieren”.

Al otro lado de la cima de la montaña, Tomás Balañá, un vecino de 80 años, explica que la localidad es “un pueblo dormitorio” para los jóvenes. “Aquí lo que hay son algunos autónomos”, añade a su paso por la sede del Ayuntamiento. Dentro, una funcionaria resume la situación en dos frases: “No es que en Capafonts no haya parados porque todos están ocupados. Lo que pasa es que no hay gente precisamente porque no hay empleo”.

Quienes trabajan en el pueblo se reparten entre la casa rural, el albergue, el hotel, la casa de colonias, el bar, la tienda ecológica y la carnicería. Además de un quesero, un par de paletas y un vecino con una excavadora. “Y si te digo que son 20, ya es mucho”, asegura Teresa Pérez, la responsable de turismo del Consistorio.

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