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“Que me expulsen... ¡Volveré!”

Hassan El Yousfi, un marroquí que acaba de ser padre, lleva 18 días internado en el CIE de Barcelona comiendo "poco y mal", "sin nada que hacer" y sin saber si será expulsado

Jesús García Bueno
Jessica Jiménez, frente al CIE de la Zona Franca, antes de visitar a su pareja, Hassan El Yousfi
Jessica Jiménez, frente al CIE de la Zona Franca, antes de visitar a su pareja, Hassan El YousfiMASSIMILIANO MINOCRI

El olor a pino es la última sensación agradable que uno tiene antes de entrar en el centro de internamiento de extranjeros (CIE) de Barcelona. No será una prisión, pero lo parece. El muro de cemento gris y las vallas metálicas que le hacen ganar altura rompen el paisaje anodino de la calle E, lugar de descanso de enormes camiones. La verja azul se abre de derecha a izquierda, lentamente. Un policía sale de la garita:

-Buenos días, caballero, ¿viene a una visita? Pues espere ahí.

Ahí es un cubículo con 18 asientos y una máquina de Pepsi donde familiares y amigos de los internos aguardan para visitarles. Pueden hacerlo dos horas por la mañana y otras dos por la tarde. Son las 11 del martes 16 de junio. En la zona de sombra se han acomodado un joven africano con gafas de pasta, un hombre árabe con bigote y una madre sudamericana con una enorme maleta. Sus caras reflejan angustia y tensión.

Los internos del CIE están sometidos a un horario estrictos y no se mueven con libertad

Dos policías entran al CIE con un hombre esposado. Le espera una estancia que puede prolongarse hasta 60 días y acabar, quizá, con la expulsión de España. Casi al mismo tiempo, una mujer morena sale empujando un cochecito de bebé. Ignoro entonces que son Jéssica y Aarón, la novia y el hijo del interno al que vengo a visitar y del que solo conozco el nombre y el número de interno: Hassan El Yousfi, 355.

Al policía le basta con esos datos. No me obliga a inventar preguntándome de qué conozco a Hassan. Dejo el DNI en la recepción y mis cosas en una taquilla cerrada con llave. El policía me conduce por un pasillo hasta la puerta 1 de la zona de visitas, la única que veré de todo el recinto. El cuarto es menos carcelario que hace cinco años, cuando visité a otro interno. Si entonces hablamos separados por una mampara y a través de un telefonillo, esta vez el contacto será directo. Es una de las cosas que, gracias a la presión de las entidades y la vigilancia de los jueces, han cambiado para bien en el CIE de la Zona Franca.

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Hassan nació en Marruecos, tiene 31 años y es un gran actor.

Te pasas el día comiéndote la cabeza, sufres un un desgaste psicológico muy grande

-¡Hola! ¿Qué tal amigo, cómo estás?, dice entusiasmado mientras nos abrazamos escenificando una amistad que nunca fue.

El policía cierra la puerta con llave y le pregunto cómo está. Espero que me diga que tirando, que regular, que las cosas allí dentro son duras... Pero no. Hassan se derrumba en el asiento. Su rostro, antes feliz, ha mutado:

-Fatal.

Hassan lleva 13 días en CIE. Hoy, si no le han expulsado o dejado en libertad, habrá cumplido 18. Ha estado aquí antes y está de vuelta de todo. Pero ahora sus circunstancias son distintas: tiene pareja, un bebé de cuatro meses del que cuidar y un trabajo cargando y descargando camiones en Mercabarna, el mercado mayorista de Barcelona que, ironías de la vida, está a solo 15 minutos andando del CIE.

Cuando se acuerda de Aarón rompe a llorar y se tapa la cara con las manos. En 2011, cuando le despertaron “a las cinco de la mañana” para anunciarle que le subían a un avión rumbo a Marruecos, apenas le importó: no dejaba a nadie atrás. Ahora que encarrilaba su vida, tras 14 años entrando y saliendo de España, siente “rabia”. “Nos tratan como a perros, nos expulsan como a perros…” Pero no se da por vencido. “Me da igual que me expulsen... ¡Volveré! Aunque tenga que jugarme la vida otra vez. Tengo aquí a mi familia y a mi hijo”.

No sería la primera vez. Su ciudad natal está a las puertas de Ceuta y asegura que conoce “la forma de entrar y salir en barco”. Llegó a Cataluña a los 15 años, solo. Las celdas del CIE le recuerdan a las habitaciones de los centros de menores donde pasó parte de la adolescencia. “Somos seis personas en tres literas, como allí”, sonríe Hassan, hombre de ojos negrísimos, corpulento, que debe rondar el metro noventa de estatura.

Hassan tenía prohibido entrar en España hasta 2021; la policía le detuvo en Cornellà

A un tipo de su envergadura no se le alimenta con “una magdalena y un café en un vaso de plástico para desayunar”. O con “un trozo de tortilla y agua” por la noche. Se queja de que come poco y mal. “Hay gente que pasa hambre. En dos semanas he perdido nueve kilos”. Hassan es vegetariano y fumador. Su pareja le lleva tabaco de liar al CIE en las visitas. “Te debes de haber cruzado con ella, acaba de salir”.

La vida en el CIE, explica, está sometida a un régimen muy severo. “Esto es peor que una cárcel, está fatal”. Al centro llegan extranjeros en situación irregular pendientes de ser expulsados. Por haber cometido algún delito o, como en el caso de Hassan, por una infracción administrativa de la Ley de Extranjería. Los internos tienen la movilidad restringida y están sometidos a un horario estricto. “Hay hora para el café, hora para el tabaco... hora para todo”, lamenta. Lo peor, en realidad, es que es un horario suspendido en el vacío, porque no hay nada que hacer. “Te pasas el día comiéndote la cabeza, dándole vueltas a lo mismo, y con eso vas sufriendo un desgaste psicológico muy grande”.

Incertidumbre, desasosiego, tedio. Son ingredientes de la vida en el CIE. “A las 7 te despiertan con los altavoces. A las 7.30 bajas a desayunar y luego al patio. A partir de las 11 y hasta las 13 puedes recibir visitas. Comes y vuelves a la celda a descansar. A las 16 horas vas a la ducha, la única del día. Luego otra vez el patio y a cenar. A las 12 hay que ir a dormir”.

A medianoche has de ir al lavabo o aguantar hasta la mañana: las celdas “están cerradas con llave” y “no hay baño en la habitación”. Las duchas, añade Hassan, son insuficientes. “Somos muchos y puedes estar muy poco tiempo. Los funcionarios ponen el agua muy fría o muy caliente cuando quieren que acabes rápido”. Sobre los policías, no dice que haya malos tratos, pero sí que el trato no es bueno. “Los que no hablan el idioma o no reclaman sus derechos lo pasan mal”.

Sus quejas coinciden con las que recoge una vez por semana Sara Tolotti, voluntaria de la ONG Migrastudium desde hace un año. Tolotti subraya la “angustia” de los internos, que “esperan ser liberados y volver a su vida normal”. “La gente que ha estado en la cárcel dice que el CIE es mucho peor que la cárcel. Se nota que están pensados para una situación transitoria porque no tienen nada que hacer en todo el día. No hacen actividad física, le dan muchas vueltas a la cabeza…” La voluntaria admite mejoras, como la eliminación, en enero, de las mamparas. O el trato policial, que ahora “es más relajado”.

“Las cosas han cambiado algo”, concede Hassan, pero “muy poco”. Y recuerda que en Frankfurt, donde también estuvo internado, “podías repetir comida, la puerta de la habitación estaba abierta…”

Han pasado unos 20 minutos de conversación. El policía llama a la puerta, entra y advierte: “Hay que ir acabando, chicos”. Hassan cuenta que va a intentar resolver su situación. A su favor cuenta que está empadronado en Vilanova, que tiene pasaporte y que su pareja –a la que conoció en un cumpleaños- y su hijo son españoles… En su contra, un pecado original: la expulsión de 2011 implicaba una prohibición de entrar en España por diez años. Esa orden seguía vigente el jueves 4. Su mujer y él estaban instalando un candado en un piso vacío que acababan de ocupar en Cornellà… Un vecino alertó a los Mossos y Hassan volvió, cuatro años después, a la casilla de salida. Se despide con el mismo abrazo:

- Ven cuando quieras. Aquí no hay nada que hacer…

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Sobre la firma

Jesús García Bueno
Periodista especializado en información judicial. Ha desarrollado su carrera en la redacción de Barcelona, donde ha cubierto escándalos de corrupción y el procés. Licenciado por la UAB, ha sido profesor universitario. Ha colaborado en el programa 'Salvados' y como investigador en el documental '800 metros' de Netflix, sobre los atentados del 17-A.

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