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LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Cines con imaginación

Algunas salas buscan recuperar al espectador ofreciendo atractivos como el cine-club o las sesiones con bebés

Tomàs Delclós
Cinema Maldà
Cinema MaldàMarcel.lí Saenz

La lista de cines de los que no queda rastro o simplemente tienen la entrada tapiada es larga, muy larga, muy triste. Pero también están los cines que pelean por seguir vivos con ofertas imaginativas para encontrar ese público que sigue existiendo. Un público al que se busca incluso para financiar la renovación de los proyectores o salvar una sala.

Lo han hecho los Cinemes Girona. Dos veces. Sacaron unos abonos anuales que, por cuarenta euros, permitían ir todo un año. Además de ayudar a pagar las instalaciones este abono les ha traído un público cuyo reparo a ir al cine es el precio. En Ribes de Freser, los 400 miembros de Amics del Cinema de la Vall de Ribes sostienen el cine local. Incluso celebran un festival, el Gollut, de “cine comprometido”. Sus voluntarios se cuidan de la taquilla, de las sesiones de verano a la fresca... Ahora están en campaña. Faltan 15.000 euros para un proyector de última generación. Seguro que lo logran.

El año pasado, Igualada se quedó sin cines. Ahora, Igualada Comerç y el Ateneu quieren que lo haya en el auditorio de la entidad. Venden entradas de fila cero para el primer día que se vaya a la nueva sala. Cuando abra. Ojalá. De todos modos, los igualadinos, y la comarca, pueden ir al cine cada domingo y días festivos porque Pere Mas organiza sesiones dobles en una sala del casal parroquial de Sant Martí de Tous, un pueblo cercano. Granjero jubilado de 69 años ocupa muchos días en lo del cine. “Hemos comprado un proyector digital y un joven me ha tenido que explicar el KDM”, explica.

En Barcelona está Zumzeig (Béjar 54), un cine-bistró, con un público que se siente camarada. Hace unos meses, estábamos esperando que abriera la sala para la sesión de noche. En esas, sale el joven de la taquilla y explica que una pareja ha tenido que salir a buscar un cajero porque no podía pagar con tarjeta. Y propuso esperarla. Nadie objetó nada y cuando regresó, unos 15 minutos más tarde….entramos.

Se trata de conservar la liturgia tradicional del cine, su solemnidad y magia

En el Maldà (Pi, 5) han resucitado la sesión continua. Pagas una entrada y puedes quedarte a todas la sesiones del día, hasta siete. Y algunos sábados hacen una, maldanins la llaman, donde puede irse con el bebé (¿cinéfilo prematuro?). No son filmes infantiles. Son para adultos y en VOSE. Se trata de que papás y mamás puedan ir al cine sin tener que colocar la criatura a terceros. La sala permanece un poco iluminada, el sonido es más tenue, se entra con el cochecito y hay una mesa para los pañales. El día que fui, la sesión fue muy pacífica. Apenas algún padre paseando un rato al bebé por las esquinas. Una pareja había ido más de diez veces. Xavier Escribà es el hombre del Maldà. Lleva 27 años. Estaba allí cuando era de arte y ensayo o cuando un empresario, hindú y optimista, lo dedicó a los peliculones de Bollywood. Un fracaso. “Somos pequeños y hemos de inventar. La gente ve que eres diferente”.

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Detrás de algunas de estas salas hay directores de cine. Ventura Pons ha recuperado el Texas (Bailèn 205). Reposiciones subtituladas o dobladas al catalán. Y precios para que nadie pueda poner la excusa del bolsillo: tres y dos euros. En el Meliès, un proyecto de Carlos Balagué, apuestan por el cine de autor y en su web hay un aviso programático: “no vendemos palomitas”. Y Nacho Cerdà está detrás de Phenomena. Se han instalado en el antiguo cine Nàpols (Sant Antoni Maria Claret, 168). Y casi todo lo ha hecho al revés de cómo lo haría un industrial del sector. En lugar de trocearlo en minisalas enanitas juntó las dos que había para abrir una de 400 butacas, proyección de máxima calidad y… cortinas, como debe ser. Este mimo no es un desperdicio. “Se trata de no fragmentar este ritual social que es ir al cine. En las minisalas cada espectador está pendiente de su terminal, como en un aeropuerto. Se trata de conservar la liturgia tradicional del cine, su solemnidad y magia”, comenta.

En el Boliche (Diagonal, 508), que no ha podido sostener la idea fundacional de subtitular en catalán, hay sesiones de cine-club. Cada jueves, con Eduard de Vicente, y, muchos martes, cena coloquio con Antoni Kirchner, que ya las hacía en el difunto Alexandra. Película, cena y coloquio, 28 euros. Mayoría femenina y unos comensales que, dice Kirchner, “no son cinéfilos; son personas cultas”. Kirchner fue del trío de fundadores del Círculo A que en los sesenta empezaron, en el Publi (otro difunto), la aventura del arte y ensayo. Desde entonces sabe que no es cierto que el buen paño en el arca se vende. Él y unos cuantos más.

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