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‘IN MEMORIAM’

Concha Caballero, el lado humano de la política

Fue la primera mujer portavoz de un grupo en el Parlamento Era capaz de hablar de temas complejos sin renunciar a la ternura

Concha Caballero, en 2003.
Concha Caballero, en 2003.Pablo Juliá

Vivir es acostumbrarse a perder casi todo lo que más se quiere. La pérdida de Concha Caballero, nacida en Baena (Córdoba) hace 58 años y fallecida el pasado martes a consecuencia de un cáncer, nos deja a sus amigos un vacío que es difícil de negociar. Perdemos muchas cosas. Perdemos a una profesora con la que hablar de literatura, con la que comentar una novela recién publicada o la estrategia oportuna para crear lectores entre los jóvenes. Cuando cerró su dedicación profesional a la política y volvió a dar clases en el instituto de Coria del Río (Sevilla), su canto de vida y esperanza pasaba por la inquietud de los alumnos ante un poema de Baudelaire o un relato de Kafka. Daba gusto oírla, verla enseñar.

Perdemos también a una ciudadana con conciencia crítica y fuerza para entender a diario las cosas que suceden, la dirección última de los disparos engañosos de la actualidad. Los lectores de EL PAÍS en Andalucía saben de lo que hablo cuando utilizo la palabra lucidez, la posibilidad de opinar tomando postura más en la raíz que en la superficie.

Sus viejos camaradas perdemos también una compañía para recordar la historia y para aprender a vivir en el presente mientras se recuerda. Vivimos, nos acostumbramos a perder, cambian las ciudades, las mentalidades, los debates de la realidad, y esa transformación vertiginosa nos exige una respuesta. Concha Caballero fue para mí un ejemplo a la hora de interpretar los cambios del mundo. De la pérdida, salía fortalecida contra los dogmas, las nostalgias paralizadoras, las deslealtades y el rencor. Ella no olvidó nunca la dimensión sentimental que debe anudar los ojos y las palabras de la gente de bien. Supo iluminar la dimensión sentimental y humana de la política.

Con ella no se estaba sólo junto a una camarada del Partido Comunista, una diputada de Izquierda Unida, una portavoz parlamentaria, una responsable política o una consejera en la Radio y Televisión de Andalucía. Se estaba, además, con una persona de bien, capaz de hablar de los asuntos más complejos sin renunciar a la ternura, esa vinculación indispensable con la vida para que las palabras no se conviertan en consignas huecas. Concha se volcaba en sus actos públicos con un lazo de verdad humana que no es corriente en el escenario político.

Fue la primera mujer portavoz de un grupo en el Parlamento de Andalucía. Su itinerario está unido a un momento clave de la vida española en el que las mujeres rompieron el panorama del machismo, aceleraron la democratización de la sociedad y empezaron a ocupar puestos decisivos en la representación pública. Ese empeño marca la vida política de Concha Caballero desde el principio de su compromiso, cuando a mediados de los años setenta se acercó al Movimiento Feminista 8 de Marzo. Yo la conocí en Granada poco después. Era hermosa a rabiar, de una inteligencia atractiva, amiga de sus amigos y apasionada de la literatura. Los dos aprendimos juntos las lecciones teóricas del profesor Juan Carlos Rodríguez, y desde entonces hemos compartido libros como se comparte una vinculación con la realidad. Desde entonces peleamos también por conquistar otra sentimentalidad.

Un mundo complejo como el de la política, acerado, lleno de desfiladeros y cristales rotos, suele endurecer el carácter de los hombres, de las mujeres, y cubrir de caparazones los sentimientos. A Concha le tocó vivir momentos muy difíciles…, y situaciones luminosas, como cuando salió adelante la Reforma del Estatuto de Autonomía de Andalucía, proyecto en el que ella participó de una manera eficaz y convencida. Cuarenta años de compromiso político no bastaron para obligarla a perder la ternura. Siempre fui partidario del modo que tenía de pronunciar la palabra precioso. Era una parte más de esa dimensión sentimental, del peso profundo de los sentimientos, la pasión y la compasión que tienen los mejores compromisos políticos.

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Por eso era una compañía imprescindible para recordar el pasado y mirar hacia esa parte de presente que llamamos futuro. Más allá de las siglas y los intereses particulares, ayudaba a comprender la dignidad de muchas batallas y la necesidad de saber interpretar las pérdidas para estar a la altura de las circunstancias.

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