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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Hace algo el Gobierno catalán?

Mas ha celebrado en dos meses cinco cumbres con su socio Junqueras, pero ninguna dedicada a las tareas de gobernar

Xavier Vidal-Folch

¿Hace algo el Gobierno catalán? Es muy arduo hallar un gran titular para los cuatro años del Ejecutivo de Artur Mas. Un titular que sintetice actuaciones concretas y beneficiosas para toda la ciudadanía. Claro que la culpa no es sólo de la incompetencia del equipo de “los mejores”, salvas sean contadas excepciones. La pertinaz crisis y las zancadillas centralistas han contribuido lo suyo.

Resulta aún más grave que, en los dos últimos años, el balance haya ido a peor. Apenas ha desaprovechado una ocasión de perder el tiempo y dilapidar recursos. Baste recordar que en el bienio gris de CiU y Esquerra, 2013 careció de presupuesto (fue prorrogado) y registró una famélica producción legislativa (una ley). O que en 2014 naufragó la mayor operación privatizadora (Aigues Ter-Llobregat, ATLL) y que apenas tres de las leyes aprobadas sean sustanciosas (transparencia, acción exterior, homofobia).

Eso gustará a algunos (evita malas regulaciones), pero es desidia. No compensada por una mayor labor de control: ahí tenemos la negativa de Mas a comparecer ante la comisión de investigación del caso Pujol, cuando fue copiloto y es heredero del protagonista. Inasistencia apoyada por Esquerra: la lucha contra la corrupción limita con la secesión.

Aún peor son los dos últimos meses: la nada. Los jefes aliados, Mas y Oriol Junqueras, han celebrado desde el 9-N hasta cinco “cumbres” bilaterales (14-N, 10-D, 19-D, 27-D y 5-E), entrelazadas de innumerables conferencias y de poco Parlamento. Mucha cumbre para tan poca gobernanza.

¿De qué han hablado estos cofrades? De elecciones plebiscitarias; de lista única o separadas, o con capuchón común; de listas “de país” —repugnante patriotismo autoritario: como si sus rivales no fueran “del país”—; de quién liderará; de quién es generoso; del calendario electoral; del papel para Òmnium y la ANC, de si prohibir (¡!) a un partido cooptar independientes... Todos ellos temas de Estado soberanísimo.

A lo mejor es que la Prensa no se entera de que han estado compartiendo asuntos de gran interés ciudadano. Por ejemplo, cómo y cuándo establecer conversaciones con el presidente del Gobierno de los enemigos, Mariano Rajoy, sobre las 23 —bastante razonables— reivindicaciones que le planteó el presidente de la Generalitat el 30 de julio. ¿O es que eran de broma, para despistar, para aparentar pasión concreta?

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La creación de ampulosas “estructuras de Estado” renquea. La “Grossa” se desinfla.

Otros grandes asuntos deberían ocupar a ambos gobernantes. Primero, el presupuestario. La ejecución del presupuesto de 2014 fue mediocre: de los 2.320 millones que pretendía conseguir por ventas de edificios y similares, solo obtuvo 311 millones, ¡un 13,4%! Y en el de 2015, que va con un retraso insólito gracias al regateo entre soberanistas, la estrategia de Mas derivó hacia la ciencia-ficción hacendística, abocando al consejero Mas-Colell a cuadrar cuentas inverosímiles: consigna 2.183 millones como ingresos del Estado, sin contar con un compromiso previo del pagano.

Nada que objetar. Salvo 1) que en el ejercicio precedente se renegó de tal escapatoria, por frívola y engañosa; 2) que el fiasco de una similar experiencia valenciana augura lo peor; y 3) que fiar este logro a un pacto con el Gobierno central solo sería sensato en un clima de negociación política, no de pulso secesionista.

La debilidad administrativa de este Govern arruinó además —¿de momento?— la privatización estrella, la de ATLL, por una sentencia del Supremo contra su adjudicación a Acciona (el 29 de diciembre de 2012). La convocatoria de una nueva mesa de contratación, anunciada por el consejero Santi Vila en diciembre, puede reabrir gastos: la devolución de 300 millones ya cobrados; compensaciones por inversiones y lucro cesante... Y aumentar el déficit en los 1.000 millones en que se cuantificó la genial operación.

La creación de ampulosas “estructuras de Estado” renquea. La Grossa se desinfla. Los proteccionistas horarios comerciales provocan rebeliones (y multas, ay, ¡por desobedecer!). Ni la Agencia Tributaria catalana ni la Generalitat en conjunto han dado cuenta de cuánto han perdido las arcas catalanas en el caso Pujol, en el saqueo del Palau o en el caso Pretoria del cuarteto Alavedra-Prenafeta-Luigi-Bartu. Por evasión de sucesiones o por desviar impuestos compartidos con el Estado. Ni se han personado en ningún proceso. Confiemos en que los nuevos independentistas persigan gracias al próximo Estado soberano esas prácticas... ¿como ya lo hacen ahora?

Mientras, se invierte en coros y danzas del Tricentenario. Y en legaciones políticas exteriores, en Roma y Viena: ¿balnearios? Quizá imprescindibles, pero nunca sin publicar antes un análisis cost-benefit de las cinco existentes: el de Bruselas es letal. Lo que choca con lo (que debiera ser) prioritario. ¿Han tratado esas cumbres del recorte sanitario, que posibilita la muerte de pacientes infartados en Tarragona por cierre nocturno de la unidad especializada? ¿O sobre las 1.900 becas Erasmus denegadas a estudiantes que cumplían las condiciones? Esas paparruchas de gobernar, nimias frente al glorioso Procés.

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