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MARIAJAIA Y CÍA
Columna
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Lecciones de historia

Yo es que si no lo leo, no lo creo. Bailando. Se pasa el día bailando. Y no me refiero a Alaska, no, sino a Ibon Areso, cuya vida social en Aste Nagusia está más agitada que la coctelera de los Pegamoides. Lo decía el otro día mi amiga Pa: el alcalde está que se sale. Y tiene razón. Empezó con un aurresku que nos dejó a todos con los ojos a cuadros, pero eso solo fue el principio. Yo no llegué a verle el otro día en el concierto de Los Ganglios en La Pinpi, pero se rumoreaba que estaba en primera fila, y que se bailó completa La cumbia de Félix y Jacques.

¿Y quién iba a suponer que este hombre tan prudente, tan discreto, tan de “perfil bajo” que dicen los cursis, iba a ser un maratonman de primera? Se ve que ha esperado a las jaias para demostrar a los bilbaínos que por muy marchosos que sean, él con su makila y su pañuelito, no les va a la zaga. Ha declarado que por él, la Semana Grande duraría hasta mayo, ha pedido fiestas sin polémicas ni líos, ha subido en los autos de choque, se ha comido los helados que le han apetecido —que con el tiempecito que nos gastamos por aquí, más que para helados estamos para chocolate caliente o carajillos, pero en fin—, y nos ha advertido que cuidemos nuestras carteras y móviles, para que los choris no hagan su agosto.

Y está haciendo historia, que no es ninguna tontería inaugurar las primeras fiestas de buen rollo que hemos tenido nunca. Al menos hasta donde yo recuerdo, había historias todos los años. Pero chungas y desagradables, contrarias al espíritu de la Aste Nagusia, pacífico y respetuoso.

Aunque algunos lo ignoren, la txupinera representa a la antigua empleada municipal que notificaba los bandos a la ciudadanía, y el pregonero, a los barrenderos y a sus chaquetas verdes, que siempre acababan destiñendo y volviéndose amarillas. Ella luce txapela roja y él bicornio amarillo, en un intento de unir las sensibilidades carlistas y liberales, lo que nunca ha sido fácil, pero sí deseable. Indalecio Prieto, muy crítico con el carlismo, lo definía así: “Animal de cresta roja que vive en las montañas de Navarra y que, después de confesar y comulgar, ataca al hombre”. Otros fueron muy críticos con don Inda. Más que críticos. Y así, durante años, las fiestas intentaron convertirse en un espacio de paz sin conseguirlo.

Ahora estamos a punto de lograrlo. Que nada se tuerza. Que nadie lo estropee. Dediquémonos al baile y al disfrute, que ya nos queda muy poquito. Estamos viviendo algo que sólo habíamos soñado. Lo dicho: yo si no lo leo no lo creo.

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