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La cultura ‘okupa’ Madrid

De Chamberí a Lavapiés la autogestión de colectivos en los centros sociales prolifera sin aparente conflicitividad

Patricia Peiró
La fachada del centro social de La Traba.
La fachada del centro social de La Traba.Santi Burgos

Skaters y bailarines de danza boliviana mano a mano en unas antiguas cocheras de autobuses en el barrio de Legazpi. Una mezcla que suena a agua y aceite, posible porque necesitan lo mismo: un lugar por el que no tengan que derrochar un dineral. Esto sucede cada martes en La Traba, un centro social que comenzó a funcionar cuando unos chavales pegaron una patada en su puerta hace siete años. Limpiaron la porquería, se deshicieron de las jeringuillas y decidieron que se autogestionarían.

Todo se decide en asambleas, los colectivos se turnan escrupulosamente los espacios, y entre sus cuatro muros, casi todas los propuestas tienen cabida. La oposición ciudadana al desalojo de Can Vies, un centro con 17 años de historia en Barcelona, ha demostrado que estos lugares forman parte de los barrios.

Dos inmensas naves conforman el esqueleto de La Traba, en la calle Batalla de Belchite, una alberga conciertos y fiestas para recaudar dinero, la otra es un espacio para skate y BMX (acrobacias con bicicleta) salpicado de rampas. Dos espacios diáfanos, llenos de grafitis en torno a los cuales se articulan el resto de estancias; el estudio de grabación, el gimnasio o las salas de reunión. “Si llevamos aquí tantos años es porque la autogestión funciona. Los chavales aprenden a hacerse responsables de sus actividades y de un espacio común”, señala Raúl, miembro de La Traba.

Su misma naturaleza hace imposible conocer el número exacto en la Comunidad de Madrid, aunque la 15mpedia, la enciclopedia digital que nació al calor del movimiento ciudadano, recoge medio centenar. En el momento de escribir estas líneas uno puede estar a punto de desaparecer y otro en ciernes. Los que forman parte de ellos apuntan a su auge, tanto en lugares físicos como en miembros. Aseguran que son dos los motivos que propician su crecimiento: la necesidad de espacios gratuitos y el aumento de los movimientos sociales, como la PAH o la red de Oficinas precarias.

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Tatiana Velardo, de 25 años, ensaya junto a otra decena de compatriotas bailes típicos bolivianos. Para ellos, La Traba fue la solución para sus problemas: “Otros lugares costaban 200 euros mensuales, ¿de dónde los saca un grupo sin ánimo de lucro?”. La Traba ha pasado por diferentes fases y ha aprendido de sus errores. Cuando un concierto de más de 3.000 personas se les “desmadró” se acabaron las actividades masivas.

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Es un problema que no tendrá el recién nacido 3peces3 (situado en la calle Tres Peces en Lavapiés). Cinco colectivos se unen en este pequeño espacio que compró un particular especialmente para cedérselo. Ellos custodian el archivo del 15M; pancartas, actas, y fotografías de esos días en los que la indignación ocupó Sol. “Ahora hay mucho más movimiento social y hacen falta lugares de reunión”, asegura Pablo, gestor de este espacio, con el sonido de un espectáculo de títeres de fondo.

Otro de los últimos en incorporarse a la red de centros es La Morada, en la calle Casarrubuelos, en Chamberí. Es jueves por la tarde. Toca reparto de verdura y fruta. Tres mujeres se calzan unos guantes de goma, disponen 20 cajas en una estancia rectangular a la entrada del centro y aguardan la llegada de lechugas, espinacas y habas. Son las encargadas esta semana de hacer la división del grupo de consumo de productos ecológicos. Entra Pilar, de 35 años, a por su compra semanal: “Somos conscientes de que es algo temporal, la amenaza del desalojo siempre está”. Un cuadro con las actividades del mes ocupa toda la pared de la entrada: de clases de flamenco, hasta cursos de conversación en francés. Concha Torralba, una filósofa que ronda los 60 años, enumera las actividades y critica la falta de lugares en el barrio en el que realizarlas: “Con la densidad de población que tiene Chamberí, es increíble que no haya más sitios en los que relacionarse con los vecinos”.

El Ayuntamiento afirma que lo único que puede decir sobre los lugares ocupados es que son ilegales y que cualquier espacio que se use sin permisos no puede contar con su apoyo. Prueba de ello fue el último pleno de Arganzuela, la semana pasada, en el que IU presentó una propuesta para proteger al centro de La Traba. La proposición no triunfó. Aunque la presidenta del distrito, Carmen Rodríguez (PP), defendió la “buena labor” del centro, argumentó que “hicieron las cosas mal al entrar ilegalmente en una propiedad privada”. Disgusta especialmente que algunos de estos espacios se abastecen de la red general de agua y luz de manera ilegal.

El huerto de La Morada.
El huerto de La Morada.Samuel Sánchez

Aunque no siempre se acaba con el desalojo o el enfrentamiento. En ocasiones se consigue una sede legal. Este es el caso particular del centro Seco, del distrito Retiro, que existe desde hace dos décadas y que desde hace un año cuenta con unas instalaciones en la calle Luis Peidró. Nacho Calvo, presidente de la asociación de la infancia Naif, asegura que hay lista de espera para usarlas. Desde este espacio emite la radio que nació con el 15-M, Ágora Sol.

En La Dragona, la atmósfera es diferente. Comenzó a funcionar en 2008 y se ubica en la antigua vivienda de los empleados del cementerio de La Almudena. Vico, miembro del espacio, asegura que “es una alternativa en el barrio ante la falta de oportunidades”. Aunque se aprecia que sus miembros han hecho un esfuerzo por recuperar el lugar, los escombros y la suciedad aún forman parte del paisaje. El centro cuenta con una biblioteca, una tienda de intercambio de ropa y un huerto. La última planta es la musical, donde hay media decena de locales de ensayo low cost.

¿Cómo se relacionan estos espacios con los vecinos? Entre convivencia e indiferencia. Una empleada del hotel situado al lado del Patio Maravillas (en Noviciado) declina opinar aunque deja caer que en una ocasión tuvieron que desalojar el establecimiento por un incendio en el centro social. La Morada está rodeada de talleres. “Ni bien ni mal”, explica el dueño de uno de ellos. “Convivimos. Alguna vez les hemos dado garrafas de agua si las han necesitado". Inés Sánchez, vecina de un inmueble cercano a La Traba explica que jamás ha tenido noticia de ningún conflicto.

Los veteranos y en cierto modo los referentes son La Tabacalera y Patio Maravillas, dos espacios muy diferentes en cuanto a tamaño, organización y situación legal. La primera obtuvo la cesión de uso del Ministerio de Cultura en 2011. Las instalaciones que utiliza La Tabacalera no llegan ni a una cuarta parte de los 32.000 metros cuadrados de la antigua fábrica, y aun así, resulta difícil imaginar cómo este monstruo en el que se integran 26 colectivos sigue adelante. De hecho, hace unos años tuvieron que experimentar lo que ellos llamaron una refundación, para eliminar de sus salas actividades como el botellón. El centro es un hervidero de actividad a última hora de la tarde. En las oscuras tripas de la antigua fábrica se suceden los cursos. En el espacio de artes escénicas Molino Rojo, Fran, de 37 años y profesor de escuela, suda al ritmo de bailes tradicionales de Francia. “Si te mueves en el mundillo cultural y social de Madrid, siempre acabas conociendo a alguien involucrado en Tabacalera, así empecé a venir”, explica mientras trata de escuchar de fondo las explicaciones del instructor. En la sala contigua, la clase de danza africana está a punto de acabar. En este espacio se aprovecha todo. En el patio, en el que se ubica un taller de electrónica y uno de bicicletas, las cajoneras de las antiguas cigarreras son ahora macetas en las que crecen plantas que marcan el camino a la entrada del taller público, en el que cualquiera puede ir a desarrollar sus proyectos. Txesús comenzó su andadura laboral allí, donde fabricaba el atrezzo que empleaba en sus recreaciones históricas. Ahora es una empresa.

Tanto en la Tabacalera como en otros centros la retribución se realiza en forma de tiempo: echar horas para limpiar, hacer turnos en la puerta de acceso, colaborar en el mantenimiento de las instalaciones u ofrecerse voluntario en las actividades. “Esta manera de funcionar contribuye a crear la sensación de que todo es de todos”, puntualiza César.

La organización de Patio Maravillas podría ser el paradigma de un centro autogestionado. Una tela de araña en la que aparecen las diferentes comisiones cubre una pared de la sala principal. La división de tareas es tajante. El centro sobrevive desde hace cinco años en este edificio de la calle Pez (su segunda sede) gracias a acuerdos. Ellos se comprometen a mantener el edificio en buenas condiciones y las empresas a no denunciarles.

Tomás, de 43 años y empleado de una empresa de logística pasó a ser miembro activo desde el 15-M. “Se ponen en marcha ideas que teníamos pero no sabíamos como realizar”. Su compañera Nuria, lo secunda: “Aquí al lado está el centro Conde Duque, un montón de metros cuadrados subvencionados con dinero público en el que no hacen nad”". Es miércoles por la tarde y en el espacio se están desarrollando simultáneamente una asesoría laboral, una clase de tango y una de coro, la biblioteca y la cafetería.

Maravillas cuenta con una tienda de la que obtienen ingresos para actividades y apoyar a causas como la reconstrucción de Can Vies. La organización del centro se aprecia en cada esquina, sus salas cuentan con un aforo máximo determinado por un arquitecto. Nuria cuenta orgullosa que los muros de Patio Maravillas acogieron la grabación de algunas canciones del último disco de Nacho Vegas, acompañado del coro del centro. Son las voces que se oyen de fondo en esa canción que dice: "Suena en cada cabeza un hermoso runrún: Nos quieren en soledad, nos tendrán en común".

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Sobre la firma

Patricia Peiró
Redactora de la sección de Madrid, con el foco en los sucesos y los tribunales. Colabora en La Ventana de la Cadena Ser en una sección sobre crónica negra. Realizó el podcast ‘Igor el ruso: la huida de un asesino’ con Podium Podcast.

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