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CRÍTICA | DANZA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La lucha libre como movimiento

'No me tires piedras, por favor' toma prestada la iconografía de uno de los espectáculos más populares de México

Un momento de la representación de 'No me tires piedras, por favor'.
Un momento de la representación de 'No me tires piedras, por favor'.

La lucha libre mexicana es la inspiración de esta pieza coral y entretenida, aún en proceso, y que volverá a la cartelera de DT Espacio Escénico en octubre en versión definitiva. Ahora se han visto 45 minutos divididos en escenas donde se da voz a personajes enmascarados, con mucho ritual y un glamur arrabalero no exento de ironía. El vestuario llamativo, con algo de sátira bufa, se completa con las máscaras, que es donde los artesanos y los luchadores sueltan su imaginación. Una banda sonora incidental donde hay de todo anima la acción. De una versión de Summertime al bullicio del cuadrilátero o los corridos de la arena, esos donde se cuenta la épica de los combates y sus mitos. Las máscaras son el sello de esos perfiles mitificados por un público que llega al fanatismo.

No me tires piedras, por favor

Creación e interpretación: Carlos A. Alonso, Violeta Frión, David Guerra, Cristian López e Inés Narváez. Compañía El Curro. DT Espacio Escénico. 28 de mayo.

¿De dónde viene este atavío? Hay mucha literatura al respecto y hoy es una industria alrededor de la lucha. Los personajes escogidos y recreados por los artistas de El Curro quieren resaltar ese toque canalla Y orgulloso: “Más que el aplauso, me gusta sentir la furia del público”, espeta una luchadora sin miramientos. Son textos entresacados de lo vivencial. Se trata de una sofisticada recreación, una estilización dentro del estilo de esta compañía, con su tendencia a la representación del exceso y la desmesura, un brillo de rompe y rasga. Otro luchador dice: “Me moría de hastío como aquel pavo real de Agustín Lara”. Entonces

se escucha la canción que el compositor dedicara a María Félix, un marco de tipismo y brujuleo rechinante. Los intérpretes han cargado las tintas en la parte erótica de las escenas de sometimiento, que en cámara lenta o ralentizada con esmero, adquieren un tinte subido de tono, pero como sugerencia, nunca hay nada explícito, tal como hay una mitología sexual alrededor de los luchadores. Casi al final se dice “la lucha es sacerdocio”, una conclusión tan admirativa como portadora de distancia. Puede hablarse de la antidanza, corriente paralela a la nodanza que se impone y como en este caso, ofrece un plato mixto entre artistas venidos de una formación ortodoxa del baile y otros multidisciplinares.

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