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Un colegio con cuatro Nobel

El Instituto San Isidro, el centro educativo más antiguo de Madrid, ha acogido a decenas de personajes ilustres, como Francisco Quevedo, Jacinto Benavente y el rey Juan Carlos I

Felipe Betim
Un profesor charla con los alumnos en el patio del colegio.
Un profesor charla con los alumnos en el patio del colegio. claudio álvarez

Antonio Machado es considerado un gran poeta, pero era un pésimo alumno. Suspendió Historia de España y Latín. En cambio, el escritor y premio Nobel Jacinto Benavente logró sobresalientes en todas las asignaturas. Igual que Camilo José Cela, José Echegaray y Vicente Aleixandre, también ganadores del Nobel de Literatura. Todos ellos tuvieron otros colegas ilustres: el poeta Pedro Salinas, los expresidentes Eduardo Dato y José Canelejas, Victor Hugo, Francisco de Quevedo, Lope de Vega, Pedro Calderón de la Barca, Tirso de Molina, el rey Juan Carlos I, la reina Fabiola de Bélgica... La lista es inmensa.

Todas estas personalidades del mundo hispano —en el caso de Victor Hugo, francés— estudiaron en el Instituto San Isidro de Madrid, el centro educativo más antiguo de España. En el número 39 de la calle Toledo, a escasos pasos de la Plaza Mayor, la rutina poco ha cambiado en los últimos 411 años. Jóvenes de entre 12 y 16 años entran y salen con sus libros y bolsas en todo momento. La estructura, salvo algunos cambios puntuales, también sigue siendo la misma. Al entrar, uno se topa con un claustro barroco del siglo XVII, un patio cuadrado con todos sus adornos, gárgolas preservadas y una fuente en el medio.

Todo empezó en 1603, cuando la Compañía de Jesús recibió los terrenos de la calle Toledo de la Emperatriz María de Austria para instalar un centro de enseñanza. Allí, pocos años después, en 1625, el rey Felipe IV inauguró los Reales Estudios de San Isidro. El claustro barroco estuvo acabado. En 1845, el centro se convirtió en el Instituto San Isidro, un colegio público dedicado hasta hoy a la enseñanza secundaria.

Sus paredes de granito han presenciado el transcurrir de la historia. Entre 1767 y los 1836, los jesuitas fueron expulsados tres veces, reflejando distintos regímenes políticos. En 1834, el pueblo de Madrid asaltó al colegio por pensar que los frailes envenenaban el agua y provocaban epidemias de peste. Siete de ellos murieron.

En la segunda mitad del siglo XIX, ya sin la presencia definitiva de los religiosos, el instituto pasó a admitir estudiantes mujeres, convirtiéndolo en uno de los primeros colegios mixtos. Pero con la dictadura franquista, volvió a ser exclusivo para hombres. Hasta 1983. No ha habido más sobresaltos desde entonces.

El San Isidro es hoy un centro público con miras progresistas
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Hoy, el pasado y el futuro se mezclan en las centenarias galerías del instituto. Los alumnos y profesores del colegio conservan en un pequeño museo gran parte de los documentos y materiales históricos del colegio. Una foto del Rey Juan Carlos I examinándose, las notas de muchos de sus alumnos ilustres, láminas de dibujo, materiales didácticos de biología de más de un siglo, animales muertos conservados en frascos... Está todo expuesto a quienes quieran mirar.

Se respira historia, pero el colegio vive el siglo XXI. En uno de los pasillos cuelga la bandera del movimiento gay LGTB, que los alumnos colocaron el pasado 17 de mayo para celebrar la lucha contra la homofobia. También se pueden ver diversos dibujos y obras de arte de los propios estudiantes, que celebran todos los años una exposición. “Hay muchas conferencias, debates, reuniones, conciertos, movimientos sociales...”, explica Rafael Martín, profesor de Biología y jefe de estudios del colegio. “La interacción entre los profesores y los alumnos es muy buena. Es una institución muy dinámica”, cuenta Diego, un alumno de 17 años. “Cuando llegué, estaba impresionado con el colegio y toda su estructura. Pero ya me acostumbré. Ahora, me siento en casa”, finaliza.

El colegio también tuvo que modernizar su estructura para recibir cada vez más alumnos. A finales de los años setenta, construyeron un nuevo edificio, pegado al antiguo. Allí, las aulas tienen ordenadores para todos los estudiantes. “Se trata de un proyecto experimental. La mitad de clases son en las aulas más modernas”, explica Martín. En la biblioteca, que todavía conserva los antiguos portales de madera, largas mesas de lectura con lámparas se mezclan con antiguas estanterías y publicaciones centenarias.

Al ser preguntado sobre el éxito del colegio, Martín lo tiene muy claro: “Podríamos estar en cualquier otro sitio. El colegio es lo que es por sus profesores y alumnos”.

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Sobre la firma

Felipe Betim
Nacido en Río de Janeiro, ha desarrollado su carrera en EL PAÍS. Escribe sobre política, temas sociales y derechos humanos entre otros asuntos. Es licenciado en Relaciones Internacionales por la PUC-Río y Máster de periodismo de EL PAÍS/Universidad Autónoma de Madrid.

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