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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La interfaz urbano-forestal

Las escenas de pánico, descoordinación e impotencia se han convertido en una constante en los incendios

“Un tipo de incendio que no solo tiene capacidad de alcanzar los desarrollos edificatorios sino que además se puede propagar por su interior a partir de combustibles no forestales (viviendas, vegetación ornamental…)”. Tomo la definición de un estudio sobre la denominada interfaz urbano-forestal pero parece la descripción exacta de lo que ha ocurrido esta semana con el incendio que ha arrasado 320 hectáreas en los términos de Chiva y Torrent y que ha obligado a desalojar a cerca de 3.000 personas en urbanizaciones de la Serra Perenxisa como Calicanto. La escasez de lluvias, o sea la existencia de condiciones climáticas y meteorológicas extremas, ha sido la primera referencia del incendio en boca del consejero de Justicia y Gobernación, Serafín Castellano, para explicar la rápida propagación del fuego, que no solo ha carbonizado la masa forestal sino que ha calcinado chalés, terrazas, automóviles y otras propiedades.

Las escenas de pánico, descoordinación e impotencia vividas por los vecinos de la zona afectada se han convertido, desgraciadamente, en una constante de este tipo de siniestros. Situaciones similares se produjeron a gran escala hace dos años en los pavorosos incendios de Andilla y Cortes de Pallás. Y la alusión a la necesidad de actuar en la interfaz urbano-forestal fue una constante de las explicaciones del consejero, así como de las recomendaciones que los expertos formularon a la luz de lo ocurrido. Leo en una Guía de planificación preventiva en la interfaz urbano-forestal de la propia Generalitat, dirigida a “propietarios, instituciones, gestores y entidades de protección civil”, que hay dos tipos de actuaciones fundamentales. Unas están orientadas a que “el fuego no se inicie” y se centran en la reducción de combustible y el manejo de la vegetación. Otras persiguen “reducir el peligro” y se centran en la accesibilidad de la red de hidrantes y puntos de agua, las zonas seguras, la señalización y los refugios. En teoría, han de existir “planes de emergencia” locales. En el incendio de Calicanto, la mayoría de estas previsiones brillaron por su ausencia.

La interfaz urbano-forestal, esa terminología abstrusa, se refiere a que la colonización del ámbito forestal ha creado enclaves de una vulnerabilidad extrema, bien sea en pueblos y otros núcleos habitados en la sierra, en hábitats dispersos en el monte o en urbanizaciones que han proliferado en los entornos naturales sin ningún criterio. “Las edificaciones desprotegidas, cuyos dueños no han tomado medidas preventivas pueden dejar de ser prioritarias en la actuación de los equipos de protección civil”, explica la guía que he mencionado. Y en otro momento añade: “En algunos lugares del mundo, como Australia o California, la tendencia general es la de hacer de los hogares lugares seguros de forma que lo más prudente frente a un incendio sea permanecer dentro de casa”. No es, desde luego, el caso valenciano, como hemos tenido ocasión de comprobar.

¿No habría que tomarse todo esto más en serio, cuando se urbaniza, se construye, se planifica y se previene? Advierte la guía: “Los responsables de incendios deben también pensar en la posibilidad de que falle total o parcialmente la respuesta de la interfaz de incendios”. Más que un consejo, parece una premonición autocumplida.

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