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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El artista que enfrentó materiales, espacios y formas

En la escultura de Subirachs existe una sólida construcción, que se acentúa hasta establecer un estricto orden de carácter geométrico, subyacente o explícito

Josep Maria Subirachs marcó, con personalidad y fuerza, varias décadas de la escultura catalana. En su trayectoria podemos reconocer diversas etapas, acordes con la evolución general del arte en la segunda mitad del siglo XX. Fue discípulo de Enric Casanovas, al que consideraba su maestro, cuya influencia se advierte en sus primeros desnudos, en la estela del Noucentisme. Ya en los años siguientes empiezan a afirmarse maneras progresivamente más personales. El arte catalán, como registrarían los sucesivos Salones de Octubre, empezaba a adentrarse en la modernidad y, en escultura, la figura más prometedora y con logros más firmes era Josep Maria Subirachs, que irá revelando sus claves, en esculturas figurativas primero y progresivamente abstractas más tarde, que confirmarán las expectativas que había ido despertado desde sus comienzos.

En su escultura existe siempre una sólida construcción, que se irá acentuando, hasta establecer un estricto orden de carácter geométrico, subyacente o explícito. Curiosamente, y como ocurre con frecuencia en los artistas constructivos —pensemos en Mondrian— alienta en el fondo un fuerte impulso expresionista, que en este artista aflorará avanzados los años cincuenta. Con la apertura del bloque, la forma revelará un hueco, de acuerdo con el juego constante entre el vacío interior y el exterior del arte contemporáneo. Al mismo tiempo, la superficie refuerza las texturas, con la irregularidad y el gusto por el accidente del arte informalista. Son muchas las oposiciones que podemos observar en su obra. Así, también, y paralelamente a su construcción, la presencia de formas orgánicas, redondeadas, de las cuales es excelente ejemplo Forma 212, de 1957, instalado en la entrada a los jardines de los Hogares Mundet de Barcelona. A lo largo de su producción resulta clave la confrontación: de formas, espacios y materiales, la pugna, el descubrimiento de un nudo que se siente llamado a desatar. Es lo que advertimos en el mejor arte. Para decirlo con palabras del título de una narración de Kafka, se trata de “la descripción de una lucha”.

La progresiva abstracción corre paralela a un regreso de la imagen de la realidad. A veces, sin embargo, por algo como un mero gesto que da fe de la figura ausente, como en la famosa obra Evocación marinera (1958-1960), situada en La Barceloneta. Su obra de madurez es buen ejemplo del arte como testimonio de nuestra época, la nuestra, en descomposición, como adelantándonos la visión de sus ruinas. Y, como contraste y propuesta, una visión nueva, recuperada del pasado: la evocación del Renacimiento italiano, del que era gran admirador y del que se consideraba intérprete. Esta nueva manera, en transición que no es brusca, sino que resulta natural, la mantendría con variantes en las décadas siguientes en su obra escultórica y la recogería en dibujos, grabados y litografías, así como en pinturas que, algunos casos, ensamblaba con la escultura. Un realismo que culmina una obra de gran importancia, por la altura que alcanzó en sus mejores momentos, punto de encuentro de lo que entendemos por real y una realidad de nuevo cuño, donde la construcción está sosteniéndolo todo, en contraposición con las fuerzas disolventes que han sacudido y sacuden el arte contemporáneo.

José Corredor-Matheos es poeta y crítico de arte.

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