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Decenas de gitanos huyen de Galicia por el estigma de un crimen

Los parientes de Lupe Jiménez entierran a la víctima de violencia machista Mientras el clan del asesino confeso huye con sus hijos

Funeral de la víctima en Pontevedra
Funeral de la víctima en PontevedraLALO R. VILLAR

Ya no quedan Cortiñas en Galicia. Todos los gitanos marcados con este apellido, vinculados en primer o segundo grado de parentesco al tronco familiar de José Luis, asesino confeso de su esposa embarazada, Lupe Jiménez, emprendieron el camino del destierro. Nada más correr la noticia del hallazgo del cadáver, cosido a puñaladas, el martes entre matorrales, cerca del aeropuerto de Lavacolla, los Cortiñas que vivían en los alrededores de Vigo, Santiago y A Coruña, pero sobre todo en Lugo, recogieron las cosas que pudieron y huyeron con sus bebés y niños en edad escolar hacia localidades de Castilla y León, poniendo tierra de por medio.

Cuando, anteayer a media tarde, la Sociedad Gitana en Galicia, un colectivo que asegura representar a la inmensa mayoría de los calés repartidos entre las provincias de Pontevedra y A Coruña, emitió un comunicado sin precedentes, por el que se “expulsaba” a los Cortiñas para “evitar baños de sangre”, varias decenas de ellos estaban ya en ruta. Sinaí Jiménez, representante de esta sociedad que decidió e hizo oficial la medida de destierro, calcula que los exiliados pueden ser medio centenar, pero otras fuentes hablan de más de 70 personas. La decisión, según explica este líder gitano, la tomó en virtud de la propia ley de su pueblo, que no está escrita, pero se rige por el “sentido común”, un consejo de ancianos. Este grupo lo forman “los gitanos mayores de respeto, sabios coherentes que promueven la paz” y que cuentan con el respaldo de sus extensos clanes familiares. En Pontevedra y A Coruña, se han hecho fuertes los herederos del tronco de Los Paulos. Son, según Sinaí, “entre 15.000 y 16.000 personas”, descendientes en diferentes grados de parentesco de ese clan que “entró en Galicia escapando por los montes hace 250 años”. Los Paulos del siglo XXI comparten en su mayoría apellido con María Luisa Jiménez Jiménez, Lupe, casada desde los 14 años con José Luis Cortiñas Romero, ajeno a este árbol genealógico.

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La víctima tenía ahora 37 años, y la autopsia confirmó que estaba embarazada de unas seis semanas. El matrimonio había tenido además otros seis hijos, y las dos hijas mayores, de 20 y 17 años, ya les habían dado a sus padres dos nietos. Tanto la familia de la mujer asesinada como Sinaí Jiménez aseguran que el esposo la mató por celos. Creía que el niño que Lupe llevaba dentro no era de él, sino “de su propio hermano”. Hace meses que la pareja, residente en Lugo, tenía problemas y ella optó por refugiarse con su prole en casa de su madre en el municipio pontevedrés de Vilaboa. José Luis Cortiñas había sido detenido por un caso de tráfico de drogas y se le habían incautado dos escopetas. El domingo, el marido se presentó en la casa de su suegra y forzó a Lupe a irse con él. De camino a Lugo, paró el Opel Corsa y la mató probablemente dentro del vehículo, informa Pepe Seijo: La acuchilló hasta 12 veces, sobre todo en el cuello y el costado, y la arrojó precipitadamente en un monte. Horas más tarde, después de intentar limpiar la sangre del coche, se sospecha que volvió sobre sus pasos para enterrar a su víctima. Ya no fue capaz de localizar las zarzas donde la había escondido.

Por el temor a una venganza inmediata, el cadáver fue custodiado hasta el hospital lucense por nueve furgones de la Guardia Civil, y en todas las escenas familiares, desde ese momento, ha estado presente un grupo numeroso de agentes. Cortiñas ingresó en la cárcel de Monterroso. Para evitar que sea agredido permanece las 24 horas acompañado de otro preso. Sinaí Jiménez cree que la sed de venganza puede traspasar los muros de la prisión, “donde hay gitanos indignados” con este caso de violencia machista.

Había inquietud entre las fuerzas de seguridad por que en el entierro de Lupe, ayer a las cinco de la tarde, el malestar del colectivo gitano explotase en algún episodio violento. No hubo tal, porque tampoco quedaba rastro de los Cortiñas en la provincia. La ceremonia reunió a cientos de allegados y familiares en el cementerio pontevedrés de San Mauro y ni un murmullo hubo entre la concurrencia cuando el pastor Hipólito Díaz empezó su sermón, que no fue tal. El hombre dijo estar tan apenado que no había dado en encontrar citas en las escrituras para expresar su pesar, y se arrancó con un discurso en un tono desgarrado que rara vez se escucha en las liturgias de los payos.

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Que Lupe era una “cristiana de verdad” y que un crimen como este es “impensable para los calés”, clamó el hombre ante las miradas desencajadas de los familiares más cercanos, niños y mayores, alguno necesitado de una silla. Díaz quiso también templar los ánimos y llamó a los presentes a “pensar en los hijos” y tener prudencia. Al término estallaron los plañidos de las mujeres, que duraron unos minutos. La salida fue silenciosa y escalonada, con las decenas de coches (uno de la policía nacional, discretamente presente) discurriendo lentamente por la vereda del cementerio.

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