_
_
_
_
_
arte

Sobre la vida y sus habitantes

La artista valenciana Carmen Calvo expone en el Tomás y Valiente de Fuenlabrada

Silencio (1995)
Silencio (1995)

En la bienal de Venecia de 1996, Carmen Calvo y Joan Brosa ocuparon el pabellón español con dos propuestas que dejaron boquiabiertos a los visitantes. El poema visual de Brossa tenía forma de balón tocado con una peineta azul. Calvo llevó una gigantesca caja forrada de espejos, bautizada como Una conversacion, en la que decenas de pequeños y medianos objetos (telas, muñecos, astillas de muebles, restos de cerámicas, matojos de pelo) aparecían mezclados y suspendidos de techos y paredes en una apoteosis barroca con la que la artista valenciana proponía una relectura del tiempo, una reinterpretación del pasado.

La poesía está en otro sitio (2008)
La poesía está en otro sitio (2008)

La obra, una de las más famosas de la artista valenciana, ha sido reconstruida para convertirse en la pieza central de la retrospectiva que se le dedica en el Centro de Arte Tomás y Valiente de Fuenlabrada. Un verso de Paul Valéry, Todas las sombras que el ojo acepta, le sirven para repasar más de 30 años de creación. La exposición, programada antes de que le fuera concedido el premio Nacional de Artes Plásticas 2012, exhibe 60 obras que arrancan desde 1980, año en el que Calvo fue una de las elegidas para participar en la News Images from Spain, en el Museo Guggenheim de Nueva York, hasta sus trabajos más recientes.

Ante esa acumulación de casi 800 objetos, entre los que no se escapa la presencia inspiradora de Marcel Duchamp o André Bretón, Carmen Calvo (Valencia, 1950) despliega una energía apabullante. Durante diez días se instaló en un hotel próximo para participar directamente en el montaje. Doce horas diarias de trabajo no le han dejado más mella que la pérdida de unas gafas que probablemente permanezcan confundidas entre los objetos que integran muchas de sus piezas. Entre las obras expuestas hay préstamos de museos como el IVAM o el Reina Sofía, pero la mayoría son propiedad de la artista. Y no por afán acumulativo, sino porque, según explica con humor y resignación, vende poco. Ni siquiera el premio nacional ha aumentado, de momento, su mercado de coleccionistas.

Puede que sus obras sean raras y poco complacientes para adornar salones, reconoce ante No es lo que parece (1999) un collage-fotografía en la que se ve a una niña que va a hacer la comunión vestida de monja y a la que el hábito se le ha convertido en un burka y sobre la que pende un amenazante y largo cordón. Tampoco es una imagen idílica del matrimonio la que se representa en Mi alma está cansada de la vida (2004), donde a un matrimonio poco agraciado les ha dejado sin mirada. A él le ha emborronado los ojos de azul; mientras que a ella se los tapa una fusta que él sujeta con los dientes.

Los ojos de los pobres (2000)
Los ojos de los pobres (2000)
Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Su vocación de recopiladora de historias partiendo de personajes a los que da un nuevo sentido, impacta también en C’est le malheur (2001), una antigua fotografía de una joven mujer sobre la que Carmen Calvo ha desplegado puñados de pelos con pezoneras insertadas en el centro. Como explica el comisario de la exposición, Alfonso de la Torre, Calvo es una artista destructora y recomponedora de historias, una incitadora de imágenes capaz de presentar nuevas realidades rescatadas de pasados remotos.

Para reconstruir esas nuevas realidades, Calvo utiliza como materia prima objetos del pasado que ha ido acumulando a lo largo de los años. Muchas son fotografías antiguas encontradas en la basura o compradas en los rastrillos, recuerdos de un pasado que ya no interesa a nadie y del que alguien, voluntariamente, se ha desprendido. Además de fotografías, acumula muñecos,muebles, cintas, sogas, pizarras, cristales, piedras; cosas que en sus manos adquirirán una vida con un significado muy diferente al que tenían. También acumula libros. De ellos obtiene los elaborados títulos con los que acaba bautizando cada una de sus obras, porque es de los que cree que el título es el toque final perfecto para una obra. No le entusiasma que la gente crea que carga con cualquier objeto y que se dediquen a enviarle rarezas a su casa o a su estudio. “Hubo un tiempo”, recuerda entre risas, “en el que utilicé algunos crucifijos y se me llenó la casa de ellos. No es ese mi objetivo ni forma de trabajar”.

Pintar (ella se define como pintora) es lo que más le interesa en la vida. Y lo hace sin concesiones a modas ni a mercados. La emoción le aflora a los ojos cuando se remonta los 14 años, al tiempo en el que decidió que esto era lo suyo y que en ello pondría sus cinco sentidos. Comprometida con su tiempo, los temas que aborda tienen que ver con lo que le desagrada: el catolicismo, el matrimonio, la manipulación, el abuso y toda manifestación de injusticia. Estos días está profundamente indignada contra la reforma de la ley del aborto de Gallardón. El tema le ha inspirado dos ilustraciones que se publicarán en ‘La Maleta de Portbou', la revista bimestral que dirige Josep Ramoneda, en las que el rojo sangre habla del drama que supone esta regresión en la vida de las mujeres.

Vistas en conjunto, las obras de Carmen Calvo participan de un mundo con mucho en común. Sobre fondos negros, blancos, o dorados, los protagonistas evocan una historia que tiene siempre que ver con la vida real. “Con la parte más dura de la vida”, puntualiza. Y entre los múltiples objetos que pueblan cada cuadro, hay uno que se repite: el pelo. Lo utiliza de las maneras más variadas: para tapar ojos, para cerrar bocas, para romper la armonía. “El pelo tiene una simbología muy fuerte. Es algo muy primario. No hay más que ver que es una de las primeras formas de castigo que se utiliza contra las mujeres. Es una reliquia que se asocia a la vida”.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_