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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La política del miedo

Usar la fuerza de la amenaza, ya que no cabe la amenaza de la fuerza, es una de las tácticas de las guerras geoeconómicas

Lluís Bassets

Las leyes de la guerra con los instrumentos de la paz: el comercio, los medios de comunicación, el marketing político. Así son las contiendas geoeconómicas de nuestra época. Como en las otras, las sangrientas, el principal instrumento de acción para hacer recular al adversario es la amenaza. Son guerras sin violencia, al menos en sus formas e instrumentos, aunque puedan terminar siéndolo en algunos de sus efectos. El objetivo no es aniquilar al enemigo, sino someterle. Son geoeconómicas en la forma, pero políticas en el contenido: se vence por las armas del miedo lo que no se gana en el juego democrático de las instituciones parlamentarias, las elecciones e incluso los tribunales.

Ulrich Beck ha contado muy bien como utiliza estas armas decisionistas la canciller Angela Merkel para imponerse en la Unión Europea y conseguir que los Gobiernos endeudados del sur realicen políticas bien distintas de los programas electorales con los que llegaron al poder (Una Europa alemana, Paidós). Así ha sido en Grecia, Italia, Portugal y España, en distintos grados y modalidades, pero siempre bajo el mismo patrón. Y ha encontrado un nombre para este nuevo monstruo político que libra las guerras geoeconómicas contemporáneas, Merkiavelo, hecho mitad de Merkel y mitad de Maquiavelo.

La técnica merkiavélica para conseguir el sometimiento es la dilación, la inacción y la duda antes de actuar. Esperar siempre hasta el último segundo, justo hasta un momento antes de caer por el barranco: quiero decir, de que se caiga el otro. La suspensión de pagos del país, el regreso al euro, un euro de dos velocidades, la salida del euro a los endeudados del sur, todas estas cosas han pasado por la imaginación alemana en forma de lo que Beck llama el condicional catastrófico. Si el euro cae, cae Europa; dijo Merkel y muchos creyeron que era una oración europeísta: era una amenaza, un arma de amedrentamiento masivo.

Los riesgos crean comunidad. Unen y movilizan a la gente. Esgrimir un riesgo permite alcanzar objetivos y obtener unos consensos que normalmente no se obtendrían a través de la acción de las instituciones y de las elecciones. Cuando situamos a una sociedad en peligro abrimos el espacio a propuestas que los políticos normalmente no se atreverían ni a imaginar. Es la gestión de la excepción, momento particularmente interesante para el decisionismo. Soberano es quien decide el Estado de excepción, nos recuerda Beck en una cita explícita de Carl Schmitt.

Marcar líneas rojas, condiciones irrenunciables, plazos perentorios, enfrentamientos a plazo fijo y decisiones excepcionales son instrumentos del merkiavelismo. Le hemos visto actuar recientemente en Estados Unidos con el chantaje del Tea Party al Partido Republicano y del Partido Republicano a Barack Obama. Los republicanos bloqueaban el presupuesto y se negaban a ampliar el techo de deuda para exigir la retirada de la reforma sanitaria, poniendo en riesgo los mercados mundiales y la seguridad de su país. Lo hacían y quizá seguirán haciéndolo a principios del año próximo, gracias a que tienen la mayoría en la Cámara de Representantes, la minoría de bloqueo en el Senado y cuentan con encuestas sobre estos temas dinerarios a su favor, sin tener en cuenta que la reforma sanitaria fue aprobada por las dos Cámaras en el anterior periodo legislativo y el presidente que la presentó y la llevaba en su programa, Barack Obama, posteriormente ratificado.

Merkiavelo actúa cada vez que alguien quiere utilizar en su favor la fuerza de la amenaza, ya que no puede usar la amenaza de la fuerza. El merkiavelismo es un arma sumamente eficaz para quien quiere cambiar el statu quo o forzar las costuras de la legalidad, aunque no tenga capacidad o poder para conseguirlo a través de la ruptura violenta o de los instrumentos establecidos por la regla de juego. Para tal caso, hay que utilizar primero el miedo en la movilización de los propios, a los que se les ofrece una alternativa irreductible, fatalista y a plazo fijo, que exige hacer un paso adelante e irreversible, sin vuelta atrás posible. Quemar las naves, como Hernán Cortes. O César o nada. Luego a quienes no se plieguen y a los adversarios se les amenaza con el desprestigio, la condena universal, la pérdida de cualquier aura de bondad y civilización.

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Estas son las armas de nuestra época. Horribles, aunque no corten brazos ni cabezas. Mejores, por tanto. Todos las usan, incluso quienes dicen que no las usan e hipócritamente se escandalizan cuando las usan los otros, después de haberlas usado ellos primero.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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