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Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Rajoy y Fabra en el diván: silencio y sumisión

Uno es acusado de ser un segundón; el otro, como sin pluma, pero con muy poca miga

Rafael Tabarés Seisdedos
Agustín Sciammarella

El silencio de los poderosos no es siempre garantía de sabiduría, a veces es una máscara del vacío, de la violencia o del mero miedo. Desde que Sigmund Freud publicara El malestar en la cultura(1929), los académicos saben perfectamente que, para conocer el declive de la sociedad occidental (o de la humanidad), no basta con el análisis de historiadores, sociólogos y economistas, literatos, filósofos y moralistas, sacerdotes y visionarios. Existen fenómenos psíquicos, por decirlo así, en la sombra de nuestro ser y de nuestro pensamiento con los que deberíamos contar porque afloran en nuestra vida práctica; ¿cómo podemos entender la realidad mental, el caudal anímico consciente e inconsciente que apuntala nuestras acciones, especialmente si se trata de la conducta de los poderosos? Es probable que su examen, no sólo en la superficie, sino también en su fondo más recóndito, nos sea provechoso.

Como las células del cuerpo humano, los poderosos tienen muchas formas y funciones: los hay ricos, guerreros, aristócratas, propagandistas, burócratas y los hay, también, políticos. No es aventurado sugerir que todo hecho político tiene un sentido psicológico determinado, lo cual se manifiesta en las palabras, los silencios, los escritos, los gestos, las acciones u omisiones, la disposición de sus actores. Por ejemplo, los analistas explican la generalización de las ruedas de prensa sin preguntas como un ejercicio actualizado y teatralizado de los partes que se leían en el franquismo, de los sermones desde el púlpito o los dogmas lanzados desde la cátedra académica. Sin embargo, una interpretación más profunda nos descubre la necesidad psicológica (emocional, llámenlo como quieran) de los poderosos para ponerse a resguardo de los comentarios que hacen visible una realidad siempre más incomoda que la que viven en los palacios. También hay una voluntad consciente de enmudecer lo que no se quiere dejar salir, pero en realidad se piensa, conscientemente o no. Desde mi punto de vista, estas son algunas de las razones por las que los poderosos leen sus discursos y sus intervenciones son actuaciones ensayadas, retransmitidas: tienen miedo a que veamos con claridad su superficialidad-profundidad y, además, resuelven alejarse de las tragedias con rostro y alma. Es, por tanto, recomendable interpretar desde un punto de vista psicológico las actuaciones de los poderosos para saber por qué nos atraen o desconciertan sobremanera.

Empecemos con el presidente Rajoy y el president Fabra. Rajoy ha sido acusado hasta el insulto por alguno de sus “amigos” de ser un segundón, de falta de virilidad y de hombría. Mientras que Fabra es presentado como alguien “sin pluma pero con muy poca miga”, sin apenas sustancia y con un currículum muy insignificante. Críticas que se agrandan por su “pecado original”: ser un president designado por Rajoy y no elegido por los ciudadanos en una convocatoria electoral. Seguramente estos y otros comentarios han acrecentado la necesidad de satisfacer su deseo disimulado de pasar a la Historia por encima de otros presidentes previos o venideros. Si bien resulta fácil superar la figura aburrida del presidente Calvo-Sotelo o la del colérico y despreciativo presidente Aznar, más complicado es estar a la altura de la grandeza histórica del presidente Suárez o del liderazgo y belleza-atractivo-carisma del presidente González. En cuanto a Fabra lo tiene, si cabe, más complicado para volar más alto que la esfinge de piedra del president Lerma quien nunca quiso salir de los libros de Historia o que el president Zaplana, reencarnación del pícaro Lazarillo tan arraigado en el instinto colectivo valenciano y español.

En cualquier caso, alcanzar la gloria fuera de esta vida nos acerca a esa empresa auténticamente humana de querer ser Dios, de considerarse semejante a Dios. Pero sin ir tan lejos el Yo Rajoy tiene que hacer posible este anhelo con la suma de vida vivida y temporal: ¿cómo ser el más grande de los presidentes habiendo hecho acciones políticas tan alejadas de la conciencia ética y social, indecorosas o bajo la sombra de lo ilegal como su papel en los sobresueldos, la financiación del PP y el vínculo con Bárcenas? ¿Cómo resolver psicológicamente lo que parece un laberinto inextricable para alguien que presume de tener un censor interior superlativo? Si partimos de lo más simple, como decíamos anteriormente, la solución es enmudecer (o no hablar claro, o alejarse de la verdad). No ver, no saber, no pensar se convierte en una necesidad psíquica (Stefan Zweig dixit). Sin embargo, para mantener el efecto descompresor y liberador del silencio en la vida psíquica de Rajoy, se ha levantado un corta-fuegos preventivo desde el poder (y no sólo desde el poder político y económico, sino también desde el propagandístico) que está produciendo un emponzoñamiento, más allá de lo conveniente, de la política y las instituciones.

El silencio también tiene otras consecuencias conflictivas como la desafección de los ciudadanos a una manera de hacer política malhumorada y antisocial o la de dejar que el tiempo corra sin dialogar para conseguir acuerdos, compromisos o consensos. Por ejemplo, sobre la independencia de Cataluña, en lo que el exministro Josep Piqué describe con elegancia como “inacción arriesgada del Presidente Rajoy”. Al paso que vamos, apuesto a que el Yo Rajoy adoptará la voz del Yo Bartleby el escribiente, a quién se le borró la memoria y sólo era capaz de decir una extraña, conmovedora y nihilista frase de tres palabras: “Preferiría no hacerlo”. Por su pecado original y por sus propias características intrínsecas, el President Fabra, es un ejemplo de sumisión al poder de Rajoy por la necesidad, de modo que, ha dejado de exigir, reclamar o, incluso, preguntar para hacer lo que toca en asuntos económicos, lo conveniente en temas políticos y lo necesario a nivel territorial. El president Fabra es un servidor del Presidente Rajoy. Una consecuencia de esta subordinación es el proceso de degeneración y fin de la RTVV. Pero también es una demostración de la complicidad de muchos. Poco a poco, la mezcla venenosa de silencio y sometimiento de los poderosos y colaboracionismo de las masas puede llegar a convertirnos en una sociedad triste y crónicamente enferma que acabe por morir.

Quizá estas consideraciones no signifiquen nada, aunque llegado este punto, aún cabe formular una pregunta: ¿cómo liberar a Rajoy y a Fabra de sus pasiones y penas? Hacer olvidar lo malo que todos saben de ti puede resultar un empeño excitante e incluso curativo. Siempre requiere un esfuerzo especial querer olvidar lo que nos provoca vergüenza, miedo, sufrimiento. Cuanto más miedo, más resistencia a ser uno mismo, más necesidad de control. Rajoy silencia porque quiere hacernos olvidar lo que en su interior verdaderamente quiere olvidar: lo oscuro que sabe de sí mismo. En cualquier caso, usted y nosotros tenemos la palabra porque lo que se sabe no se puede ignorar, a pesar de todo. No se trata de decir lo primero que se nos ocurra, la reflexión es una herramienta fundamental en la vida y, por tanto, en la política. De lo que estoy hablando es de recuperar la valentía, que no la provocación, la arrogancia o el desprecio con explicaciones inverosímiles. De expresar lo que verdaderamente hemos sido y somos, lo que queremos ser y hacer. De contar nuestros anhelos y miedos.

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Si nos fiamos de lo que nos cuenta Borges, un irlandés escribió una sentencia en una cárcel que nos puede ayudar: “... sólo el perdón puede anular el pasado” y siguiendo al autor de Historia universal de la infamia: “Acaso lo que digo no es verdadero; ojalá sea profético” el Rey Juan Carlos apaciguó a las masas indignadas y decepcionadas por su cacería de elefantes en África con una breve declaración: “Lo siento mucho, me he equivocado. No volverá a ocurrir”. Creo, no obstante, que sus palabras no sirvieron para que, a nuestros ojos, él recupere su grandeza y nosotros la dignidad ciudadana. Esto es imprescindible a nivel curativo para una sociedad enferma porque ellos son una representación nuestra y representan también nuestras emociones, nuestro Yo ciudadano. Merecer el título honorífico de “gran presidente”, “gran president” o “gran rey” es algo más que la consecución de grandes hazañas como la de alejar la deuda española del bono basura, la de evitar que nuestra Comunitat sea intervenida por el Ministerio de Hacienda o la de hacer frente a los golpistas del 23-F. No puedo eludir que ese "algo más" debería ser la dimisión, la renuncia a ser candidato o la abdicación.

Rafael Tabarés-Seisdedos, Catedrático de Psiquiatría de la Universitat de València.

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