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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El retorno de la política

Ya no hay interés electoral ni ciudadano por grandilocuentes relatos de futuro, sea éste dorado o esforzado

Jorge Galindo

Esta reflexión ha de comenzar necesariamente por enunciar una obviedad: el Acuerdo de la Sociedad Civil por la Comunitat Valenciana es un brindis al sol. Durante seis páginas deambula sin rumbo de Jaume I a nuestro modelo productivo, de equidad a raíces culturales, de naranjas a Universidades, para no aportar ni un solo elemento nuevo al debate público, ni una sola solución a la crisis que atravesamos. Solo viene a decir que tenemos que trabajar juntos por encontrarla. Nuestro presidente, Alberto Fabra, ha dicho que quien no suscriba este acuerdo tendrá que explicar por qué no lo hace. Yo, como valenciano, sociólogo y miembro de la sociedad civil (como usted, como todos) lo que pienso es que es él quien nos debería explicar por qué este acuerdo, un texto inútil en tanto que vacío de contenido, está sobre la mesa. En mi opinión, la respuesta es cruda y simple: la política (la de verdad, la del conflicto y las ideas en liza) vuelve, poco a poco, a ser importante aquí. Esto ni gusta ni conviene al PPCV, y lo único que le queda son ejercicios retóricos de falsa unión.

Desde mediados de los años noventa hasta finales de la década siguiente el PPCV consiguió forjar y mantener un consenso significativo entre los ciudadanos a favor de su gestión. Este consenso estaba respaldado por un crecimiento económico importante y una creación de empleo sin precedentes. La gente apoyaba al partido gobernante porque las cosas iban bien. Los populares se identificaron completamente con un modelo determinado de crecimiento y lo ató a la Comunitat, creando la ecuación “PPCV = Comunitat Valenciana = éxito”. Cualquier otra opción era presentada de manera implícita como un suicidio económico. Dado que la oposición apenas existía resultó fácil estructurar esta lógica e implantarla en la percepción del electorado.

Después de 2008 las bases del modelo comenzaron a quedar en evidencia: la construcción, el turismo residencial, los grandes eventos y los servicios personales no iban a poder capear el temporal. El paro se disparó y el PIB se fue al infierno. Durante los años siguientes, de manera lenta pero inexorable la ecuación perdió su componente de “éxito” y fue sustituido por la palabra “corrupción”. En los sondeos el PPCV ya no suma mayoría de gobierno. Y la última encuesta de Metroscopia para esta casa ofrece un dato clave: para el 89% de los valencianos la crisis tiene bastante o mucho que ver con la corrupción en nuestra tierra. Es decir: nueve de cada diez ciudadanos piensan que quienes nos gobiernan son quienes nos han llevado más allá del abismo.

He aquí la trampa que el PPCV se tendió a sí mismo sin saberlo dos décadas atrás: al atar su destino electoral a la marcha de la economía renunciaron en gran medida al componente ideológico y de lucha partidista inherente a la democracia. Dijeron que la Comunitat era una y que ellos eran la Comunitat. Esto daba una ventaja mientras todo iba viento en popa, pero se está tornando en inconveniente a medida que la crisis se hace más larga y el futuro es más incierto.

Este acuerdo y la retórica con que lo acompañan personalidades afines no es sino un (vano) intento por detener lo imparable, estableciendo que si nos sigue yendo mal a partir de ahora será por culpa de quienes quieren hundir el barco en lugar de remar juntos. Pero ya no estamos en 2005. Ni siquiera en 2009. Hoy todos, incluso sus votantes más fieles, son conscientes de la parte de culpa que los populares cargan en sus espaldas. Ahora muchos comienzan a entrever que en realidad la hegemonía ni es beneficiosa ni es sostenible a largo plazo. Que si el PPCV es la Comunitat y Comunitat es ellos quizás esta no es la Valencia que el votante medio quiere. Quizás quiere otra distinta. Esto es lo que provoca el vértigo de los populares, pero es también lo que no les queda sino afrontar. Porque es en esta demanda naciente donde el espacio se abre de nuevo a la lucha política genuina. Ya no hay interés electoral ni ciudadano por grandilocuentes relatos de futuro, sea éste dorado o esforzado. Ahora se buscan soluciones y se presta atención a posibles alternativas. De hecho, la situación anómala era la anterior. La normal es el conflicto dentro de los parámetros democráticos, el debate y la existencia de una oposición capaz de plantarle cara al Gobierno.

Salir de la crisis no es una cuestión de remar todos juntos, es una cuestión de decidir hacia dónde remar. Y en el texto del Acuerdo no se indica, ni por asomo, una dirección. Adam Przeworski, un politólogo infinitamente sabio, definió democracia como un sistema en el cual los partidos pierden elecciones; los votantes sancionan de manera positiva o negativa las propuestas y las acciones de cada lado del espectro político. Es hora de que el PPCV acepte jugar a este juego de nuevo. Los absolutos ya no sirven. Así que como sociólogo aconsejaría a Fabra que dejase de pedir explicaciones y pasase a darlas junto a propuestas diferenciadas y tangibles. Como valenciano y miembro de la sociedad civil (como usted, como todos), se lo exijo.

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Jorge Galindo es sociólogo e investigador en la Universidad de Ginebra

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Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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