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Pachi Vázquez deja el timón del PSdeG tras un convulso mandato

Vázquez deja el timón del PSdeG tras un mandato de peleas internas y con un PSOE en caída libre Al final de su etapa deja como herencia las primarias

Pachi Vázquez, en su casa de San Amaro, en 2011.
Pachi Vázquez, en su casa de San Amaro, en 2011.NACHO GÓMEZ

“Ni cien días ni cien minutos ni cien segundos”. La frase de Pachi Vázquez, recién investido secretario general en abril de 2009, inauguraba nueva era en el PSdeG. Y de paso fue un aviso al presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, de que se habían acabado los miramientos y el respeto institucional de Emilio Pérez Touriño: no habría tregua para el PP tras la despiadada campaña que devolvió a los populares la Xunta entre ataques políticos y personales al bipartito. La vieja guardia del aparato hizo saber a Emilio Pérez Touriño que su tiempo al frente del PSdeG había pasado y buscó un hombre de la casa para afrontar la travesía de la oposición, desmoralizados como andaban tras la pérdida del poder las bases y los mandos intermedios.

Los pesos pesados del partido, desde el entonces ministro de Fomento, José Blanco, pasando por el secretario de Organización del PSdeG, Ricardo Varela, y los alcaldes de las ciudades apadrinaron a Vázquez, candidato único en el congreso de Pontevedra que fue refrendado con el 90,5% de los votos. Los restos del touriñismo, el sector al que algunos dirigentes culparon de la derrota electoral por una gestión excesivamente presidencialista en la Xunta, fueron liquidados y relegados a puestos menores. El propio presidente ya había arriado la bandera una semana después de la debacle.

Tal y como había anunciado, Vázquez no dio descanso en su marcaje a Feijóo. Ni siquiera en asuntos como la fusión de las cajas o el catálogo de medicamentos, en los que parte del PSdeG reclamaba comprensión con la Xunta, dio su brazo a torcer. Surgieron las primeras disensiones internas. La situación del entonces portavoz parlamentario, Xaquín Fernández Leiceaga, se hizo insostenible. Vázquez optó por sacarlo de en medio y sustituirlo por el vigués Abel Losada. Al hacerlo, el secretario general abrazó una bandera muy aplaudida entre las bases: que los dirigentes no podrían acumular cargos y que, por tanto, Leiceaga debía elegir entre el Parlamento o el Ayuntamiento de Santiago. La norma no se había aplicado hasta ese momento y era a la vez una advertencia para un grupo de parlamentarios muy críticos con los primeros pasos de Vázquez al frente del partido y a los que el líder acusó siempre de filtrar y tergiversar los debates a puerta cerrada.

El relevo de Leiceaga, lejos de apaciguar el partido, contribuyó a radicalizar la oposición interna, nucleada en torno a figuras como el secretario provincial de Pontevedra, Modesto Pose, y otros diputados como Mar Barcón y José Manuel Lage Tuñas. En la Cámara, en la calle y en los juzgados donde llegó a presentar un par de pleitos que no prosperaron, la oposición a Feijóo fue feroz: los pactos con el PP se limitaron a cuestiones de trámite. En el hemiciclo ambos líderes se retaban cada tres semanas. En uno de esos broncos debates en febrero de 2011, el jefe de la oposición advirtió que “Feijóo y el narcotráfico están ahí, ahí”. La frase escandalizó tanto al PP, que llegó a pedir su dimisión. Años después se supo que Vázquez ya conocía entonces la amistad que el presidente mantuvo en los noventa con el capo Marcial Dorado, si bien siempre negó que hubiese visto foto alguna de yates o excursiones. Los duelos en el Parlamento incluyeron algún patinazo del dirigente socialista, que llegó a acusar al Sergas de pagar 50 euros a médicos por dar de alta a los pacientes.

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En el primer test electoral, el PSdeG de Vázquez se dejó en las municipales de 2011 los ayuntamientos de Ferrol, Santiago y A Coruña y esta última Diputación. El batacazo estuvo en la línea de lo que sufrió el partido en toda España con las primeras sacudidas de la crisis y Zapatero en horas bajas. A salvo de la ola del PP se mantuvieron los Gobiernos de Vigo, Ourense y Lugo y también esta última institución provincial.

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Si puertas afuera a Vázquez le tocó navegar la tempestad que fue para todo el PSOE el segundo mandato de Zapatero, en la organización tampoco respiró mucha calma. Su intento de reforzar el partido en el rural para disputar la hegemonía al PP con el nombramiento de un número dos, Pablo García, llegado de Unións Agrarias no fue bien recibido en las ciudades. Y la amenaza sobre el aterrizaje del exministro José Blanco en la política gallega siempre planeó sobre el PSdeG, cuyos dirigentes nunca dieron por hecho que fuese Vázquez quien disputaría la Xunta a Feijóo.

Pero cuando llegó el momento de intentar descabezarlo en el congreso extraordinario celebrado en marzo de 2012, una heterodoxa coalición apadrinada por el propio Blanco y el alcalde de Vigo, Abel Caballero, junto a los diputados críticos y la herencia del touriñismo, sucumbió. La cara del experimento fue la exministra Elena Espinosa que no pudo con Vázquez, aliado en aquella cita con barones como los secretarios provinciales de A Coruña, Francisco Caamaño, y de Ourense, Raúl Fernández y el alcalde de Lugo, Xosé Clemente López Orozco. El plan era que Vázquez siguiera de secretario general a la espera de designar candidato la Xunta en primarias. El adelanto electoral de Feijóo ahorró el trabajo y las autonómicas depararon otra hecatombe a los socialistas, que se dejaron siete de sus 25 escaños. El final de Vázquez estaba cantado. Quienes le conocen insisten en que se lo confesó a su mujer esa misma noche. Pero evitó hacerlo público y entre sus íntimos repitió que “cuando el entrenador dice que no renueva, los futbolistas no corren igual”. En la prórroga de su mandato, pleiteó contra Madrid hasta conseguir que su sucesor fuese elegido por primarias, algo que no contemplan los estatutos del PSOE. Sus enemigos internos volvieron a ver en eso una maniobra para quedarse y sí lo denunciaron repetidamente. Incluidos algunos que llegaron a jactarse de haber votado al partido de Beiras en las autonómicas. En su despedida, el viernes, Vázquez prometió neutralidad y confesó: “Espero que el próximo secretario general no tenga que vivir lo que viví yo”.

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