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JAZZ | Esperanza Spalding
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El bajo como un juguetito

Deja la sensación de que tiene enormes recursos, pero no logra traducirlos en emociones

Escenario en penumbra, un panel que representa un viejo radiocasete de los ochenta y el dial que busca entre las sintonías hasta que acierta, claro, con Radio Music Society: como el título del cuarto y reciente álbum de la protagonista. Así arrancaba el domingo en el Price el reencuentro con Esperanza Spalding, interesante cantante y extraordinaria bajista que, a sus 29 años, milita en ese jazz de nueva generación que bebe de géneros colaterales (funk, soul, algo de bossa nova) para ganar en eclecticismo y simpatía entre audiencias más refractarias. Spalding lo consigue solo en parte: maneja una materia prima sólida, pero no acaba de transmitir el suficiente calor al graderío.

No será por falta de efectivos. Hasta seis intérpretes dan cuerpo a la poderosa sección de metales, que en sus mejores momentos suena como una big band al completo. Piano, guitarra, batería y dos segundas voces completan una alineación ante la que la fina y espigada artista de Portland ejerce un liderazgo descentralizado: es tal su empeño en que todos se luzcan que las sucesiones de pequeños solos terminan resultando cansinas. Nos quedamos, en cambio, con ganas de que ella se explaye más con ese bajo eléctrico de cinco cuerdas que maneja con una solvencia avasalladora, como si se tratase de un inocente juguetito.

Al contrabajo se le reserva un papel ocasional, quizá por aquello de que el sonido apunte más hacia la electricidad y los gustos versátiles. Y no es mala idea, al menos cuando comprobamos que la emotiva Black dog, a dúo con el vocalista Chris Turner, habría encajado en cualquier buen disco de Stevie Wonder. Para la intrigante melodía de I can't help it (¡que sí es autoría de Wonder!), Leo Genovese sustituye el piano por el teclado Rhodes y sobrevuela la sombra de Chick Corea en sus años junto a Flora Purim en Return to Forever. Ah, la eterna herencia brasileña: otro momento estelar es la versión deliciosamente desnuda (dos voces, contrabajo, palmas) de Inutil paisagem, de Jobim.

La dama del impactante peinado afro no acaba de acertar con la química, acaso por esa costumbre cansina de improvisar melodías para cada parlamento, como si nos encontrásemos en un musical. Spalding dejó la sensación de que dispone de enormes recursos, pero no logra traducirlos en grandes emociones.

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