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“No tenía a mi niña. No quería vivir”

Una testigo de la Operación Bebé, que investiga una trama de adopciones ilegales en Lugo, cuenta cómo quedó parapléjica por arrojarse al vacío tras perder a su hija

Cilene Domingues Lourenço
Cilene Domingues LourençoANA DÍEZ

Cilene Domingues Lourenço (São Paulo, 1974) aparecía citada con el nombre ficticio de Dulce en el reportaje que publicó el pasado día 15 este diario sobre la Operación Bebé, en la que un juzgado de Lugo investiga supuestas adopciones ilegales de niños arrebatados a sus madres por funcionarios públicos en pleno siglo XXI. En estas diligencias, iniciadas en primavera de 2010 a raíz de la denuncia de cuatro abogadas, se están indagando una docena de casos, y el de esta brasileña destaca por lo mucho que la vida se ha ensañado con ella. Cilene está hoy parapléjica después de que, desesperada por perder a su hija, se arrojase al vacío. Su nombre y el de su hija, las dos de iguales apellidos, aparecían en la lista que la titular del Juzgado de Instrucción número 3 de Lugo, Estela San José, llevaba en la mano cuando entró en busca de expedientes de adopción en la delegación de Menores de la Xunta.

 La historia de Cilene y su hija Laura Kiara llegó al sumario Bebé de rebote. Otra juez de Lugo, Pilar de Lara, decidió que la declaración de aquella prostituta, testigo clave para desentrañar una trama de proxenetismo investigada en la operación Carioca, revelaba además otros posibles delitos de sesgo burocrático. Cilene relataba el penoso trance de desprenderse de su hija, cuando ambas llevaban un mes acogidas en una residencia de monjas, y las consecuencias fatídicas que, transcurrido un puñado de días, tuvo tal decisión sobre su vida: lo último que recuerda antes del intento de suicidio fue que empezó a “trepar por el andamio” de unas obras anclado a una fachada del hospital Montecelo de Pontevedra. Lo siguiente, así como un mes después, fue que despertó en una cama del mismo centro y pidió un sacerdote. En la caída, desde una altura de unos 20 metros, perdió el brazo izquierdo y se quedó parapléjica. Siete años más tarde, reside en un centro para discapacitados físicos fuera de Galicia y no sabe dónde está Laura Kiara.

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Hay varios abogados de Lugo dispuestos a llevar su caso gratis porque consideran que estos trámites de adopción “son nulos”. Enumeran lagunas en la documentación, requisitos incumplidos, retrasos y errores de bulto. La madre firmó un primer consentimiento forzada por las penosas circunstancias: “No tenía papeles, ni trabajo, ni dinero, ni nada. Ni tan siquiera una salida”, declaró Cilene en 2010 ante la Policía Judicial. En 2012, otra pareja de guardias civiles volvió a la residencia en la que vive para preguntarle más detalles.

Tras dar el asentimiento a la Xunta y entregar la criatura superada por su extrema situación de desamparo, cuenta que tuvo que abandonar la casa de las monjas en la que había ingresado en el embarazo. Entonces vagó por las calles. Y no sabe cómo apareció deambulando por Forcarei (Pontevedra). Unos agentes la recogieron. Había arrojado la documentación al río. Lloraba sin parar por su niña y los chicos que había dejado en Brasil. La ingresaron en el hospital de Pontevedra por lo que parecía un brote psicótico. Después pasó lo que pasó: “No tenía a mis niños. No quería vivir”. Cilene supone que lo que hizo fue subir hasta lo más alto de la estructura metálica y arrojarse al vacío. En el hospital pasó “un mes sedada por completo” y luego, despierta, casi un año entero. Hasta que pudo sentarse en una silla de ruedas.

Un informe del Hogar Madre Encarnación, la residencia católica de Lugo en la que pasó los últimos meses de embarazo y uno más ya con su hija, defiende que las monjas intentaron convencer a la chica de que no se marchase tan pronto, pero ella asegura que la obligaron a irse. En una de sus declaraciones judiciales describe cómo la directora, después de darle “ropa vieja y rota” para la niña, la empujaba a irse: “Tienes que buscarte la vida porque los de arriba me van a llamar la atención”. Hoy, Cilene asegura que aún no ha logrado entender a quiénes se refería la religiosa. Al día siguiente de entregar a Laura, en el Hogar le dieron, dice, “40 euros para un autobús”. En Madre Encarnación, un centro que acoge a gestantes sin recursos y a niños declarados en situación de desamparo, Cilene cuenta que “limpiaba todo el día”. Tras dar a luz, volvió a la residencia con el bebé. Pero al poco tiempo sufrió una fuerte hemorragia e ingresó de nuevo en el Hospital de Lugo para un legrado de restos del parto. El quirófano la dejó muy débil, y nada más salir, derrotada, firmó la adopción.

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Después de todo un día de dolores, el 25 de junio de 2006, al filo de las tres de la madrugada, nació Laura Kiara. Era el fruto de la tercera cita de Cilene con un cliente joven, bastante guapo. Un tipo que al menos resultaba “agradable” si se lo comparaba con la media del burdel. La primera vez fue con condón; la segunda y la tercera, sin él, algo demasiado visto en este oficio. La chica hubiera querido quedarse embarazada de otro hombre del que estaba enamorada hasta más allá de sus entrañas, pero no tocó. Después del tercer servicio, no volvió a saber nada del cliente, pero se negó a abortar. Se declara “muy religiosa” y asegura que deseaba con todas sus fuerzas tener una niña que le acompañase en la infinita soledad que conoció en España. El padre de sus dos hijos mayores había muerto, y en junio de 2002 ella tuvo que emigrar, vía Barajas, para sostener a su familia. Al otro lado del Atlántico había dejado con su madre a dos niños: André Raúl e Iago. Este último con parálisis cerebral a consecuencia de un mal parto a los seis meses.

Cilene, que solo siente su cuerpo hasta la cintura y no le doblan las rodillas, busca ahora consuelo en “el único placer” que le queda, el tabaco. Graves complicaciones en sus extremidades muertas ponen en riesgo la pierna derecha. Pero ella se resiste y lucha: “No quiero más amputaciones”.

La peor amputación, en realidad, fue la de Laura Kiara, pero a Cilene ya antes le habían arrancado pedazos de su vida. Fue víctima de trata. Llegó con deuda a un club de Lugo, y cambió una y otra vez de local hasta que en Málaga se complicó todo. Presenció graves delitos, se sintió en peligro, vivió huyendo un tiempo, siempre escondida. Se atrevió a denunciar una mafia de proxenetismo amparada por guardias civiles, pero no le hicieron caso. Al contrario, la ingresaron en sucesivos psiquiátricos y varios informes médicos concluyeron que tenía manía persecutoria. Decía que la querían envenenar, y tomaba 15 cafés al día para mantenerse alerta ante esos enemigos de los que ahora evita hablar. Ya no le importa dar la cara en el periódico: “Más daño ya no se me puede hacer”, concluye.

Todo eso pasó antes de nacer Laura Kiara. Ahora, cuando a esta mujer de ojos tan profundos se le plantea la posibilidad de recuperar a su hija, se echa a llorar e inexplicablemente pide perdón por hacerlo. Recuerda que era “peludita y morena”, y que su llanto parecía el “maullido de un gato”. Por esto, y porque “había que cortarle las uñas dos veces por semana”, eligió para ella ese segundo nombre: “Kiara es la hija del Rey León”. Y ella era lista y despierta como una felina: “No tenía un mes y ya se movió en la cama”.

Hoy Cilene está contenta en la residencia de discapacitados pero añora “una vida independiente”. Por eso busca un piso de fácil acceso en Pontevedra, la ciudad en la que perdió su cuerpo. “Allí es donde tengo a mis amigos”, asegura. Ese grupo lo forman los médicos que la atendieron y, sobre todo, un enfermero que la llama “casi todos los días”. Se mudará en agosto. El alquiler lo pagará con una pensión que recibe de la Xunta. Planea “estudiar marketing online y diseño gráfico en Deusto” a distancia. Cuando pueda, le gustaría traerse a su hijo menor de Brasil. El mayor no vendrá: “ya tiene novia”. “He comprado las letras de los nombres de mis niños para decorar la pared del piso”, cuenta alegre, “también el de Kiara. Entre mis hermanos yo era la única braguinha [chica], y ella también lo es”. Con Iago y con André se comunica por Facebook. El otro día fue el cumpleaños del mayor y hablaron por teléfono. El chico, de 22 años, preguntó por su hermana: “Me dijo que quiere conocerla”.

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