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Un barrio con ojeras

La Latina está de moda, pero los vecinos denuncian que la proliferación de locales de copas y el botellón están degradando el barrio sin que el Ayuntamiento lo remedie

Decenas de jóvenes de juerga en la plaza del Humilladero el pasado domingo 2 de junio.
Decenas de jóvenes de juerga en la plaza del Humilladero el pasado domingo 2 de junio.kike para

La calle de la Cava Baja termina en una enconada plaza que es, en realidad, la confluencia de otras cuatro: Humilladero, San Andrés, Puerta de Moros y Carros. Un mismo espacio con diferentes puntos de vista. Un conflicto de convivencia que mantiene enfrentados desde hace años a vecinos y hosteleros de esa área del distrito Centro, y a todos ellos con el Ayuntamiento de Madrid por la, en su opinión, paulatina degradación del enclave, situado al límite del Madrid de los Austrias. Es uno de los barrios mejor valorados y de mayor atractivo turístico, lo que obliga a unos y otros a mirarse y entenderse.

Pero nadie está contento. Los vecinos defienden una calidad de vida que, dicen, se ha resentido por la proliferación de locales de ocio y tabernas en esta castiza calle. Y, sobre todo, por el auge del botellón de los domingos, permitido, según denuncian, por el Ayuntamiento. Una fiesta callejera ilegal (está prohibido consumir alcohol en la vía pública) que genera gran cantidad de suciedad y ruido.

Un centenar de personas se arremolinan un fin de semana en la confluencia de estas cuatro plazas. La primavera se ha quitado por fin el abrigo y, bajo la luna de junio, Jorge, María y Azucena hacen cábalas alrededor de una litrona de cerveza: “Te ha engañado, le hemos pillado. Para mí que está con otra. Yo de ti, le dejaba”. María solloza. “Cinco años juntos. Cinco”, repite como en una letanía. A su lado, varias latas de cerveza arrugadas dan cuenta de su estado. Estos tres estudiantes de Comunicación Audiovisual, de 20 años de edad, habían venido ese domingo a emborracharse “por todo y nada en general”. El desamor y otros desastres como la crisis o la falta de empleo copan buena parte de las conversaciones en la plaza de los Carros, ensuciada por el desánimo general y la euforia del momento. Los estragos del botellón se concretan, a última hora de la noche, en botellas rodando calle abajo; colillas aplastadas; latas chapoteando en el agua amarillenta de la fuente; y algún que otro rezagado vomitando u orinando en las esquinas. ¿Por qué aquí y no en otro sitio? La respuesta casi siempre es la misma: “Está de moda, viene todo el mundo”.

De zona peligrosa a barrio de moda

Ahora es una de las zonas de moda de Madrid, pero hace décadas La Latina era otra clase de hervidero; muchos la percibían entonces como un foco de drogas y de prostitución. Algunos de los vecinos de más edad comentan que, hace años, era impensable cruzar de noche sus calles con la misma tranquilidad con que lo hacen ahora miles de jóvenes. “Aquí se trapicheaba, y por la calle del Almendro no podías pasar sin que te atracaran”, recuerda María Ángeles, de 76 años y vecina de toda la vida.

Nada que ver con el ambiente actual. Cada fin de semana, miles de jóvenes abarrotan estas calles atraídos, en parte, por el flujo de convencidos que han hecho de este enclave poco menos que su bastión. El precursor de todo ese movimiento fue Toni Bonanno, que abrió su bar, El Bonanno, hace 18 años. Y cambió por completo la cara del barrio. Por su local han desfilado directores de cine, actores, músicos de renombre, políticos y futbolistas. Lo que no hay son fotos de esos famosos colgando en las paredes, ni paparazis acodados en la barra. En ese caso, los bichos raros serían ellos.

En realidad, esta zona, conocida como La Latina, nunca ha dejado de estar de moda. Aunque en los últimos años se ha abierto a más público. Tradicionalmente frecuentada por treintañeros, es ahora un prisma de distintas edades y sensibilidades. Hay de todo. El cambio, eso sí, se experimenta hacia la mitad de la Cava Baja, cuando los paseantes sufren el extraño efecto Benjamin Button, el personaje del relato de Francis Scott Fitzgerald que rejuvenecía a medida que cumplía años. En apenas unos metros, la clientela pasa de tener 40 a rondar los 20.

El motivo de este rejuvenecimiento de la clientela puede ser la proliferación en los últimos años de locales más económicos en esa calle, según afirman algunos de los comerciantes más veteranos, que asocian además la suciedad y demás molestias a los nuevos parroquianos. “Son niñatos que solo vienen a emborracharse por 10 euros”, describe Laura Falcón, una de las propietarias del bar El 7 de la Cava. Esta hostelera, que lleva viviendo 13 años en la zona, se queja de lidiar con vómitos y orines frente a su local casi todas las noches. “Algo que no pasaba antes”, afirma plantada frente a su establecimiento. “El problema”, señala, “viene de arriba”. De la almendra de esas cuatro plazas.

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Un poco antes de llegar ahí, Shekhar, un bangladesí de 21 años, justifica su exótico atuendo: “I’m ilegal. Not job”. No tiene ni papeles ni empleo. Vende flores artificiales y una montaña de coloridos sombreros que porta sobre la cabeza, a juego con el marasmo de gafas que cuelgan de su cuello. Con suerte, saca unos 20 euros al día. “Es un mal trabajo”, admite. Son las dos de la mañana, muchos bares están cerrando ya, y Shekhar tiene que aguantar las bromas de algún que otro beodo.

Un grupo de jóvenes, presumiblemente bebiendo en la calle, el domingo 2 de junio en la plaza de Los Carros.
Un grupo de jóvenes, presumiblemente bebiendo en la calle, el domingo 2 de junio en la plaza de Los Carros.kike para

Nada que ver con el negocio que se han montado otros y que trae de cabeza a los hosteleros de la zona: los lateros. “Si alguien saca una caña de mi bar, me cae una multa de 30.000 euros; pero ellos sí pueden vender latas de cerveza a un euro y nos le pasa nada. Y hay otra cosa: cuando cerramos, a las dos de la mañana, la gente se queda bebiendo en la calle, y los vecinos, claro, protestan. Al final, los malos de esta película somos nosotros, que cumplimos y pagamos el pato”, relata Falcón.

Fuentes de la Policía Municipal del distrito Centro reconocen que no pueden hacer nada para atajar este problema. Afirman que les faltan efectivos. Y que la detención por venta ambulante tiene además muy mala prensa: “En el fondo, se están ganando la vida”. Según confiesan algunos de estos lateros, se sacan alrededor de 100 euros por noche. “Si viviera más cerca de aquí, yo también vendería cerveza”, asegura convencido Shekhar.

Zona protegida contra el ruido

La Cava Baja y las plazas del Humilladero y San Andrés están catalogadas por el Ayuntamiento como zonas de contaminación acústica alta. Las plazas de Los Carros y de Puerta de Moros son zonas medias.

En las zonas altas, desde septiembre está prohibido abrir nuevos locales (bares, discotecas, cafeterías, restaurantes, etcétera), y solo es posible cambiar el uso de los existentes para actividades menos ruidosas. En las zonas medias, no se pueden inaugurar a menos de 100 metros de otros en zonas altas, a 75 metros de otros en medias, y a 50 metros de otros en bajas.

El Ayuntamiento no adelantó la hora de cierre de discotecas y bares de copas (de 3.30 a 2.30), pero se reservó hacerlo en casos puntuales. Sí adelantó el cierre de las terrazas.

Estas medidas han sido validadas por el Tribunal Superior de Justicia de Madrid. Sin embargo, no han funcionado en los bajos de Aurrerá, donde se implantaron en 2010. Las mediciones posteriores indican que el ruido sigue.

En cuanto al botellón, estas mismas fuentes aseguran que se persigue: “Pero obviamente entre un aviso por gente bebiendo en la calle y uno de violencia de género se da prioridad al segundo”.

El día en que María se enteró de la traición de su novio había agentes de la Policía Municipal en la plaza de los Carros. Pese a ello, muchos jóvenes siguieron bebiendo. Ese día, a Silvio Barroso, de 85 años, le costó conciliar el sueño. Sus ventanas dan a la Cava Baja y, entre el ruido de las motos y los gritos de los jóvenes, no pega ojo. Lleva ya varios años así, se lamenta.

Y como él, Saturnino Vera, presidente de los vecinos de las Cavas y Costanilla. Esta asociación lleva cuatro años denunciando la proliferación de locales: han pasado de 15 a 54 en una década, señala. Además, afirman, muchos de estos establecimientos ponen música sin tener licencia para ello.

El Ayuntamiento replica que lleva dos años colaborando con los vecinos para “conciliar sus derechos y los de los locales”. Entre abril y mayo, se han realizado un millar de inspecciones en los establecimientos; solo la semana pasada, se abrieron 10 expedientes, añaden fuentes municipales. Pero los vecinos no parecen satisfechos: “El Ayuntamiento ha legalizado locales ilegales y ha permitido esta saturación en una zona de protección acústica. El ruido por las noches es insoportable. Y hay vecinos sin aire acondicionado que tienen que dormir con las ventanas abiertas”, asegura Vera.

El Gobierno municipal, en manos del Partido Popular desde hace 22 años, aprobó, efectivamente, el pasado mes de septiembre la declaración de Centro como zona de protección acústica especial (ZPAE). El distrito ocupa 524 hectáreas, alberga a 150.000 personas y concentra las principales zonas de copas de Madrid: Huertas, Alonso Martínez, Malasaña, Chueca... y La Latina.

La puesta en marcha de la ZPAE provocó el año pasado un fuerte enfrentamiento entre los vecinos, que pedían que se adelantara el horario de cierre de bares de copas y discotecas, y los hosteleros, que lo consideraban una línea roja que conllevaría destrucción de empleo. Nueve meses después, la pelea sigue. Aunque algunos tratan de pararla. “Se trata de conseguir que la gente se lo pase bien, los vecinos puedan dormir, y nosotros cuadrar la caja”, razona uno de los hosteleros de la zona, con 16 años de experiencia a sus espaldas, que prefiere no desvelar su nombre. Sobre la supuesta degradación del barrio, zanja: “Aquí sigue viniendo la gente. Y la Cava Baja sigue siendo una referencia mundial”. Similar opinión tiene Lucio Blázquez, patriarca de los hosteleros con Casa Lucio. “¿Degradación? Este barrio es maravilloso”, explica con su sempiterna chaqueta blanca. Al contrario de lo que sucede en la calle, en su local el tiempo parece detenido. Y las conversaciones son en silencio. Fuera, muchos turistas se hacen fotos delante de la fachada de este local, de fama internacional por unos huevos fritos que han probado deportistas de élite, actores de Hollywood, etcétera.

La cotización del barrio sigue en alza. Según comenta una promotora inmobiliaria con negocios en la zona, los pisos no han bajado de precio —a partir de 305.000 euros, sin reformar—, a pesar del “horror del ruido por la noche”.

“La Latina sigue siendo La Latina. Esto es el Madrid de los Austrias: boquerones, aceitunas, queso, chorizo...”. Toni Bonanno, del bar Bonanno (18 años de existencia) es un enamorado de la zona. Pertenece a la Asociación de Comerciantes La Muralla y actualmente lucha para que el barrio recupere su esplendor de antaño. Porque él sí cree que está en decadencia. Por eso, desde su organización han ideado un “código ético” para lograr la ansiada convivencia entre todas las caras de este barrio.

Entre las propuestas está, por ejemplo, la recogida del mobiliario del local antes de la hora de cierre, sacar el vidrio a una hora en que no moleste a los vecinos, o limpiar la suciedad que otros generan fuera. Este código está a disposición de los locales que no pertenecen a la asociación. Según comentan varios de sus integrantes, al principio (lleva en vigor dos años y medio) no tuvo una acogida muy significativa. “Pero ahora se están apuntando porque el Ayuntamiento les está achuchando”, afirma uno. “Entre todos podemos contribuir a mejorar la convivencia. No puede ser tan difícil”, concluye.

Hasta el ayudante del párroco de la vecina iglesia de San Andrés coincide en que algo hay que hacer: “Los domingos se juntan ahí fuera los jóvenes y se escucha todo durante la misa porque la parroquia no está insonorizada”.

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