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AMERICANA | Lucinda Williams
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Toda ella es esencial

La artista, genuina hasta en el porte, demuestra que conserva la misma voz 'vaquera' poderosa, polvorienta y granulada de siempre

Coincidiendo con la llegada de estos calores justicieros, la gran jefa vaquera tomó anoche la ciudad con solo desenfundar una pequeña parte de su cancionero, un arsenal inmenso. Lucinda Williams es una artista minoritaria que despierta (y merece) respeto escrupuloso. Ejerce el magisterio en la gran encrucijada del blues, el folk, el country, el rock sureño y demás géneros sustanciales. Maneja las esencias, picotea en ellas, imparte un involuntario curso acelerado sobre raíz americana. Y embelesa a ese público que ayer abarrotaba la Joy Eslava y no concebía el pestañeo. Essence se titula uno de sus grandes discos y, en efecto, toda ella -y todo en ella- es esencial.

Pelo rubio enmarañado, vaquero negro ceñido y botas hasta las rodillas: la gran dama de Luisiana se sabe genuina hasta en el porte. Acaba de anotarse 60 primaveras, pero conserva la misma voz poderosa, polvorienta y granulada de siempre. Una voz que maneja ese intenso vibrato vaquero con el que solo Emmylou puede competir. Pero lo que en Harris parece terciopelo, Williams lo convierte en pura arruga. Rasca, araña, conmueve.

Afloraron Drunken angel, las ásperas Changed the locks y Joy o esa demoledora Jailhouse tears, sobre un tipejo que no merece la gracia de la reconciliación. Pero también Born to be loved, casi un blues sobre el orgullo (“No naciste para que abusaran de ti, para perder / para sufrir, para nada / Naciste para que te quieran”), o la inédita y conmovedora When I look at the world. “Trata básicamente sobre ver el vaso medio lleno”, anotó su autora, sin reparar en que por estos andurriales llevamos un lustro sin proferir esa frase hecha.

Con los bises llegaron los homenajes, de Dylan (Tryin’ to get to heaven) a Violeta Parra (Adiós, corazón amante). Su castellano sonaba esforzado, pero sincero. Y en ello, en la sinceridad, radica su enorme valor. El guitarrista Doug Pettibone y el bajista David Sutton se bastaron para escoltarla y corroborarlo.

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