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Pánico entre las testigos de la Carioca por la próxima libertad de su proxeneta

La mafia lucense de la prostitución busca a las mujeres que declararon contra sus integrantes

José Manuel Pulleiro entra en la Audiencia de Lugo en 2010.
José Manuel Pulleiro entra en la Audiencia de Lugo en 2010.PEDRO AGRELO

El hombre más temido de Lugo, José Manuel García Adán, en prisión provisional por el caso Carioca, saldrá a la calle en el último trimestre de este año. Su fiel subordinado, José Manuel Pulleiro Núñez, logró la libertad provisional el pasado noviembre y en solo cuatro meses ha vuelto a la celda. La juez Pilar de Lara ordenó de nuevo su encarcelamiento en la penitenciaría de Mansilla de las Mulas (León) por burlar todos los límites que se le impusieron. Pulleiro estaba obligado a no moverse de su localidad natal, Vila de Cruces, pero nadie lo vigilaba, así que fue en busca de las extrabajadoras de los burdeles que con su valentía y sus declaraciones contra proxenetas, guardias civiles y cargos policiales, desmantelaron la trama mafiosa.

Adán quedará libre en octubre al cumplirse el plazo máximo de cuatro años de prisión provisional. Aunque la juez está a punto de cerrar la instrucción, las dos últimas semanas todavía acudieron mujeres a declarar, contando episodios totalmente desconocidos, y es materialmente imposible que el juicio se celebre antes de 2014.

El arzuano, jefe de la red, aparece descrito en testimonios que recoge la instrucción como un hombre violento, aficionado a las armas, que golpeó y lesionó a mujeres hasta quedar él mismo extenuado de la paliza y obligó a algunas a abortar para hacer favores a empresarios. En la entrada de sus clubes, el Queen's y el Colina, se despachaba la píldora abortiva Citotec y un ginecólogo amigo hacía supuestamente el resto. Sobre ningún detenido en las últimas, sonadas, operaciones judiciales de la ciudad, pesan tantas imputaciones como sobre José Manuel García Adán.

El solo anuncio de su excarcelación, que algunas mujeres creyeron inmediata, ha sembrado el “pánico”, describen personas que están ayudando a las víctimas. Algunas, de hecho, en cuanto recibieron la noticia tuvieron el instinto (por supervivencia) de “hacer las maletas”, asegura Gerardo Pardo de Vera, el abogado que asesora a una treintena de ellas a través de la ONG de Lugo Aliad-Ultreia y su programa Donas. La estampida, justificada o no, viene del “terror” marcado a fuego que les impusieron a sus víctimas Adán y Pulleiro, cerebro y brazo ejecutor, y la corte de socios, muchos de ellos agentes del orden, como el cabo de la Guardia Civil Armando Lorenzo. “La huella psicológica que deja el haber estado sometidas a las vejaciones continuadas que se producen en los clubes no llega a desaparecer nunca”, explica el letrado.

La propia juez, en la resolución del reingreso en prisión de Pulleiro, concluye que su vuelta a la cárcel es “la única manera de preservar la vida y la integridad de las testigos”, a las que tenía expresamente prohibido aproximarse. El encargado del Colina no tardó ni una semana, desde que la Audiencia Provincial lo confinó en Vila de Cruces (suavizando de forma considerable las medidas cautelares impuestas por De Lara), en presentarse en un club de alterne de Chapa (Silleda). Allí, a las cuatro de la madrugada, protagonizó una trifulca. Estaba “tratando de localizar” a testigos y “riéndose de la justicia”, concluyó la magistrada. Aquella noche se presentó la Guardia Civil, pero no lo detuvo.

Además, hasta cinco veces, telefoneó a los investigadores para “vacilarlos y tomarles el pelo”. Entre otras historias delirantes, el hombre, imputado por diez delitos (entre ellos los de agresión a mujeres, blanqueo e inducción a la prostitución incluso de una menor), llegó a asegurar a los agentes que la juez había “pasado a mejor vida, que es donde tenía que estar”. Pero su arresto se produjo un mes después, tras irrumpir en un bar de Lalín preguntando por una camarera. La chica, testigo de la Carioca, había ejercido en uno de los prostíbulos de Adán. Pulleiro se le acercó y le dijo una y otra vez: “Tu cara me suena”. Y ella no dudó en pedir auxilio al abogado Pardo de Vera, que denunció el caso a De Lara.

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El apresamiento de Pulleiro ya ha dado sus frutos. Su exnovia, víctima de trata pero también imputada como colaboradora de la mafia, se atrevió esta semana, cuatro años después, a prestar declaración contra sus jefes. La mujer dio nuevas pistas sobre las operaciones de blanqueo y tráfico de mujeres llevadas a cabo con ayuda de policías nacionales.

Pero el miedo aplastante, la desprotección y la soledad son los sentimientos mayoritarios ante un Gobierno central que, por mandato europeo y con fecha límite de aplicación desde este mismo fin de semana, tiene incluso la obligación de facilitarles a las víctimas la subsistencia, el alojamiento y la asistencia médica y psicológica.

Desde los albores de la Operación Carioca, entre finales de 2009 y los primeros meses de 2010, enviados de los cabecillas de la red que regularizaba brasileñas gracias a la participación directa de agentes de extranjería empezaron a hacer llegar a las testigos mensajes alarmantes, en persona o vía móvil. Ya entonces les advertían de que Adán y Pulleiro iban a quedar pronto en libertad, y las invitaban a marcharse del país, a esfumarse y volverse ilocalizables para la investigación. Si no cumplían, los policías colaboradores les harían la vida imposible.

Desde entonces, “sufriendo una desprotección total y absoluta”, como se denuncia desde Aliad-Ultreia, la mayoría ya han huido. Por el juzgado de Instrucción número 1 llegaron a pasar varios cientos de mujeres, y muchas de estas viven ahora en otros países de Europa o han regresado a Brasil. Pero también aparecen en el sumario otras que se han quedado, con la esperanza de rehacer su vida en otro trabajo. Las hay que a estas alturas no han tirado la toalla y aún aspiran a renovar su permiso de residencia sin recurrir a su condición de testigos protegidas, porque prefieren hacer valer ante el Ministerio del Interior su digno empleo de limpiadoras. Otras, en cambio, han vuelto a llamar a la puerta de algún club gallego porque fuera de ellos, en un país con seis millones de parados, no encuentran salida. Para el Estado son invisibles.

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