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Juan Prim, ecos de un magnicidio

Una placa de bronce marca el arranque del bicentenario del general asesinado

Placa dedicada a Juan Prim y Prats en el cruce de Alcalá con Marqués de Cubas, sobre el muro exterior del Banco de España.
Placa dedicada a Juan Prim y Prats en el cruce de Alcalá con Marqués de Cubas, sobre el muro exterior del Banco de España. CRISTÓBAL MANUEL

La fachada lateral del Banco de España que mira hacia la calle de Marqués de Cubas de Madrid presenta desde el 27 de diciembre una curiosa novedad. Se trata de una placa de bronce de tonos cobrizos, con un rostro masculino y una leyenda. El texto recuerda que, allí mismo, una tarde invernal de 1870, fue asesinado Juan Prim i Prats, presidente del Gobierno de España, militar ilustre y egregia personalidad política del atribulado siglo XIX.

Entre cierto boato oficial y acompañados incluso por una banda de música, el presidente del Congreso de los Diputados, Jesús Posada y la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, acudieron a la calle de Marqués de Cubas, antigua calle del Turco, y allí descorrieron, sobre el muro del ala añadida por Rafael Moneo al Banco de España, la tela que ocultaba la placa dedicada a Juan Prim.

¿Se trataba de un guiño desde Madrid a favor de la catalanidad, en esta coyuntura convulsa de cuño secesionista? Quizá. Pero lo cierto es que de tal modo escenificaban así uno de los numerosos actos previstos de la recién iniciada conmemoración del bicentenario del nacimiento del general-presidente, nacido en 1814 en la ciudad tarraconense de Reus y muerto en atentado con armas de fuego en el madrileño y cercano el palacio de Buenavista, junto a la plaza de Cibeles, a los 56 años de su edad, entre el 27 y el 30 de diciembre de 1870.

Aquel magnicidio continúa hoy coleando como una misteriosa charada en los gabinetes de forenses e historiadores, ya que todavía no se han averiguado con exactitud ni las causas reales de su muerte ni tampoco se conocen, con precisión, los móviles que llevaron a sus asesinos a perpetrar el atentado. Prim recibió nueve impactos de posta de plomo de trabuco en el hombro izquierdo, uno en un codo y dos en la mano derecha, heridas graves pero en sí mismas no mortales. Inicialmente se pensó que la septicemia causada por la inyección de piel de su abrigo en su cuerpo junto con las balas habría contaminado letalmente su sangre.

Pero, el pasado mes de septiembre, en la exhumación en Reus de su cadáver promovida por el Departamento de Criminología de la Universidad privada madrileña Camilo José Cela, que coordina Francisco Pérez Abellán, antropólogos forenses han hallado marcas de una correa en torno a su cuello y su nuca. Este hecho ha fundamentado la hipótesis según la cual pudo haber sido estrangulado mientras convalecía —o ¿después de muerto?— de las heridas causadas por las armas de fuego sobre el cuerpo del militar de Reus.

Reus-París-Londres

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La nombradía del célebre general cosmopolita reusense —que vivió en París, Londres, México, San Juan de Puerto Rico, Costantinopla y Washington— puso a la localidad tarraconense en el mapa europeo, como ha rezado durante décadas la inscripción, sufragada por los industriales pañeros locales, “Reus-París-Londres” pomposamente exhibida en un cartel muy visible de la estación ferroviaria de la localidad catalana. Sin embargo, algunos expertos ven detrás de este cartel una curiosa coincidencia, ya que sitúan la explicación de los móviles de su asesinato —hasta ahora interpretados únicamente en clave de política interna española— en el vórtice de las luchas por la hegemonía europea, precisamente, entre franceses e ingleses. Es el caso de Manuel Orío Ávila, periodista y escritor, que prepara En la calle del Turco, una obra en la que investiga la vida y muerte de Juan Prim.

A su juicio, personaje central de aquella trama lo fue Antonio de Orleans, duque de Montpensier, padre de la futura reina María de las Mercedes, esposo de la infanta Luisa Fernanda de Borbón y cuñado de Isabel II, cuyo destronamiento promovió el duque mediante apoyo financiero a la revolución llamada Gloriosa, que en 1868 la derrocó y envió al exilio hasta su muerte. Montpensier, connotado conspirador, con amplios tentáculos políticos en Madrid y en Sevilla, perseguía ocupar el trono de España; sin embargo, un duelo a muerte consumado en un campo de tiro militar de los Carabancheles, en la periferia meridional madrileña, contra Enrique de Borbón, primo de la reina destronada y al que mató de un balazo —como recuerdan dos hitos escultóricos en el jardín del madrileño parque de El Capricho, en la Alameda de Osuna— truncó su carrera hacia la Corona; con todo, la situación consecutiva al destronamiento de Isabel le permitía aspirar a convertirse en rey consorte de su esposa Luisa Fernanda.

Tal eventualidad inquietaba grandemente a París, donde Napoleón III se oponía frontalmente al acceso de los Montpensier al trono de España, como Bonaparte hizo saber al propio presidente español Juan Prim. Este, por su parte, que contaba con la inquina del duque, barajó ofrecer la corona española a Leopoldo de Hohenzollern-Sigmaringen, príncipe alemán, posibilidad que, a su vez, intranquilizaba enormemente no solo a París, sino también a Londres, cuyo candidato para reinar en España era Fernando de Sajonia Coburgo Gotha, esposo y consorte de la reina María de Portugal. Según explica Manuel Orío, el canciller alemán Bismarck aprovecharía la ocasión para desencadenar la guerra franco-prusiana, vencer a sus tropas en Sedán, ocupar París y echar del trono a su rival el monarca francés Napoleón III.

Enemigos poderosos

Puertas adentro, el presidente Juan Prim, vinculado al liberalismo progresista, contaba con la enemiga del aún poderoso general Francisco Serrano, inductor con Topete y Prim de la “Gloriosa” —general que da nombre a la arteria del barrio de Salamanca y que hoy yace enterrado en Los Jerónimos— y también la animadversión del exaltado activista republicano y anglófilo José Paúl y Angulo, rico vinatero jerezano al que el general y presidente del Gobierno había conocido durante su exilio en Inglaterra. Gracias, entre otros, a Paúl y Angulo, Prim pudo adentrarse en España desde Gibraltar y alzarse posteriormente con el poder. El general prometió entonces a Paúl, a la sazón entusiasta seguidor suyo, instaurar una república; pero la evolución de los acontecimientos, que desembocaría en la designación parlamentaria de Amadeo de Saboya como rey de España, llevó al comerciante andaluz a malquistarse con el general, que fue reiteradamente amenazado de muerte desde las páginas de “El Combate”, periódico con sede en la madrileña calle de Leganitos, que Paúl dirigía.

En la tarde del 27 de diciembre de 1870, bajo una intensa nevada, dos grupos de facinerosos, doce en total, reclutados en La Rioja y en Albacete, provistos de trabucos, retacos y pistolas, se apostaron en las inmediaciones del cruce de la calle del Turco, hoy Marqués de Cubas, con la de Alcalá y esperaron el paso de la berlina de color verde, tirada por dos caballos, con un cochero y tres viajeros a bordo: Juan Prim y dos edecanes, los coroneles de infantería, José Francisco Moya y Ángel González Nandín, que procedían del cercano Congreso de los Diputados. Entonces, súbitamente, los conjurados se abalanzaron sobre la berlina y, a quemarropa, dispararon a bocajarro sobre Prim que, no obstante, tras huir en desbandada los asaltantes, pudo proseguir camino hacia su residencia en el carruaje que ocupaba y entrar luego en el palacio de Buenavista, hoy sede del Cuartel General del Ejército, apenas a un suspiro de donde luce la placa conmemorativa recién inaugurada.

Desangrado

En la escalera de acceso al palacio, explica Manuel Orío, le salió al encuentro su esposa, la mejicana Paquita Agüero, a quien el general tranquilizó. Inmediatamente, dos médicos le amputaron el dedo anular derecho que le había sido seccionado casi en su totalidad por una de las postas de plomo, prensadas con papel de una Biblia, contra él disparadas. Con certeza, la herida de la mano se le infectó, mientras la pérdida de sangre era incesante. Paúl y Angulo fue interrogado junto con Jose María Pastor, policía afecto a Serrano y el militar Solís Campuzano, mano derecha de

Montpensier; Nandín declaró como testigo y aseguró haber reconocido entre los facinerosos la aguardentosa voz del jerezano Paúl. Pese a la abundante documentación existente sobre aquel magnicidio, hasta 18.000 folios tuvo el expediente, hoy se ve reducida a 7.000. Con todo, buena parte del enigma perdura hoy, ya que el examen médico del egregio herido resultó ser tan superficial como el análisis de los dos forenses que, tres días después del atentado, certificaron su muerte.

El reciente hallazgo, durante su exhumación, de dos ojos de cristal de alta calidad incrustados en las órbitas de su cadáver momificado plantea una nueva pregunta —sin respuesta— sobre su muerte. Por otra parte, la condición de masón de Prim —afiliación casi canónica entre políticos y militares liberales de la época— añadió un punto de enigma a su asesinato, que los paseantes podrán evocar a partir de ahora cuando transiten por las inmediaciones del Banco de España.

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