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Los duros cantan tango

El porteño Melingo toca sus truculentas composiciones en San Lorenzo del Escorial

Diego A. Manrique
Daniel Melingo, en Madrid.
Daniel Melingo, en Madrid.CARLOS ROSILLO

De paso por Madrid, invitado a tocar por la Comunidad, Daniel Melingo (Buenos Aires, 1957) contempla encantado el bullicio de Cuatro Caminos: “soy rata de ciudad”. Su hotel madrileño, además, está cerca del taller-vivienda de Alberto García-Alix, su amigo y socio en proyectos como el audiovisual Diaporamas. “Hemos hablado de montar algo teatral, quizás en Francia, donde le admiran mucho”. Algo también aplicable a Melingo, que se beneficia de la pasión paneuropea por el tango.

Hace veinte años, Daniel vivía en los alrededores de Madrid. Había triunfado en Argentina con Los Abuelos de la Nada —allí coincidió con Andrés Calamaro— y Los Twist pero necesitaba cambiar de aires. Tras tocar con Toreros Muertos, puso en marcha Lions in Love, que ha entrado en la leyenda como una especie de comuna psicodélica dedicada al amor libre. “Era eso y mucho más. Se nos recuerda por aquellas fiestas de cuatro días pero se trataba de un colectivo artístico nada comercial, esencialmente dedicado al aprendizaje y la experimentación. Alguno pinchaba en el Stella, otros hacíamos remezclas, colaborábamos con Fangoria….¡gran época!”.

Puede parecer insólito que un músico entonces pegado a la vanguardia sonora se reconvirtiera en tanguero tras la vuelta a Buenos Aires. Tiene lógica, explica: “Estoy convencido de que el tango y el rock argentino vienen de una misma fuente. El llamado rock nacional surgió en los sesenta, cuando el tango vivía una cierta decadencia. Había cantantes formidables pero llegó Astor Piazzolla y provocó un cisma. Él tocaba música instrumental, con lo que dejaba la crónica del presente a los rockeros”.

Hacía finales del siglo pasado, Melingo empezó a elaborar lo que ahora llama “tango bizarro” y que se distingue por su dureza narrativa. “No soy consciente de esa crueldad que dices. Intento diseccionar a mis personajes sin anestesia, presentarlos sin maquillaje. Aunque luego se puso romántico, el tango brotó en los bajos fondos. Creo que conectamos con una voluntad testimonial que se perdió, que fue continuada por Roberto Arlt, la novela policial, el cine costumbrista. Están bien las letras de desamor pero prefiero las historias de la criminalidad. Siempre me pregunto si eso se mantiene cuando traducen mis canciones artistas polacos o fineses”.

Los viajes le permiten explorar tímbricas insospechadas. “No soy un musicólogo pero encuentro parentescos con formas mediterráneas como el pasodoble, la tarantela, la rebetika griega. Quizás no viajaron tanto como el tango, que es producto de la emigración, pero algún sustrato común hay. En mi último disco, Corazón y hueso, utilizo el laúd, el bouzouki y el baglama. La rebetika también tiene conexiones con la delincuencia, celebra el hachís y fue mal vista en sus inicios. Recordé entonces que hubo en Buenos Aires orquestas de músicos orientales que tocaban tango. Efectivamente, esos instrumentos griegos encajan en mi tango guitarrero”.

En los discos de Melingo convive esa voluntad de búsqueda con un amarre a las esencias. Rechaza la oposición entre renovadores y clasicistas. “Nada tengo en contra de los puristas. Son gente exigente y a todos nos viene bien la autocrítica. Solo que deben asumir la nueva democracia de gente que viene al tango por otras vías. El electro-tango puede cansar pero trae público. Hasta te reconozco que el disco tanguero de Julio Iglesias fue una buena cosa. Negaré haberlo dicho pero no me molesta si suena en un ascensor”.

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Superviviente de diversos naufragios, Melingo no vende consejos para la crisis. “Aquí me preguntan por el corralito pero entonces yo no tenía ni dólares ni pesos. Mi especialidad es comenzar de cero, una y otra vez. Así que mi única recomendación es que no guarden dinero, que mejor lo gasten con los amigos. Y en buena música”.

Melingo. Real Coliseo de Carlos III, calle de Floridablanca nº 20, en San Lorenzo . Hoy a las 20.00. 15 euros.

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