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El 15-M interior

Amaral han encontrado la rarísima intersección entre el reconocimiento multitudinario y la fidelidad a los principios

Eva Amaral en un momento de su actuación en la sala La Riviera.
Eva Amaral en un momento de su actuación en la sala La Riviera.KIKE PARA

Como buenos melómanos militantes, Eva Amaral y Juan Aguirre son de esos artistas que no dan puntada sin hilo. No, no puede ser casual que antes de su concierto suenen Beatles, Doors y Velvet Underground. El modo aleatorio no consta en el ideario de Amaral, un dúo que ha encontrado la rarísima intersección entre el reconocimiento multitudinario y la fidelidad a los principios. Los propios, no esos intercambiables de los que se mofaba Groucho Marx.

Puede que Hacia lo salvaje, con un año ya en circulación, no sea un disco tan redondo como para repasarlo en su integridad, pero los zaragozanos tienen la deferencia de tirar de largo (28 canciones, 150 minutos) en una Riviera más angustiosamente abarrotada que el martes. Sobre las aberrantes carencias acústicas del antro con palmerita no nos extenderemos, por ahorrar bilis y redundancias, pero es lástima que una de las mejores bandas del pop español en las dos últimas décadas tenga aún que lidiar con estas penalidades.

Desde el vigoroso arranque (Hacia lo salvaje, Esperando un resplandor), Amaral estimula el entusiasmo por el camino de la empatía. Sus historias son magníficos retratos de las frustraciones humanas (El universo sobre mí), pero no embarrancan en el derrotismo. Apelan a sacudirse las apoplejías, el peso de todas esas miserias ajenas (y no digamos ya las propias) que se nos atragantan como un mal hueso de aceituna. Tal vez estemos hechos una birria, nos dicen, pero rebelémonos y alcemos la voz, los brazos y el maldito ánimo. Amaral apela a una suerte de 15-M interior: conquistemos las calles, pero tomemos antes nuestras propias riendas (Kamikaze).

El público cantaba a golpe de complicidad. Eva invita a no dar un paso atrás (Como un martillo en la pared), congelar el tiempo y convertirnos en ceniza. Y esa comunión alcanza momentos realmente emocionantes, como ese Robin Hood que interpreta cuerpo a tierra.

Aguirre es un hombre absorto, un guitarrista brillante al que le obsesiona cada disonancia, cada distorsión. Su única incursión solista, Tardes, es, ay, tan irrelevante como una canción de Despistaos. Pero Eva, a efectos escénicos, se encarga de abarcarlo todo. Resulta carismática con solo mover un meñique. No parece actuar sino explayarse, liberar el animal catártico que la habita. La fiesta solo decae con Las puertas del infierno, rock trasnochado de tachuelas, pero el agarrotamiento sentimental reflota con la extraordinaria Cómo hablar y su estribillo sin rima. Y el colofón subversivo es Revolución, magníficamente trenzada con una adaptación al castellano de Heroes, de Bowie. Tal y como está el patio, aquello debió ser un absoluto delirio, pero el sonido opaco desfigura hasta las más nobles rebeliones.

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