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El anuncio que plantó cara a Pinochet

El chileno Pablo Larraín proyecta en el Zinemaldia su último trabajo, ‘No’

San Sebastián -
El actor Gael García Bernal en un fotograma de la película 'No'.
El actor Gael García Bernal en un fotograma de la película 'No'.

“El trabajo se ha realizado según el contexto social actual. Podemos decir que Chile mira hacia el futuro”. René Saavedra, un publicista interpretado por Gael García Bernal, repite como una cantinela a sus clientes las dos frases cuando le toca presentarles los anuncios encargados. Da igual que se trate de la campaña para implantar en el mercado chileno el último refresco de moda, o el anuncio con el que la oposición se presentó al referéndum que el dictador Augusto Pinochet convocó en 1988, y en el que el publicista termina trabajando.

El realizador chileno Pablo Larraín cierra con No su trilogía sobre la dictadura de Pinochet y últimos días de Salvador Allende. Una cinta ácida que se convierte en un homenaje a la democracia y que estrenada en la Semana de los Realizadores de Cannes, cautivó a la crítica especializada. El filme, uno de los primeros en agotar entradas, se proyectó ayer en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián dentro de Zabaltegi Perlas y arrancó una sonora ovación en el pase de prensa.

Larraín se ha convertido en poco tiempo y con cuatro trabajos a sus espaldas —Fuga, Tony Manero, Post mortem y No, más la serie para televisión Prófugos en colaboración con la brillante y todopoderosa HBO— en uno de los cineastas chilenos de referencia y, por extensión, de Latinoamérica. También es un viejo conocido de San Sebastián, el realizador participó en 2008 y 2010 en la sección Horizontes Latinos con sus dos primeras producciones sobre la trilogía de Pinochet: Tony Manero y Post Mortem.

La película cierra la trilogía del cineasta sobre el dictador

No está cargada de situaciones hilarantes, sin ocultar ni obviar la represión de la dictadura de Pinochet contra la oposición, su bestialidad y sinrazón. García Bernal interpreta a un joven publicista de éxito, guapo y triunfador e hijo de un exiliado, la persona a la que la oposición intenta convencer para que les eche una mano con la realización de un anuncio de 15 minutos. Un cuarto de hora para convencer a Chile de que hay que acabar con la dictadura de Pinochet y votar en contra de la prolongación del dictador ocho años más en el poder.

El joven publicista consigue con su personal sello —gente guapa, joven, riendo y disfrutando, como bien dicen en la película como si de un anuncio de Coca-Cola se tratara— convencer a los curtidos líderes de la oposición que ese es el mensaje que deben trasladar. Estándares de capitalismo y consumismo para cimentar el éxito de una campaña de publicidad encargada por socialistas, comunistas y demócratas cristianos, entre otros. Su exmujer, comprometida con la lucha contra el régimen, le espeta en una ocasión que no entiendo por qué utiliza actores daneses en sus anuncios, cuando los chilenos son morenos, por ejemplo, o que es un vendido por aceptar el encargo porque implícitamente está participando en lo que se supone era una treta de Pinochet para perpetuarse en el poder.

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El filme combina situaciones cómicas y críticas al regimen

“Felicidad. ¿Qué cosas representan la felicidad? No hay nada más feliz que la felicidad”, explica el publicista en un brainstorming (tormenta de ideas) con miembros de la oposición, su hijo, la niñera y su mentor, después de detallar que con su anuncio tiene que convencer a los jóvenes hartos de oír hablar del pasado y a viejas. La reflexión desemboca en la canción lema del famoso anuncio, que interpretan un grupo de mujeres a lo We are the world, estandarte de las campañas solidarias con un buen puñado de famosos cantando mientras chasquean los dedos.

El criterio del publicista choca contra el estilo, filosofía y determinados valores de sus nuevos clientes. “No me gusta que digas que la democracia es un producto”, le replica en una de sus divagaciones, José Tomás Urrutia, uno de los político interpretado por Luis Gnecco, y el que consigue que Saavedra se sume al proyecto. El publicista de moda cede y al final, con una mezcla de anuncio tipo Coca-Cola, trufado con mensajes de carga política y reivindicativa, alumbra los 15 minutos de vídeo que plantan cara a la dictadura de Pinochet.

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