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Niños llegados de otras comunidades evitan el cierre de un colegio rural

Vilariño de Conso captó familias con hijos para frenar la muerte del pueblo

Colegio de Infantil y Primaria San Martiño de Vilariño de Conso.
Colegio de Infantil y Primaria San Martiño de Vilariño de Conso. NACHO GÓMEZ

Niños contra la reforma educativa de la Xunta. Niños para llenar a rebosar un colegio. En apenas dos meses, el municipio ourensano de Vilariño de Conso (600 habitantes) se ha llenado de menores de 11 años hasta alcanzar los 33. Más de 20 de ellos de familias llegadas de Madrid, Barcelona, Alicante y Teruel atendiendo al reclamo vecinal contra el fin de un colegio que sentenciaba el fin del municipio.

Los pequeños llenan ya las calles del pueblo a la espera de empezar el curso apuntalando el futuro del colegio San Martiño. Llegan atraídos por la oferta de una vida tranquila en medio de una naturaleza exhuberante (en el Macizo Central ourensano) y, quizás sobre todo, por la de las viviendas sin apenas alquiler que han ofertado los vecinos.

Una revolución popular, una vuelta de tuerca contra el decreto de reagrupamiento educativo de la Xunta. que supone la formación escolar, en una sola aula, de niños de entre 3 y 12 años atendidos por un solo docente en el mismo horario lectivo. Un modelo de enseñanza al que, con 14 alumnos, estaba abocado —junto con otros 12 centros de Infantil y Primaria de Galicia— este centro ourensano. Los nuevos vecinos no llegaron a ciegas. Tantearon el terreno. Lo cuenta una de las recién llegadas, Cristina López, de Alcorcón, que llegó con sus dos hijos —de 6 y 2 años y medio— y está maravillada. Primero llamó al director del colegio y éste la invitó a conocer el pueblo. A ella le gustó todo: las instalaciones educativas, el impactante paisaje, la tranquilidad, los escasos gastos y la entrega vecinal. “No hacen más que ayudarnos y mis hijos van a tener una educación exquisita”. Los vecinos dejan tomates, patatas y otros productos de sus huertas en las puertas de los nuevos inquilinos. Para que vayan tirando. Estos viven de momento haciendo frente a los mínimos gastos con la gratitud de los históricos del pueblo que se lanzaron a la campaña de captación de población al comprender que “el fin del colegio era el fin del pueblo” y su supervivencia, la de “la propia identidad y la de las raíces” de quienes han optado por este modo de vida en el rural.

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Los vecinos no cerraron los ojos a las peticiones de nuevos residentes. Hicieron una preselección del casi un centenar de familias interesadas que llamaron de provincias de toda España. La asociación Xolo, de la que partió la iniciativa del mínimo alquiler o gratuidad de las viviendas se sirvió de asistentes sociales, que que primaron a lasfamilias con varios hijos y la franja de edad escolar necesaria. Les pidieron informes sociales y, por último, los invitaron a conocer el pueblo. Con los trámites cumplidos, optaron por aquellos con mayores posibilidades de asentarse definitivamente en los distintos pueblos del municipio. Esto es, personas con mínimos ingresos pero con capacidad, y ganas, de trabajar en el campo, el único recurso que ofrece el municipio.

Lejos de aceptar el decreto que abocaba al municipio al cierre definitivo, la activa resistencia vecinal ha garantizado la supervivencia del colegio, del profesorado y del propio pueblo. En lugar de reagrupar a los alumnos, se reagrupó el vecindario.

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El pasado junio la empresaria Luisa Alonso, cantaba, en declaraciones a este diario, las bondades del entorno con el que se econtrarán los nuevos vecinos. “Con unos ingresos de 400 euros pueden vivir aquí como reyes”, explicaba Alonso las ventajas de la vida en Vilariño mientras insistía en la urgencia de los niños, ahora ya superada, que garantiza la superviviencia de un pueblo condenado a una vejez que, en opinión de todo el vecindario, lo habría borrado del mapa.

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