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El legado de Isaac Díaz Pardo divide a sus herederos

Dos de los tres hijos tratan de validar un testamento manuscrito del artista

Isaac Díaz Pardo, en el Instituto Galego de Información, en enero de 2010.
Isaac Díaz Pardo, en el Instituto Galego de Información, en enero de 2010.

Pocos meses antes de fallecer a los 91 años el pasado 5 de enero en el Hospital San Rafael de A Coruña, donde había sido ingresado dos semanas antes aquejado de una neumonía, el artista y empresario Isaac Díaz Pardo cambió su testamento. Se negaba a ir al notario porque se creía inmortal, ya habría tiempo, así que lo hizo sin salir de casa, estampando su firma al final de un manuscrito. Eso, al menos, es lo que se argumenta ahora en el entorno de dos de los tres hijos y herederos del artista, que tratan de dar validez ante el juez a un documento que dejaría sin participaciones en el complejo societario de Sargadelos al tercero de los hermanos, Rosendo Díaz Arias.

El supuesto testamento ológrafo de Isaac Díaz Pardo se encuentra ya en un juzgado de primera instancia de A Coruña, donde tendrá que ser autenticado. Ayer se celebró una primera vista oral con testigos, pero el proceso judicial está todavía en pañales. Camilo y Xosé Díaz Arias, el primogénito y el más joven de los hijos de Díaz Pardo, no han querido hacer declaraciones. Creen que el asunto es delicado, porque mezcla cuestiones personales no siempre agradables e intereses empresariales poco transparentes, y que debe resolverse de puertas adentro. El afectado, Rosendo Díaz Arias, también ha preferido callar.

Dicen fuentes muy cercanas a los principales beneficiarios del cambio en la herencia que actúan por “responsabilidad”, para evitar que el patrimonio industrial de su padre se pierda o acabe en poder de los mismos que lo “expulsaron” del grupo de empresas de Sargadelos, el proyecto que el intelectual había construido junto a Luis Seoane desde los años sesenta del pasado siglo. De hecho, insinúan que el hijo mediano de Isaac Díaz Pardo podría actuar en favor de alguno de los otros socios y que tal vez haya sido “presionado” para vender su parte de las acciones, cosa que jamás sucedería si el juez diese por bueno el testamento manuscrito.

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Dos años después de intentarlo por primera vez y de nuevo por vía judicial, en enero de 2010 la mayoría que controlaba la junta de accionistas del Instituto Galego da Información (IGI) consiguió desalojar a Isaac Díaz Pardo del último cargo que ostentaba en el complejo societario de Sargadelos y del lugar en el que se había instalado en los últimos años, un edificio de 10.000 metros cuadrados en San Marcos, a las afueras de la ciudad de Santiago, ideado a finales de la década de los setenta para albergar el diario Galicia. El hasta entonces consejero delegado no acudió a la reunión y rechazó un puesto en la dirección sin capacidad ejecutiva. “Renuncio a seguir luchando”, había dicho por carta días antes a sus colaboradores.

Según fuentes muy próximas a la familia, lo que estaría en juego serían los derechos de Díaz Pardo sobre el Laboratorio de Formas, una de las células del complejo de Sargadelos, de la que era administrador y que tenía su sede en el IGI, y sus acciones en la fábrica de cerámicas de O Castro de Samoedo (Sada), alrededor del 25% del total. No mucho más consiguió conservar el artista hasta sus últimos meses de vida, cuando decidió ceder a la Biblioteca de Galicia, en la Cidade da Cultura, su monumental archivo privado. Aquello tampoco gustó a todo el mundo en casa.

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