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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Tres mil y pico

"En los antiguos manuales de urbanidad se decía que las personas debían guardar siempre la compostura en los lugares públicos"

Hemos podido verla: la alcaldesa de Valencia tiene un pronto algo rudo cuando se le opone resistencia. A veces se manifiesta con desplantes, simplemente porque alguien la contraría, porque alguien niega lo que ella vocea. Como nos pasaría a todos, dirá el hincha de doña Rita Barberá. No es plato de gusto que te contradigan.

Aquí estamos para hacer bien nuestro trabajo y para cobrar a fin de mes. Es lo que debería ser: percibir un sueldo con dignidad y con regularidad, un pago de acuerdo con tu competencia y tu destreza. Es lo que exigen los trabajadores de la Empresa Municipal de Transportes de Valencia. Desde hace meses están manifestándose y realizando huelgas intermitentes.

Imagino que Rita Barberá cree hacer bien su trabajo e imagino que espera cobrar a fin de mes. ¿Eso le da derecho a subir a un autobús para afearle la conducta a una trabajadora de la EMT? ¿Eso le da derecho a hacerlo con deje airado? Pongamos que me equivoco; supongamos que exagero: en ese caso deberé admitir que la señora Barberá solo subió al vehículo para expresar con delicadeza su descontento ante la huelga. ¿Todo correcto?

Si el jefe reprocha a uno de sus empleados la adhesión a un paro, entonces el trabajador recelará: podrá temer represalias. Pero este ejemplo no vale, dirá el afín, el seguidor de la alcaldesa: la señora Barberá no es la superiora de la compañía, no es directiva ni tiene cargo ejecutivo. ¿Entonces con qué objeto sube al autobús? ¿Se siente con redaños? En los antiguos manuales de urbanidad se decía que las personas debían guardar siempre la compostura en los lugares públicos: no hay que bramar; no hay que irrumpir; no hay que reprobar a los demás el ejercicio de sus derechos.

Imaginemos que la trabajadora de la EMT gana tres mil y pico euros al mes, que es la razón por la que la alcaldesa la recriminaba. Imaginemos que esa sea su paga, una buena paga que no da para mucho si con ello tienes que cubrir el mantenimiento de los hijos, acudir al mercado o al supermercado, saldar la hipoteca o comprarte un automóvil. Ya ven: poca cosa si esa paga la comparamos con las mensualidades, las exenciones, las regalías o las dietas de que disfruta doña Rita Barberá. Tiene coche oficial las veinticuatro horas del día, dispone de uniformados durante todo el tiempo, pisa siempre la moqueta que otros asean, puede comer viandas de lujo y puede beber refrescos sin tasa, sin limitación. Y además no precisa subir al autobús. Eso es lo curioso: que se sepa, la señora alcaldesa no frecuenta el transporte público, ese medio al que nos resignamos tantos particulares. Más le valdría guardar las formas cuando subiera. Tiene tres mil y pico razones para estar calladita. Que se lo digan sus policías urbanos: justamente los garantes de la urbanidad.

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