_
_
_
_
_

En la variedad está la diversión

Un público variopinto saludó el heterogéneo cartel de presentación del Primavera Sound

Los ingleses The Wedding Present fueron el plato fuerte del primer acto del Primavera Sound.
Los ingleses The Wedding Present fueron el plato fuerte del primer acto del Primavera Sound.JOAN SÁNCHEZ

Ya está, ya ha comenzado, lo hizo ayer y hasta el domingo palpitará, escampará música, sonrisas, alguna decepción y centenares de sensaciones más entre los aficionados. Es el San Miguel Primavera Sound, citado este año con el calor y con un concierto que marcó el inició de su andadura en el paseo Lluís Companys, situando su escenario de espaldas al Arco de Triunfo, impasible espectador del ir y venir de los más diversos tipos de público concentrados ante la suculenta oferta musical de esta primera jornada de actividades. El protagonismo se centró en los ingleses The Wedding Present, pero la oferta propuso otras cuatro bandas para redondear un aperitivo tan suculento y abundante que no merecería tal nombre.

En los últimos tiempos se ve ante algunos establecimientos hosteleros de la ciudad a amables camareros que ofrecen de manera gratuita pequeñas tapas como anticipo del presunto edén gastronómico que se podrá disfrutar si se entra en el establecimiento. En algún sentido el Primavera Sound ha hecho los mismo, pero a lo bestia, a lo grande. Si las tapitas que ofrecen los hosteleros apenas tienen tamaño para perderse entre los dientes, el Primavera ha ofertado de forma gratuita este entrante que en realidad era una cena completa. El colapso que el año pasado sufrió el Poble Espanyol en una víspera como ésta ha aconsejado llevar el inicio oficioso del festival a un espacio más amplio, además de quedar así facilitada la fraseología propia en estos casos, que por lo general versa sobre la voluntad de insertar el festival en la ciudad. Estupendo.

La cosa es que a las 18 horas ya había algunos espectadores para seguir la actuación de la representación local, los No More Lies recuperando repertorio adolescente para que quede bien clarito que el tiempo también pasa para los que apenas superan la treintena. Y es que la edad es como la obesidad: cada uno tiene su propia medida. Exceptuando los 120 veinte años y los 120 kilos, todo lo demás es relativo. O al menos eso viene bien creer. No More Lies se aplicaron con la certeza de que el tiempo pasa pero que según como la mella que hace no es determinante. Todavía. Tras el final de su actuación se pudo reparar en la estimulante variedad de público allí presente. Los extranjeros eran distinguibles porque aplicados como son ya lucían en su gran mayoría la pulsera amarilla fosforito que este año distingue a quienes han adquirido el abono. Allí no era necesario, pero mejor conseguir ser anillado antes de que las masas conviertan el tiempo en colas. Se pudo también comprobar cómo la iniciativa empresarial española va a más, siendo perceptible la presencia de “lateros” que no pronunciaban “señor” con acento exótico.

El modelito más celebrado era un vestido largo como de macramé

A eso de las 19 horas apareció en escena Jeremy Jay, un norteamericano nacido en un suburbio de San Diego con un nombre que parece de cachondeo, Vista Chula. Y sí, escuchándole se diría que su vida no ha sido oscurecida por las sombras. Jeremy presentó su pop delicado, melancólico que no lánguido y con un punto de brío comedido. En ocasiones recordaba a The Go Betweens, banda que podría situarse entre sus influencias. Aún con todo lo que anclaba su discurso a los tiempos que corren era la teclista, una joven con minifalda que bailaba como una monjita de asueto, flexionando ora una rodilla ora la otra en una muestra de ingenuidad pelín irritante. Ni tan siquiera el calculado vuelo de la falda pasaba de gesto naif. Jeremy, que ya ha visto este despliegue gestual en multitud de ocasiones, se apoyaba sólo en los acordes de los teclados para perfilar sus canciones, bonitas sin más. Como tantas cosas en este mundo que jamás pasarán de eso.

El sol se iba aplacando mediada la actuación del de la vista chula, pero el personal se resistía a levantarse de entre las lenguas de césped que acogían unos cuerpos aún no exhaustos. Era el momento de mirar las tendencias de la moda que viene, y comprobar que los pantalones cortos se resisten a desaparecer. Como las resacas. El modelito más celebrado era un vestido largo como de macramé, pero con la particularidad que entre hilo e hilo, nudo y nudo, cabía al menos un pulgar. Las portadoras, dos señoritas, una de blanco la otra de negro, mostraban así sus tatuajes y bastantes cosas más que unas mujeres musulmanas miraban bajo su pañuelo con la naturalidad propia del cosmopolitismo barcelonés. También concitó miradas una falda confeccionada a ganchillo que recordaba de forma muy poderosa a los tapetes de las mesas camillas. Sólo faltó que la portadora completase la imagen con un brasero. Lo mejor del caso es que estas imágenes, ya consabidas en los festivales, eran pasto de la ciudadanía que sin interés mayor que la variedad de personal, posaba sus ojos en el panorama. La mezcla de ambientes siempre depara instantes insólitos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete
Los ingleses The Wedding Present hicieron un concierto potente, que no estruendoso

Con el sol ya retirado y el ambiente empapado con el tradicional olor a frankfurt festivalero, subespecie del frankfurt de toda la vida y de cuya calidad es oportuno omitir comentarios, comenzó la actuación estrella de la velada. El público, sin atestar la zona, ya estaba por detrás de las dos pantallas que permitían ver a distancia lo que ocurría en escena. El volumen, amplificado por un equipo de retardo situado junto a las pantallas, era alto pero sin llegar a desmoronar los ladrillos del Arco de Triunfo. Resultó una buena medida, porque The Wedding Present son un grupo ruidoso. No estruendoso, conste. Esta veterana formación, autora de un disco maravilloso en cuya portada aparecía reivindicado George Best, se apuntaba en escena a recuperar otro de sus discos, en este caso Seamonsters, álbum de 1991. La verdad es que sus canciones no sonaron como antiguallas, lo que no se sabe si es un elogio al grupo o una crítica a nuestros tiempos. La banda sonó convincente en la construcción de sus recursos, fundamentalmente basados en el trabajo de las guitarras –raca raca se podría decir de forma expresiva aunque poco elegante y técnica- rasgando melodías que sin su furia serían incluso tiernas. Más tarde la cosa se endurecería con The Walkmen y Black Lips, final de una fiesta que no podía acabar muy tarde.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_