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Esquivando las balas del fuego amigo de Rajoy

Arenas se ha ceñido al manual de paro y ERE, y se ha esforzado en tapar las malas noticias que venían de Madrid

Javier Arenas, en el mitin de cierre de campaña, en Sevilla.
Javier Arenas, en el mitin de cierre de campaña, en Sevilla.JULIÁN ROJAS

Javier Arenas se ha pasado la campaña esquivando las balas del fuego amigo del Gobierno de Mariano Rajoy. En una conversación informal con los periodistas de la caravana que le ha seguido por su enloquecido circuito en busca del voto, confesó que ha gastado más energías en repeler la llovizna de recortes y ajustes que iba expidiendo el Consejo de Ministros —además de remendar los deslices de los compañeros, que los ha habido— que en refutar el libreto socialista.

Disponía de tres respuestas básicas para desembarazarse de todo lo que pudiera decir, denunciar o proponer José Antonio Griñán y el resto de candidatos. La primera, el caso de los ERE y su astracanada de “juerga y cocaína” que han acaparado los shares de las televisiones; la segunda, los 1,2 millones de parados y el hastío de 30 años de poder monocolor; y la tercera: ¿Y por qué no lo han hecho antes?

Pero respecto a la reforma laboral y el menudeo de medidas impopulares, poco ha acertado a replicar, más allá de lo necesarias que resultan para el empleo, y aportar como prueba de sensibilidad social la hoja de servicio colmada de diálogo de su etapa de ministro de Trabajo.

El candidato ha sido escrupulosamente respetuoso con los sindicatos. En las contadas ocasiones en que se ha puesto a tiro de las preguntas (cinco en 15 días) y ha salido a relucir la huelga, Arenas ha rozado la maestría en el arte del escapismo hasta emular al ilusionista Houdini, que era capaz de desprenderse de una maraña de cuerdas y candados y, además, dentro de un saco. Ni un enunciado que evocara remotamente el reproche y mucho floreo.

No pudo evitar, sin embargo, que la secretaria general de su partido, Dolores de Cospedal, le asestara una consciente bofetada a los sindicatos, y con él de cuerpo presente, en uno de los mítines centrales de Granada: “¿Cuándo van a pensar en los que no tienen trabajo y dejar de pensar en sus intereses particulares y partidistas?”, espetó entre aplausos. Para colmo fue el día en que se conoció la noticia de que Rajoy había forzado la renuncia de su marido, Ignacio López del Hierro, como consejero de Red Eléctrica. Un asunto harto incómodo para el candidato, que ha cimentado su discurso sobre los “abusos” y el “nepotismo” del PSOE. Cospedal tenía previsto otro bolo en Córdoba, pero casualmente se cayó del cartel.

La polémica del copago sanitario, la revitalización del caso Gürtel y la condena de Jaume Matas también han perturbado en algo su animosa marcha hacia el palacio de San Telmo, al igual que el recurso de inconstitucionalidad a la subasta de medicamentos de la Junta, que logró desactivar tras largas conversaciones con la ministra del ramo, Ana Mato. En cualquier caso, el tesón con los ERE — “cuando oí lo de la cocaína se me abrió el cielo”, se sinceró un dirigente— ha cubierto las grietas virtuales de una robusta campaña, cuyo sumario ha sido que lo que se dirime nada tiene que ver con la ideología, con la izquierda o la derecha, sino con la prosperidad o el desparrame de paro y corrupción.

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Conforme avanzaban los días, el candidato empezó a destejer viejos tópicos alentados por su partido, como el PER, y a explorar incluso una salida argumental al asunto de los ERE para cuando esté en la Junta. También las promesas concretas fueron perdiendo color, mientras crecía el virtuosismo de Arenas para eludir términos como garantizar o asegurar. El “si yo soy presidente haré...” mutó en “pondré todas mis energías para...” o el —más reciente— “ya me gustaría a mí”, la introducción de su marcha atrás en la supresión de impuestos.

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