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15 minutos de silencio

Gesto por la Paz, la coordinadora que impulsó el rechazo social al terrorismo en Euskadi, se prepara para su última manifestación tras el cese definitivo de ETA

Miembros de Gesto por la Paz reclaman en 1996 en la playa de Zarautz la liberación de José Antonio Ortega Lara.
Miembros de Gesto por la Paz reclaman en 1996 en la playa de Zarautz la liberación de José Antonio Ortega Lara.LUIS ALBERTO GARCÍA

La memoria es selectiva y el tiempo borra poco a poco las heridas. Quizá por eso resulta difícil de imaginar hoy lo complejo que tuvo que ser, hace tan solo dos décadas y media, romper con el mutismo que, como reflejo del miedo, imperaba entre la sociedad vasca ante los cruentos atentados de ETA. Corría la primavera de 1986 cuando unos pioneros se decidieron a remover la conciencia de los ciudadanos con 15 minutos de silencio como única herramienta. Fueron ellos quienes marcaron el nacimiento de Gesto por la Paz. Ocurrió en los turbulentos años de plomo, los 80, los más sangrientos de la banda. Más arriesgados que inconscientes, aquellos precursores supieron marcar el camino que la apuesta democrática del entramado abertzale ha desbrozado ahora. La existencia de la coordinadora no es ya imprescindible. Por eso, ha puesto fecha en el calendario a su última manifestación.

Solo en aquel fatídico 1986, ETA segó la vida de casi medio centenar de policías, militares, políticos y civiles con una veintena de atentados. Pero al margen de las oficiales, ninguna voz emergía como crítica por entonces. Únicamente los partidarios de aquella violencia trasladaban con impunidad su discurso en la vía pública. “La calle era de ellos”, reconoce Jesús Herrero, uno de aquellos intrépidos jóvenes que prefirió el riesgo de perder el anonimato en una complicada etapa a no poder conciliar el sueño por ocultar la denuncia social que latía en su interior. “Entendíamos que era imprescindible mostrar en público el rechazo a lo que estaba ocurriendo”, justifica.

La presión desde el entorno ‘abertzale’ propició momentos

La paloma de la paz sobre el mapa de Euskal Herria, concebida por entonces más como un escenario cultural que político, simbolizó desde su nacimiento a una coordinadora “plural e independiente” del poder político que, con una imagen social a caballo entre la ensoñación y el heroísmo, supo ganarse poco a poco el apoyo de los ciudadanos. No tardaron en expandirse por distintas localidades del País Vasco las reuniones silenciosas de protesta cada vez que ETA consumaba un nuevo atentado, si bien el hábito a estos últimos apenas motivaba la movilización de unas decenas de personas como respuesta. “Hasta 180 concentraciones llegamos a tener”, rememora la también fundadora de Gesto Isabel Urkijo.

Idéntico lugar, misma hora. Si algo caracterizó a la coordinadora respecto a tímidas contestaciones paralelas fue su perseverancia, que incluso le permitió prescindir de las convocatorias. “Todos sabían dónde tenían que acudir y cuándo debían hacerlo en cada pueblo”, asegura Herrero. Salvo en contadas localidades, como Larrabetzu, donde el horario variaba en función de “cuándo se tenía que ordeñar a las vacas”, replica Urkijo. Un ejemplo, a su juicio, del arraigo local de un colectivo siempre ajeno a una dirección central y única. Apenas un cuarto de hora de su tiempo era lo único que se pedía a los asistentes.

Idéntico lugar, misma hora. Si algo caracterizó a Gesto fue su constancia
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Desde el primer momento, sin embargo, pudieron comprobar los promotores del colectivo que no iba a resultar sencillo su exigente cometido. La libertad de expresión era poco menos que una utopía por entonces y junto a numerosas concentraciones de Gesto comenzaron a contraprogramarse otras desde sectores de la izquierda abertzale. A la reflexión que pretendían propiciar 15 minutos de silencio se opusieron los gritos, los insultos y las amenazas. Al Juntos por la libertad, el Euskal Herria askatu. A la exigencia del fin de la violencia, las reivindicaciones de los presos. La intimidación presencial llegó incluso a ser física en los momentos más tensos, como cuando la coordinadora salió también a protestar por asesinatos como el del político independentista Josu Muguruza a manos de grupos de ultraderecha. “No soportaban que también nos identificáramos con los suyos”, considera Urkijo.

Un cuarto de siglo

Base social. Gesto por la Paz cumplió el pasado año sus Bodas de Plata. Cuenta con más de 200 socios y un millar de personas que prestan apoyo económico. En su etapa de mayor esplendor llegó a tener cientos de voluntarios.

La calle como icono. En 1995, con la proliferación de secuestros, la coordinadora llegó a organizar más de 5.000 concentraciones de protesta. Solo un ejemplo de su presencia en la vía pública.

El grupo pacifista siempre tuvo claro que su única batalla era la de la constancia, si bien el verdadero impulso social no llegó hasta la década siguiente, con la progresiva incorporación de jóvenes a la coordinadora y la consolidación de los secuestros como forma de extorsión. En ese momento ideó Gesto un nuevo símbolo de apoyo permanente a la causa que no tardó en lucir en cientos de solapas. El lazo azul se convirtió en el primer gran icono de la sociedad vasca contra el terrorismo, antes de que el asesinato del concejal de Ermua Miguel Ángel Blanco, en 1997, elevara a idéntica categoría las manos blancas.

“A medida que pasa el tiempo, mayor sinsentido veo en lo que ocurrió”, reflexiona Herrero. Pero aquella semilla que él mismo ayudó a sembrar había arraigado y la contestación social al terrorismo comenzó a germinar por Euskadi, hasta el punto de que la coordinadora se convirtió en referente de unos movimientos sociales que empezaron a proliferar con su ejemplo. Al mismo tiempo, la actividad etarra inició un lento pero continuado declive que incluso se acompañó de distintas treguas.

Emergió entonces un inesperado problema que se sumó a la ya de por sí compleja situación. Al calor del creciente distanciamiento político entre partidos independentistas y constitucionalistas que marcó la recta final de los años 90, desde determinados focos nacionalistas, incluido el Gobierno vasco, se identificó a Gesto por la Paz con el españolismo y se inició una campaña de descrédito que llevó a la coordinadora a su “momento de mayor soledad”. “Muchos llegamos a pensar que aquello no acabaría nunca”, confiesa Herrero.

Gesto volvió a perder en la calle un terreno que ya no ha vuelto a recuperar, aunque más como reflejo de un convencimiento generalizado del sinsentido del terrorismo que por el miedo y la intimidación de la primera etapa. El escenario actual nada tiene que ver ya con aquel de los 80 y la coordinadora apura su existencia con la satisfacción del deber cumplido. Quienes portaron el lazo azul, tomaron parte en alguna concentración silenciosa o simplemente entienden que el impulso de aquellos precursores fue decisivo en el camino hacia la paz, tienen el sábado la posibilidad de realizar su propio gesto.

Del Príncipe de Asturias al lazo azul

El origen. Fue en noviembre de 1985 cuando el colegio Escolapios de Bilbao decidió salir de su recinto para protestar en plena calle por los atentados de ETA. Su valiente ejemplo no tardó en reproducirse en otras zonas de la capital vizcaína y localidades limítrofes con gente anónima que motivó, ya en 1986, el nacimiento de Gesto por la Paz como coordinadora. Tres años después se produjo la confluencia con la Asociación por la Paz de Euskal Herria, que de un modo similar había surgido en el entorno de San Sebastián.

Reconocimiento. Se dio, así, carta fundacional a un movimiento creciente de contestación al terrorismo que, con múltiples hitos en su camino, ha pasado a integrar la historia de Euskadi. Aquellos ideólogos del silencio como protesta fueron sorteando dificultades al tiempo que encauzaban su reconocimiento. El más importante de estos últimos llegó pronto. En 1993, en concreto, con la concesión del Premio Príncipe de Asturias de la Concordia a Gesto por la Paz. El discurso oficiado durante la recogida del galardón supuso "el primer gesto no silencioso", según se destacó entonces desde la coordinadora.

La solapa.  Aquel mismo año se produjo el secuestro del empresario Julio Iglesias Zamora, lo que motivó el nacimiento del lazo azul como un símbolo de solidaridad que meses después volverían a exhibir miles de ciudadanos como apoyo a la concatenación de los cautiverios de José María Aldaya, José Antonio Ortega Lara y Cosme Delclaux. La respuesta de la izquierda abertzale, con el correspondiente acoso en concentraciones y a quienes portaban el distintivo en su solapa, motivó momentos de gran inquietud para los pacifistas, que llegaron a temer por su integridad.

Punto de inflexión. El asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997 marcó el punto de inflexión, al reflejar por primera vez en las calles el hartazgo mayoritario de la sociedad. El punto final de la tragedia llegó el pasado octubre, con el cese de ETA. El de Gesto, se vaticina con su última manifestación.

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