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Indignación y falta de información en Barajas

Los afectados se quejan de que la aerolínea no les ha ofrecido alternativas a las cancelaciones "Los trabajadores no tienen ni idea de lo que está pasando”, comenta un auxiliar de tráfico aéreo

Pasajeros de Spanair esperan noticias esta noche en Barajas.
Pasajeros de Spanair esperan noticias esta noche en Barajas.KOTE RODRIGO (EFE)

Miguel Nomdedeu caminaba ayer por la tarde por los pasillos de la terminal dos del aeropuerto de Barajas. Había salido de Tenerife a las tres y llegó a Madrid a las siete. Tenía un vuelo previsto a las nueve de la noche que le llevaría a Valencia. Pero cuando llegó a la puerta de embarque no se podía creer lo que tenía ante sus ojos: “No había absolutamente nadie y no entendía nada”. Hasta que, de pronto, escuchó por megafonía una voz que recomendaba a los pasajeros de Spanair dirigirse a los mostradores de la aerolínea donde recibirían más información.

Miguel, de 54 años, no tenía ni idea de los rumores que por la tarde apuntaban a que la compañía que lo tenía que llevar a casa después de un viaje de trabajo iba a suspender su actividad “por falta de visibilidad financiera”. Pero ahora comparte problemas con los miles de afectados que deja Spanair. Unos 150 de ellos se agrupaban en cola frente a los mostradores de la compañía en el aeropuerto de Barajas. Al llegar al stand, varios empleados de Spanair se limitaban a darles la hoja de reclamaciones. “Los trabajadores de la aerolínea no tienen ni idea de lo que realmente está pasando”, comentaba un auxiliar de tráfico aéreo.

Información de la incidencia; datos del vuelo o comentarios, son algunas de las casillas a rellenar del formulario de quejas. Ana Pereira, una consultora que se encontraba en Madrid por motivos laborales, lo completaba con resignación. Esta noche debía volver a A Coruña con un compañero de trabajo, pero tiene asimilado que o alquila un coche o compra un billete de tren, porque, de Spanair no quiere oír ni hablar.

Al lado de Nomdedeu, Hernán carga dos carros de equipaje mientras estaciona el carrito de su hija Sofía, de 2 años. Este argentino aterrizó junto a su mujer y sus dos hijas pequeñas en Barajas al mediodía procedente de Buenos Aires. Esta noche cogían un vuelo de Spanair hacia Málaga y de allí, a Marbella, donde residen. Mariel confía en las palabras de un empleado de la compañía que le ha dicho que tal vez el aeropuerto les cediera una habitación para pasar la noche.

“Han tenido la poca vergüenza de facturar las maletas una hora antes de cancelar el vuelo”, protestan Jenifer y Sofía, dos jóvenes que volaban a Barcelona para pasar el fin de semana. A las nueve y media de la noche, los viajeros se dispersaban por los pasillos de la terminal. Algunos se sentaban en el suelo para rellenar la hoja de quejas; otros, tomaban asiento en los restaurantes del aeropuerto que a esa hora estaban abiertos. Y la incertidumbre dio paso a la certeza: “Nos han dicho que no nos van a recolocar en ningún vuelo y que no pueden dar más explicaciones”, comentaba uno de los afectados. El personal de la compañía se negó a contestar las preguntas formuladas por este periódico. "Toda la información está en la página web", explicaban. Pero el portal no estaba disponible.

"Mi consejo es que os compréis un vuelo cuanto antes", recomendaba Marco Taboas, un empleado del sector turístico que tuiteaba lo que acontecía en la terminal. Taboas tenía que volver a Mallorca a las 21.30, pero, como el resto, va a tener que pasar la noche en Madrid. La compañía en quiebra se ha desentendido de ellos. Aena ha habilitado una sala especial para atender a los viajeros afectados en Barajas, pero a las 21.30 horas aún no estaba abierta. A Taboas, que trabajó más de un lustro como director de ventas de Spanair, no le ha sorprendido lo que ha pasado con la compañía. "La aerolínea estaba muy mal gestionada y esto se veía venir", sentencia.

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Sofía, hija de Hernán, entorna los ojos abrazada a su peluche. Su hermana, de 12 años, vigila el equipaje y pregunta a su padre: "¿Cuándo llegaremos a casa?". Hernán intenta calmarla. "Ya vamos a llegar, no te preocupes". A las diez de la noche, nadie sabe dónde dormirá esta familia, con más de 11.000 kilómetros a sus espaldas.

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