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“Un aborto se hace con el mismo amor con el que se atiende un parto”

EL PAÍS entrevista a un médico que practica interrupciones clandestinas del embarazo en Brasil

Activista por la legalización del aborto en Río de Janeiro, en 2018.
Activista por la legalización del aborto en Río de Janeiro, en 2018. MAURO PIMENTEL (afp / getty images)

Vanidoso, seductor y risueño, este ginecólogo con cuatro décadas de experiencia dice no saber -a pesar de las preguntas insistentes- cuántos abortos clandestinos ha practicado, igual que no lleva la cuenta de ecografías o tratamientos contra la menopausia. Se considera un activista, aunque la interrupción del embarazo en su clínica tenga un precio de 3.000 reales (unos 1.300 dólares). Afirma que ese es el precio justo, que no se lucra, y que también ha practicado “cientos” de procedimientos gratuitos para mujeres sin recursos. Lo que él hace puede ser penalizado en Brasil con hasta diez años de prisión, un riesgo que él ya corrió después de una denuncia.

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El médico, que no será identificado para preservar su integridad y la de sus pacientes, recibió a EL PAÍS en su clínica de São Paulo, donde asegura que practica principalmente exámenes ginecológicos de rutina y “pocos” abortos. Su número de teléfono va de mano en mano entre amigas que se encuentran en esta situación y no pueden recurrir a uno de los tres presupuestos de la ley brasileña (violación, riesgo de vida para la madre o anencefalia del feto).

Pregunta. ¿Qué opina de la situación del aborto en Brasil?

Respuesta. Nadie se queda embarazada porque quiera abortar. Solo quien pasa por eso sabe lo que es interrumpir un embarazo, aún más de forma inadecuada. Aquí se realiza un millón de abortos por año y mueren cerca de 30.000 mujeres que han sufrido alguna secuela. Fiebre, hemorragias, pérdidas de útero. La mujer tiene que ser ingresada tras pasar por el procedimiento en clínicas clandestinas, en lugares sin condiciones mínimas de higiene. La realidad de las personas que llegan al Sistema Único de Salud (SUS) es algo en lo que el Gobierno no piensa. Y el aborto no tiene clase social, lo hacen pobres, ricos, clase media.

P. Pero para el pobre la situación es peor...

R. El pobre sufre más consecuencias del aborto mal hecho. O acaba teniendo otro hijo porque no consiguió interrumpirlo. La mujer usa el Cytotec [medicamento para evitar úlceras gástricas usado como abortivo] y no lo consigue. Su hijo nace con secuelas, parálisis facial... Por eso creo que la interrupción es un procedimiento tan ético como un parto. El Gobierno no garantiza la salud, no da educación... ¿cómo va a exigir que una mujer tenga más hijos?

P. ¿Cuál es el perfil de las mujeres que abortan aquí?

R. Hay de todas las edades. La más joven que he atendido tenía diez años y medio. Se quedó embarazada de su vecino de 13. ¿Quién le va a explicar a una niña de diez años que va a tener un hijo? ¿Que va a ser madre? No está preparada. Ni psicológica, ni físicamente. Se lo hice hasta a una mujer que se embarazó de un sacerdote. Mira qué hipocresía. A una monja...

P. ¿Cómo aprendió y qué le motivó?

R. En la facultad aprendemos la técnica para atender los casos de aborto legal, natural. Cuando yo tenía 18 años tenía una novia de 20. Se quedó embarazada. En aquel entonces era difícil el acceso. Fui con ella a un lugar horroroso. Literalmente, una cocina -vi la salida de gas-. Le colocaron un paño en la boca para que no gritase.

Siempre quise ser médico. Dije que el día que lo fuera lo haría, de una forma súper decente. Comencé a hacerlo en casos de malformación. Es el tipo de problema que acaba con la vida de pareja. Es un caso en que ni el Estado, ni la Iglesia, dan apoyo. Pero también atiendo partos, me gusta mucho tratar a mujeres mayores...

P. ¿Hace cuánto tiempo que lo hace?

R. Hace 40 años. Ya lo he dicho, lo considero un procedimiento tan ético como el parto. Es todo una enorme hipocresía de la sociedad. ¿Usted cree que Lula y Dilma están contra el aborto? Es todo hipócrita. También por parte de los médicos. Uno ha estudiado, finge tener una mente abierta, pero no respeta al compañero [que hace abortos], apenas le habla, no frecuenta el mismo hospital...

P. ¿En qué casos lo practica usted?

R. Cuando hay diagnóstico de malformación. Y cuando el embarazo es de hasta 12 semanas. La mayoría lo descubre en menos tiempo. Es ignorante esperar más de 12 semanas para decidir. Si hay un caso de más tiempo me niego. Si siento que la mujer está insegura tampoco lo hago. Voy conversando con ella, dando posibilidades, tengo un feeling. A veces desisto por la paciente. Ya he tenido casos en los que ella estaba vestida para entrar en la sala, hablé con ella y decidí no hacerlo.

P. ¿Tiene familia?

R. Sí, una hija. Hablamos de todo, hasta hoy. No tenemos barreras, lo aprendimos así. Siempre habló de todo. A los 19 años se quedó embarazada.

P. ¿Lo tuvo?

R. No, no quería. Le pregunté lo que quería hacer. Y dijo: "quiero interrumpirlo". Pregunté "¿estás en ayunas?". Dijo que no y lo agendamos para el día siguiente. Fue la noche más larga de mi vida, me quedé con miedo de que cambiase de idea. Pero después, por la noche, salimos a cenar y dijo: “vamos a tomar una copa de vino para celebrar este alivio”. Solo quien ha pasado por eso lo sabe... Después tuvo hijos, yo atendí el parto.

P. ¿Y practicar un aborto a su hija fue diferente de hacerlo con otra paciente?

R. No. ¿Cuál es la diferencia? Todas las mujeres son iguales.

P. Pero para un médico, ¿cómo es tratar a alguien de la familia?

R. El anestesista me preguntó: "¿Lo va a hacer?". Yo dije que siempre queremos lo mejor para nuestros hijos. "Si conoce a alguien mejor que yo, mándelo aquí que yo le pido que lo haga", respondí.

P. Su nombre es el más citado por las mujeres...

R. (...) Sí, uno lo hace con ética, con decencia, seguridad, libertad, amor. Con el mismo amor con el que uno atiende un parto se hace un aborto. Porque eso le sucede a la mujer. En ese momento lo necesita. El hombre jamás va a saberlo, jamás va a quedarse embarazado. ¿Qué va a entender sobre interrumpir algo que jamás va a sucederle?

P. ¿Se considera, en algún sentido, un activista?

R. Sí.

P. ¿Cree que en São Paulo son muchos los médicos que practican abortos?

R. Algunos. Conozco otros tres que lo hacen bien en São Paulo.

P. ¿Tiene miedo de tener problemas con la Justicia?

R. Claro que sí. Pero yo hago con convicción lo que hago. No porque esté en el quinto mundo tengo que actuar como el quinto mundo (...).

P. ¿E intenta protegerse de alguna forma? ¿La policía viene aquí?

R. No viene. Yo lo hago solo para quien conozco o viene recomendado.

P. ¿Nunca tuvo que comprar a la policía, por ejemplo?

R. Nunca. Tampoco sabría a quién comprar.

P. ¿Nunca ha pensado en desistir?

R. Prácticamente ya no lo hago. Es todo tan complicado... prácticamente he parado (…).

P. ¿Cuántas pacientes atiende por día?

R. En el total de las consultas atiendo una media de 10, 12 pacientes. Pero no para hacer abortos. De rutina. Hoy practico un aborto por día, y hay días que no lo hago. Pero a veces uno ve la situación de la persona y lo hace... por pena, que es un sentimiento muy malo. No me resigno al sufrimiento de la mujer.

P. ¿Qué cambia la clandestinidad?

R. La clandestinidad cambia la calidad. (...) Uno no tiene seguridad. Uno atiende un parto y sabe que la Agência Nacional de Vigilância Sanitária va e inspecciona el hospital. En el caso del aborto, ¿cómo saber que está todo esterilizado, que no va a haber infecciones, que la mujer va a ser bien atendida, que no va a quedar estéril? Uno no tiene a quién reclamar en los órganos competentes acerca de la higiene, del tratamiento.

P. ¿Tiene todo el equipo necesario para practicar abortos?

R. El aborto es tan simple que el equipo soy yo.

P ¿Cómo se hace?

R. Técnica quirúrgica. Existen dos técnicas, el raspado y la aspiración. Depende del útero, del tiempo... Elijo la mejor técnica. Debe tener la experiencia suficiente.

P. ¿La clandestinidad influye en el precio?

R. Para mí, particularmente, no. Tiene un costo. Naturalmente, si la mujer tiene más tiempo de embarazo, va a necesitar una anestesia, va a hacerlo en otro lugar mayor, necesita un equipo mayor. En ese caso se cobra más caro. Si usted está abortando, va a hospital, con todo esterilizado, y se gasta 2.500 reales. Es lo que paga aquí, lo que va a gastar en el privado. (...) Si no fuera clandestino, usted se haría el aborto por su plan de salud, por el SUS. Como se hace en Inglaterra, en España. (...) En esos países, las personas están acostumbradas a reclamar (sus derechos). Aquí no. Aquí somos todos corderos. Una iglesia católica que mantiene el pueblo en la ignorancia para poder dominarlo. Nadie se hace rico haciendo un aborto. 

P. El precio es de 3.000 reales. En la época que usted hacía 10 al día, eran 30.000 en una sola jornada...

R. ¿30.000 reales para mi bolsillo? Compra de medicamentos en el mercado negro, material, equipo para esterilizar el material (…). Tiene un coste operacional alto. Un riesgo muy alto.

P. ¿Y quien no puede pagar?

R. Hice cientos de forma gratuita.

P. ¿Qué cree que las mujeres sienten cuando llegan a su consulta?

R. Siempre que la mujer está en esa situación, está en una situación de conflicto. El conflicto no es la duda, es una situación antagónica, entre una realidad que dice "interrumpe [el embarazo]", y el cultural, que dice "no la interrumpas". La formación moral, religiosa, es su formación cultural, la que dice que no lo haga. Ahí hay otra fuerza poderosa que es la realidad de la vida (...). Chocan y generan conflicto. Y tiene miedo. Eso es una sinvergonzonería para la mujer. La relación entre la duda y el conflicto es muy estrecha. Lo más importante de todo eso no es la técnica. Es la atención en la consulta. La mujer no es un útero o un par de mamas.

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