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Cines en la resistencia

En pleno colapso cinematográfico, asociaciones de vecinos rescatan salas cerradas ¿Está naciendo un nuevo modelo en la industria lejos de los despachos?

Patricia Ortega Dolz
Reapertura de los cines del Zoco de Majadahonda
Reapertura de los cines del Zoco de MajadahondaULY MARTÍN

Hay muchas maneras de soñar despierto. Una es ir al cine. Otra es abrir un cine. La primera es efímera, termina cuando la proyección funde a negro. La segunda, más incierta, dirige el foco del proyector hacia una pantalla informe, que tiene los márgenes indefinidos del futuro, porque no solo ambiciona un sueño sino que aspira a ser una fábrica de sueños.

Frente al continuo goteo de cierres de salas en España —un estudio de la consultora Pricewaterhouse de julio de 2012 ya anunciaba la clausura de 859 de las 4.044 registradas y la pérdida de 3.500 empleos— y ante esa subida del 8% al 21% del IVA que está arruinando la cultura del país. También frente al precio de una entrada —de entre 8 y 10 euros— que se hace impagable en estos persistentes tiempos de crisis y con el monopolio de algunas empresas campando por sus respetos en el llamado proceso de digitalización de las salas —adiós a los 35 milímetros— que hace carísimo el “apagón analógico”. Y también a pesar de esos desmanes de la piratería en los que España bate récords mundiales y, sobre todo, del cambio de modelo industrial que exige Internet. A pesar de todo eso, son muchos los ciudadanos que han decidido seguir soñando por su cuenta y riesgo —y por sus bolsillos, porque soñar no es gratis— y se han creado su propia factoría de quimeras reabriendo las puertas de uno de esos muchos cines cerrados en los últimos tiempos. Son cines que renacen dispuestos a vivir en la resistencia.

Mientras esa perezosa Comisión del Cine salida de la cartera del ministro José Ignacio Wert estudia una forma de supervivencia para la industria cinematográfica con “ayudas públicas e incentivos fiscales” aprobados casi in extremis el pasado 17 de diciembre —después de más de un año mareando la perdiz—, ayer mismo un grupo de mil ciudadanos —siguiendo el exitoso modelo asociativo del Cineciutat de Mallorca— reabrían los multicines más antiguos de Madrid, los del Zoco de Majadahonda, cuatro pequeñas salas que comenzaron a funcionar en 1979. No hizo falta "Fiesta del cine” ni entradas a tres euros.

Las antiguas salas de Majadahonda fueron mucho tiempo Renoir

Los antiguos Multicines Majadahonda, fueron después mucho tiempo cines Renoir, unas de las casi 200 salas que se vio obligado a cerrar la primavera pasada el director de la Academia de Cine, Enrique González Macho, a la sazón propietario de Alta Films S.A., una empresa de referencia del sector en España con tres décadas de antigüedad a sus espaldas.

“Hasta aquí hemos llegado, hemos resistido mientras se ha podido… pero la gente ha dejado de ir al cine, el DVD está arruinado y las televisiones, sobre todo la pública, ya no apoyan al cine español ni al cine de autor en general; así que intentaremos seguir, montando algo más pequeño, pero la verdad es que… hay poco que hacer”, declaraba González Macho aquel 18 de abril sumido en el pesimismo. Los hechos, protagonizados en parte por él mismo —en tanto que propietario y ahora arrendador de los cines— demuestran que se equivocó en sus vaticinios. Había mucho que hacer.

Por aquel entonces, aunque para la empresa de González Macho ya no resultara rentable, 70.000 espectadores que acudían regularmente a ver cine de autor a sus salas —según los datos de los exhibidores— se quedaron huérfanos. Y muchos, o por lo menos unos cuantos, no estaban dispuestos a asumir una pérdida así y se pusieron manos a la obra —mail va, mail viene—, con la profesora Delia Mateos y el economista Gabriel Rodríguez a la cabeza, residentes en Majadahonda y unidos bajo un único eslogan: “Tenemos un sueño”.

Alta Films: “¿Cuánto tiempo querrán seguir pagando su cuota los socios?”

Se resistían al cierre de las salas que durante decenios dieron vida al que fuera también el primer centro comercial de la capital. Mucho antes de que existieran en los márgenes de la ciudad todas esas moles de tiendas envasadas al vacío en el tiempo y el espacio, existía este lugar atípico: abierto, con forma de corrala, con tiendas, sí, pero también con restaurantes y cafeterías al aire libre, con las primeras hamburgueserías y pizzerías sin marca conocida, con locales nocturnos… Un centro comercial de pueblo, un poco pijo, también, pero que languidecía al mismo tiempo que lo hacían sus pantallas.

Pero “los pijos de Majadahonda” han dado una lección de determinación: “Hemos firmado un contrato de alquiler con Alta Films avalados por un proyecto viable y unos cálculos a la baja; hemos convertido en propietarios a los espectadores que han querido ser socios con una cuota de 100 euros al año. La idea es crear un cine sin ánimo de lucro, participativo y cercano. Hacer del espectador una parte activa del cine, que ayude a marcar el rumbo del mismo, convirtiendo de nuevo la asistencia a estas salas en un acto lúdico, cultural y social y, de paso, bajar los precios de la entrada”, explicaban sus organizadores en una de las últimas juntas directivas.

Ayer, tras meses de reuniones, gestiones y negociaciones con vecinos, propietarios y distribuidoras cinematográficas, ese proyector hacia el futuro volvía a ponerse en marcha. Una multitudinaria asamblea general el pasado día 12 servía para dar el último impulso. Y la abarrotada inauguración de las salas el martes con la proyección de Vivir es fácil con los ojos cerrados, la última película de David Trueba, y el posterior coloquio con el director, confirmaba la aceptación y el apoyo a un proyecto que, además de un sueño, es una realidad.

El Instituto de Cinematografía: “Veremos si encaja en nuestras políticas”

“Al cine de pantalla grande solo lo salva la gente de las comunidades”, sentenciaba ayer el propio Trueba.

Ahora se llaman Cines Zoco, entre los 1.000 socios que los mantienen de momento —a 100 euros por barba al año— y los 1.500 que se necesitan para consolidar la apertura, están el cantante Raphael o la actriz y presentadora de televisión Cayetana Guillén Cuervo. Desde ayer vuelven a lucir cartelera y pueden verse películas (en versión original subtitulada) como La vida de Adele, Futbolín, Hanna Harent, Todas las mujeres y, “próximamente”, La grande belleza, por un precio que va de 3,5 euros a un máximo de 7,5 euros, en función de si se es o no socio y del día de la semana.

Esta no es la primera experiencia del rescate de unos cines por sus vecinos ni tiene pinta de ser la última, puesto que hace algo más de un mes se creó la asociación Cinema Autor con carácter estatal y que, además de reunirse en primera instancia con Benito Burgos —jefe de la unidad de apoyo de la directora general del Instituto para las Ciencias y las Artes Cinematográficas (ICAA)— pretende aglutinar, fomentar y replicar este tipo de iniciativas por todo el país. ¿Tendrá cabida este modelo en esa nueva industria cinematográfica que se diseña desde los despachos?

Los empresarios: “Esto demuestra que no se trata solo del precio de la entrada”

“Nos consta la existencia de estas iniciativas y estamos pendientes”, reconocía Burgos. “Vinieron a presentárnosla junto a la nueva asociación pero fue una toma de contacto muy preliminar. Veremos si encaja dentro de las políticas de este organismo...”.

El modelo de los Cines Zoco está basado en el que hace algo más de un año puso en marcha Pedro Barbadillo en Palma de Mallorca. Es sencillo. Lo explica él mismo: “Se constituye una asociación cultural sin ánimo de lucro, Xarxa Cinema [Red de Cine, en catalán], que negocia el traspaso del local, y los socios se comprometen a pagar una cuota anual de 100 euros, que les da derecho a asistir gratuitamente al cine un cierto número de veces, y a intervenir de forma activa en la gestión del proyecto. Las actividades se organizan por comisiones —programación, filmoteca, actividades, educación, comunicación, eventos...— y son abiertas a todo el que quiera participar”.

Así ocurrió en Mallorca y así ocurrió en Madrid: “Yo me he encargado del aspecto legal y de redactar el contrato”, explica Antonio González Trevijano, portavoz de Gorbea, la compañía asociada con Alta Films en estos cines. “A título personal me parece una iniciativa digna de resaltar y llegamos a un acuerdo de arrendamiento. Espero que les vaya bien y que capten más socios”.

Por su parte, y ante la ausencia del padre, Enrique González Macho (hijo), que ha formado parte de Alta Films durante años, insistía ayer en la dificultad del negocio: “Ya lo intentamos nosotros y con la recaudación en taquilla no salen los números. Puede que durante el primer año sea viable, pero ¿cuánto tiempo estarán los socios dispuestos a seguir pagando su cuota?”, se preguntaba, al tiempo que reconocía que para su empresa “es mejor cobrar un alquiler y tener los cines abiertos, que tenerlos cerrados. Y siempre es una buena noticia que se abra una sala”.

También la Federación de Cines de España (FECE) se congratula por la reapertura: “Este hecho pone de manifiesto que la gente quiere ir al cine y que es capaz de involucrarse y comprometerse, por lo que no se trata solo del precio de las entradas. Competimos contra una cultura del gratis total de la piratería y de Internet, esos son los verdaderos retos”, explica Borja de Benito.

También para las distribuidoras es una buena noticia: “Nos permite alargar el recorrido de nuestras películas en el circuito y mantenerlas más tiempo en cartel para que sean más rentables”, dice un portavoz de Vértigo. Universal y Avalon ya han colocado algunas de sus cintas en este nuevo proyector majariego que pone el foco en el futuro. Y en Zaragoza, un Nuevo Cine Renoir ya planea su reapertura en los mismos términos, y en Barcelona ha nacido un cine Bistro llamado Zumzeig Cinema...

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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