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domingo | reportaje

“Dijeron: ‘¡Mira, dos homosexuales!’, y empezaron a pegarnos”

La ley del matrimonio gay saca a la luz en Francia la intolerancia de la derecha y grupos católicos

Wilfred de Bruijn, víctima de un ataque homófobo.
Wilfred de Bruijn, víctima de un ataque homófobo.R. de la Mauviniere

Sucedió el domingo pasado, a las tres y media. Olivier, un joven francés de 23 años, y su pareja, Wilfred de Bruijn, un holandés de 38, paseaban por la Rue de las Ardennes, en el distrito XIX de París. “Volvíamos a mi casa después de haber estado en una fiesta con amigos”, recuerda De Bruijn. “Íbamos agarrados del brazo, tranquilos y contentos, y de repente vimos a un grupo de cuatro o cinco jóvenes acercarse. Dijeron: ‘¡Mira, dos homosexuales!’, y empezaron a pegarnos. Lo siguiente que recuerdo es la ambulancia. A Olivier le pegaron un golpe en los ojos y cuando se recuperó vio a cuatro de ellos pateando mi cabeza como si fuera un balón de fútbol”.

Francia, la nación que inventó los derechos humanos, es hoy un país asustado y receloso en el que proliferan las fobias. La islamofobia inundó la pasada campaña electoral. El racismo y la xenofobia, y de forma especial la fobia a los gitanos, forman parte del lenguaje habitual. Y la homofobia ha empezado a manifestar su cara más violenta desde que François Hollande decidió lanzar la nueva ley de matrimonio homosexual, bautizada como “matrimonio para todos” para poner el acento en la égalité.

Pese al intento de presentar la ley como un simple avance en la equiparación de derechos de la República, los obispos, los grupos integristas católicos, la derecha parlamentaria y la extrema derecha han hecho piña contra el proyecto, que el viernes fue aprobado en el Senado y ahora debe volver a la Asamblea Nacional para su promulgación definitiva.

Acudiendo a la llamada de las parroquias, y comandados por una cómica vestida de rosa chicle y apodada Frigide Barjot, cientos de miles de personas han salido a las calles en los últimos meses para mostrar su rechazo al matrimonio gay. Dos manifestaciones imponentes, de 300.000 personas cada una, han intentado meter presión al Gobierno para que convoque un referéndum. La respuesta negativa de Hollande no ha arredrado a los defensores de que los hijos sigan naciendo de un padre y una madre —ese es su eslogan más usado—. Y algunos parecen haber decidido pasar a las manos para mostrar su aversión a los homosexuales.

El lunes, la agresión de Olivier y Wilfred conmocionó las redes sociales. La pareja colgó en Facebook y Twitter una fotografía de De Bruijn tomada al salir del hospital, donde le diagnosticaron siete fracturas de huesos en la cara y un diente menos. Pronóstico: 10 días de baja. Por teléfono desde Holanda, donde Olivier y él visitan a su madre, De Bruijn, un historiador del arte que vive en París desde 2003, explica: “Dudamos mucho si publicar la foto o no porque nos parecía un exhibicionismo malsano, pero al final decidimos hacerlo para que la gente vea la verdadera cara de la homofobia”.

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De Bruijn cree que la paliza tiene mucho que ver con el clima de crispación y tensión que ha originado el debate sobre el matrimonio gay. “Desde el verano pasado, el ambiente se ha hecho odioso para los homosexuales en Francia. Nos sentimos atacados, amenazados, insultados. El debate ha liberado una violencia verbal y física que antes parecía estar contenida. Y la culpa es de los obispos de la Iglesia católica y de políticos como Jean-François Copé (líder de la UMP). ¿No se dan cuenta de cuánto daño están haciendo?”.

En los colectivos de gais, lesbianas y transexuales tienen la misma impresión. O peor. Vincent Autin, presidente de la Asociación Lesbian and Gay Pride de Montpellier, dice que en las últimas semanas “las llamadas insultantes y los incidentes se han multiplicado”, y añade que la “agresión de París supone un paso más en una deriva muy peligrosa”. Su análisis es que en Francia “hay la misma homofobia que en todas partes”, pero que el “fuerte viento de intolerancia ha convertido el odio a los gais en un sentimiento rutinario y omnipresente”.

Según Autin, “Hollande ha sido demasiado débil con las protestas. Como presidente de la República, debería haber dicho que manifestarse contra la igualdad de los derechos de una minoría es una deriva inaceptable, que se trata pura y simplemente de homofobia. Pero ha sido timorato, y yo creo que eso ha contribuido a empeorar la situación. Todo el mundo parece haber olvidado que la homofobia es un delito penal”.

De Bruijn, que fue militante del Partido Socialdemócrata holandés, y Olivier, miembro del PS francés, exculpan al Gobierno. “Los que se oponen a la ley dicen que no son homófobos, que solo les preocupa que los niños no sean criados por un padre y una madre”, argumentan. “En realidad, están diciendo que los gais somos diferentes y no debemos acercarnos a los niños. Como si fuéramos perros peligrosos. Yo les diría a ellos que no dejen a los curas acercarse a sus hijos, y temo mucho por sus niños, que están aprendiendo en casa que los gais y las lesbianas somos el demonio”.

La movilización se presenta hábilmente camuflada tras una puesta en escena estilo Disney, con globos, vestidos y carteles de color pastel. Presume de pluralidad y respeto, y por eso se autodenomina Manifestación Para Todos. Su líder, la entusiasta Frigide Barjot —una mujer de pasado noctívago cuyo apodo parodia a Brigitte Bardot—, sostiene que la protesta es “espontánea” e incluso “antihomofobia”, y se desmarca de los actos violentos, pero justifica la reacción visceral: “Nos preocupa que los niños sean educados por dos padres o dos madres”.

El activista Vincent Autin recuerda que los adversarios de la ley “han sacado a miles de niños en las manifestaciones, lo que es una forma de proyectar la homofobia hacia el futuro”. Y denuncia que el Ministerio del Interior no ha cumplido la ley de laicidad. “El movimiento Civitas, que es racista, xenófobo y homófobo, el más virulento entre los integristas católicos, ha organizado rezos prohibidos en la calle junto a la Asamblea y el Senado. Y la policía no ha intervenido ni les ha investigado. ¿Quizá porque son católicos?”, se pregunta. La escena impresiona: 20 o 30 personas vestidas de cruzados medievales, rodilla en tierra y banderas al viento, oran con sus hijos durante horas.

Junto a Civitas y otros grupos religiosos, las filas de esta Francia beata y soliviantada, provinciana y parisiense al 50%, y de raza blanca al 99%, han ido sumando figuras de la política como el populista líder de la derecha parlamentaria Jean-François Copé, el exredactor de los discursos de Nicolas Sarkozy Henri Guaino y la exaltada exministra Christine Boutin, sin faltar la parte más extremista del Frente Nacional, incluidos los cabezas rapadas que produjeron disturbios en los Campos Elíseos durante la última manif pour tous.

La incorporación más reciente, criticada por la misma Barjot, es la llamada Primavera Francesa, una amalgama de exparacaidistas, curas y profesores universitarios afines a la extrema derecha; monárquicos de Acción Francesa, xenófobos de las Juventudes Nacionalistas y neonazis del Bloque Identitario.

La víctima, Wilfred de Bruijn, solo espera que la ley se apruebe pronto y que acabe este clima envenenado. “Es todo producto de la ignorancia y del miedo. Es triste, pero no tienen motivos para estar asustados. Nosotros no queremos quitarle nada a nadie. Solo vivir libres, iguales y con dignidad”.

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