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Tribuna
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Enmendar errores

La banda terrorista ETA anunció el desarme hace tres años, sin embargo, no se ha disuelto

Los tres años, 1.095 días, transcurridos desde el anuncio de cese de la actividad armada de ETA y los cinco años pasados desde su último atentado mortal en territorio español avalan el carácter definitivo de aquella decisión. Sin embargo, no se ha disuelto, sino que ha afirmado que no piensa hacerlo. Por dos razones: su pretensión de participar como un agente político más en la negociación de las “consecuencias del conflicto” (presos y desarme) y de controlar el proceso hacia el ejercicio de la autodeterminación; y también, de forma implícita, por la función que se atribuye como garante de que no aparecerán disidencias armadas. En su último comunicado, del 27 de septiembre, hizo una advertencia a un grupúsculo que ha quemado ocho autobuses en nombre de los derechos de los presos de ETA enfermos. El mediador Jonathan Powell, asesor de Tony Blair, en materia antiterrorista, sostiene en un libro reciente que el cese de ETA fue consecuencia de un proceso de paz (negociado). Es posible que la escenificación final con mediadores internacionales allanara el camino. Sin embargo, la causa determinante de la renuncia de ETA fue la ilegalización de Batasuna —lo que le forzó a exigir la retirada de ETA—; y la causa de la causa fue la eficacia policial para impedir a la banda superar esa presión mediante una campaña de atentados, como tantas veces había hecho.

Sin atentados, la convivencia es ahora mucho menos tensa que en el pasado, pero se mantiene un clima residual de intimidación, especialmente en los pueblos y sobre todo en los de Gipuzkoa: tan solo en 2000, ETA asesinó a 11 concejales y otros miembros de partidos no nacionalistas, y entre 1995 y 2008, a ediles de San Sebastián, Eibar, Rentería, Zarautz, Durango, Leitza, Orio y Mondragón, entre otras localidades.

Los testimonios de regidores de esos municipios reflejan que el miedo sigue cayendo en el lado de los no nacionalistas. Con la novedad, sin embargo, de que la actitud amenazante es más acusada entre los veteranos que les acosaron bajo el amparo de ETA que entre los nuevos de Bildu, muchos de ellos reclutados para las listas de 2011 por carecer de antecedentes como miembros del entramado.

¿Anuncia ese componente generacional un horizonte de reconciliación más o menos próximo? La reconciliación entre víctimas y verdugos “carece de sentido”, opinaba poco después del cese de ETA el psiquiatra Enrique Echeburúa, porque solo se pueden reconciliar quienes tuvieron una buena relación que se quebró, lo que no es el caso. En cambio, sí puede tener sentido entre sectores sociales enfrentados a causa de ETA (entre nacionalistas y no nacionalistas, por ejemplo). O entre familiares o amigos que rompieron por ese motivo.

Descartada la vuelta de la violencia, es posible reanudar esos lazos y también, dice Echeburúa, “tratar de recuperar para la sociedad y enseñar hábitos democráticos a las personas vinculadas con el nacionalismo radical que han ejercido una auténtica dictadura del terror, especialmente en los pueblos pequeños”. Que reconozcan el daño causado es condición para que se abra paso la reconciliación; pero también es deseable que quienes padecieron y resistieron la intimidación apliquen la máxima que Savater ha situado como punto de partida de su último libro sobre política y ciudadanía (No te prives; Ariel, 2014): que ser político en sentido auténtico “es preferir enmendar errores a linchar culpables”.

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